Eleri Linden luchó durante 45 largos minutos para salvar la vida de su hija Ceri, británica de 20 años, después de que se tomara una sobredosis de pastillas para la tensión de su madre que acabó con su vida después de que, tras haber sido violada, viviera aterrorizada por tener que enfrentarse a su agresor en el juicio y revivir la pesadilla.
La joven, madre a su vez de una niña de dos años, fue atacada una noche que había salido con sus amigas a celebrar que había pasado la última entrevista para acceder a la universidad. Todo por lo que merecía la pena vivir se escondía detrás de un muro infranqueable: enfrentarse a su agresor en el juzgado y oír las mentiras del hombre que la violó que decía que había sido ella la que le había abordado, le había besado y había consentido la relación.
Su madre asegura al diario británico The Mirror que Ceri «no podía vivir con lo que le había pasado y la idea de tener que ir al juzgado lo hacía mucho peor». Y añade que así «se explica que la tasa de condenas por violación sea tan baja, ya que las víctimas no quieren revivir la pesadilla en los tribunales y que las destrocen los abogados».
Antes de suicidarse, Ceri había ayudado a la policía a capturar al agresor, Masood Mansouri, al relatar el ataque con todo detalle y cómo consiguió escapar después de que la violara en agosto de 2014. Meses más tarde, el caso de Ceri hizo historia al convertirse su vídeo, por primera vez en la historia legal, en una prueba válida para condenar al iraní de 33 años a 13 años de cárcel por secuestro, agresión sexual y, probablemente, sea deportado a su país de origen cuando salga de la cárcel.