Luego de la gran metrópoli Indígena de los Aztecas en la antigua Tenochtitlán, su renacimiento en la zona sagrada de Tlatelolco en donde los aguzados franciscanos españoles redimensionaron la enseñanza de ambas culturas, miles de hijos de las castas sacerdotales y gobernantes Aztecas sobrevivientes del horrendo sitio, fueron ahí ideologizados en “lenguas mexicanas” y castellanas, deparando así nuevas generaciones de avivados conquistadores.
Atrás habían quedado las apacibles visiones insólitas del propio Hernán Cortes que durante 8 meses, como huésped distinguido del rey Tlatoani Moctezuma , contempló juntó a sus casi 500 soldados las maravillas de la ciudad en medio de islas donde había de todo, jardines, mercados, restaurantes, mueblerías, peluquerías, baños termales, casas de citas, escuelas y universidades en medio de chinampas y cientos de miles de casas muy bien pintadas y miles de canoas que atravesaban puentes de maderas finísimas con fragancias y zoológicos y cárceles púbicas.
Ocho meses increíbles donde había de todo: palacios suntuosos con una limpieza y pulcritud sin par, cientos de sirvientes dándoles comidas abundantes y frescas, mujeres, mantas, joyas, regalos insólitos, hasta que Pedrito de Alvarado decidió matar en pleno templo mayor a cientos de creyentes que oraban y danzaban entusiastas a su dios indígena.
Con el estuche va el violín: A la violenta irrupción española a sangre y fuego y temor entre los pueblos indígenas zacatecos, algunos optaron por quitarse la vida ante el horror de ver a seres tan extraños con armaduras y barbones colores nunca vistos como el sol amarillo y el rojo sangre y ahí, antes que matase a pueblos enteros, como Masada en la antigua Israel de los dominios romanos, decidieron la muerte digna inmediata. Una tragedia.
Así de seguro existen documentos en la historia de nuestros pueblos que han de retratar cuando los mismos españoles ante la posibilidad de ser devorados por los guerreros chichimecas, optaron por inmolarse y no pasar por el tormento de ser asados en vida. La depresión cortó muchas existencias mas allá de amores imposibles o enfermedades incurables, pero la verdad son pocas las referencias donde los cronistas detallan ese acto contra natura.
Tuve el privilegio de ver en varios archivos y bibliotecas sagradas de Zacatecas infinidad de documentos de primera mano donde los oficios se veían involucrados con estafas, robos, usuras, malos entendidos, crímenes y adulterios, vicios innombrables y una cadena de los vitales horrores humanos de la pobreza y la reincidencia. El suicidio de soldados, carniceros, esclavos, gente común, estudiantes o enfermos de esquizofrenia, estaban ahí, como responsables de lágrimas, confusiones y penas conmutadas. Hoy desgarradoramente el suicidio está aclimatado entre las poblaciones zacatecanas y dejando dolor, desconcierto y malentendidos. Más doloroso aun el suicidio infantil. ■