Yukio Shige, en el acantilado de Tojinbo, su lugar de trabajo
Cada día, Yukio Shiege trepa las columnas de basalto de Tojinbo, un espectacular acantilado sobre el mar de Japón. Lleva una gorro de pescador y de su cuello cuelgan unos binoculares. Los levanta, los coloca delante de sus ojos, y mira la costa. Busca persona paradas sobre frente al vacío. Mirá sus rostros. Trata de detectar almas en pena. Cuando ve una, camina hacia ella.
Casi nadie se suicida los día de lluvia. Lo hacen cuando vuelve el sol y la gente sale a pasear, lo que les recuerda, por contraste, su sufrimiento. Los suicidios aumentan durante la crisis financieras y, aunque parezca contradictorio, cuando llega la primavera y los colegios empiezan las clases y aumentan las presiones de la vida cotidiana, según le contó al Los Angeles Times.
Yukio Shiege tiene 73 años. Desde que se jubiló como policía, hace 15 años, repite su rutina diaria y cuenta que ha logrado hacer retroceder del precipicio a 609 personas que estaban a punto de saltar.
«¿Cómo los salvo? Me acerco como un viejo amigo», cuenta. «‘¡Ey, ¿Cómo estás?!!’, les digo. Son personas que están pidiendo ayuda. Están esperando que alguien les hable«.
La tasa de suicidios de Japón es una de las más altas del mundo desarrollado. En 2016 hubo 17,3 suicidios cada 100.000 habitantes, unos 22.000 en total. Entre la gente de 15 y 39 años, el suicidio es la primera causa de muerte, causando más muertes que el cáncer y los accidentes sumados.
Aunque la mayoría de los suicidios ocurren en los hogares, algunos ocurren en lugares públicos como puentes, rascacielos y acantilados como el de Tojinbo, a unos 500 kilómetros al oeste de Tokio.
Shige trabajó por 42 como policía en Tojinbo. Muchas veces le tocó levantar los cuerpos de las rocas donde explotan las olas del Mar de Japón de los desesperados que se habían lanzado desde la cima del acantilado.
En 2003 avistó a una pareja en un banco mirando el mar y se les acercó. Le contaron que tenían un bar en Tokio que estaba fuertemente endeudado y planeaban lanzarse juntos al vacío al caer el sol. Llamó a unos compañeros y logró trasladarlos a la oficina del servicio de asistencia social local. Pero cinco días después la pareja apareció colgada en un suburbio cercano.
Fue entonces que decidió crear una organización para patrullar el acantilado, que hoy cuenta con una veintena de colaboradores que lo ayudan a tener un control casi permanente durante las horas del día.
Los suicidas se toman el tren hasta la prefectura de Fukui y luego un autobús hasta los acantilados. Llevan poco dinero. Se sientan solos durante horas y hasta que cae el sol y las multitudes se dispersan.
Su patrulla de voluntarios no llega a hablar con todos. El año pasado, 10 personas se suicidaron en Tojinbo.
«Hay que patrullar de a una persona, porque si es en equipo, la gente se cohíbe. El diálogo uno a uno es más fácil de establecer y ser exitoso«, revela uno de sus secretos.
El 31 de agosto pasado, a las 6 y 20 de la tarde, Shige vio a una joven de 17 años sentada en el borde del acantilado. Shinge la llevó hasta su oficina cercana y comenzó a hablar con ella. Había comenzado la escuela el día anterior y no había hecho su tarea. Sus padres la sobre exigían y ella estaba avergonzada. Shige llamó a sus padres, que fueron a buscarla.
Fue la 23° persona de las 28° a las que le salvó la vida en 2017.