Epidemia de suicidios entre los jóvenes: qué está pasando y cómo detectar un caso

Perdidos, sin rumbo, bombardeados por un sinfín de noticias, tirones, demandas, exigencias… y cada vez con menos criterio, los jóvenes actuales cuentan con mucha información, pero poca formación

Decía Albert Camus, el filósofo existencialista, en El mito de Sísifo que «solo hay un problema filosófico realmente serio: el suicidio«. El asunto es verdaderamente preocupante hoy, especialmente entre los jóvenes. ¿Qué está pasando, qué ha sucedido en nuestra sociedad para que, en la edad más vital de la existencia, tanta gente no quiera seguir en la aventura de la vida?

La infancia es la razón en reposo. La juventud es la emotividad saltando con bravura dentro de uno. Cuando eres joven estás lleno de posibilidades; cuando eres mayor, estás lleno de realidades. El problema es que hoy los jóvenes están perdidos, sin rumbo, bombardeados por un sinfín de noticias, tirones, demandas, exigencias… y cada vez con menos criterio. Hay mucha información, pero poca formación: es decir, ideas claras, nitidez en los conceptos, comprensión de lo que está pasando.

Educar es enseñarle a las personas lo que es la vida. Estamos en una era de progresos insospechados. Los avances habidos en los últimos tiempos de la historia de la humanidad son increíbles y positivos. Y, al mismo tiempo, hoy y ahora el ser humano está más perdido que nunca en lo esencial. Masas de gente sin rumbo, a la deriva, desorientadas. ¿Cómo se manifiesta esto en la gente joven? Estar desorientado es no tener respuesta a esas dos grandes cuestiones que se plantean: ¿qué es el hombre?, por un lado, y ¿qué es la vida?, por otro.

No hay respuesta, porque no hay criterio, ni formación, ni ideas claras sobre cuestiones fundamentales. Ante este panorama, ¿cuáles son las principales causas y motivos que dan lugar a esta epidemia de suicidios juveniles?

La enfermedad de la tristeza

1. Las depresiones en sus distintas modalidades. La depresión es la enfermedad de la tristeza. El paisaje interior está presidido por la melancolía, la pena, el disgusto de vivir, la falta de ilusiones. En la gran mayoría de los jóvenes son depresiones exógenas o reacciones depresivas que están producidas por impactos negativos de la vida, ya sean macrotraumas (hechos de gran dureza, que marcan y van dejando una huella negativa, que conduce, arrastra y lleva a estar en ese estado de ánimo), o microtraumas (vivencias negativas de menor intensidad que, sumadas una al lado de la otra, forman una constelación que es como una rampa deslizante, que lleva a estar depresivo).

Familias rotas y mal avenidas, ausencia de modelos sanos de identidad, hechos no superados, ni digeridos –como abusos sexuales, padres alcohólicos, ejemplos demoledores de familias neuróticas–; haber vivido ya desde edades muy tempranas situaciones de agresividad, desequilibrio a su alrededor que han dejado una marca casi imborrable son algunas de las causas en este sentido.

2. Fracasos sentimentales. La juventud es la edad de los grandes amores. De las mejores audacias y osadías. Los sentimientos hacen de intermediarios entre los instintos y la razón. Por eso hay que educarlos con especial cuidado. Veo cada vez más relaciones afectivas demasiado tempranas, lo que, por su misma condición, no puede durar, y al mismo tiempo con la sexualidad en primer plano. Se produce una cadena de desengaños. Decepciones, desencuentros y todo un paisaje sombrío en una época de la vida en que el extremismo está muy presente.

La tetralogía ‘light’

3. Los trastornos de la personalidad. Hoy se han multiplicado estos, al haberse quebrado el tejido socio-familiar y ante las nuevas coordenadas que han ido asomando en los últimos tiempos. Es lo que he llamado la tetralogía light, que está constituida por el hedonismo, consumismo, permisividad y relativismo. Los cuatro desajustes de la personalidad que con más frecuencia intentan el suicidio son, por este orden: los trastornos mixtos (aquellos en lo que se da una mezcla de alteraciones), la personalidad límite, la histriónica y la obsesiva.

En el mixto, el esquema resumido de este tipo de sujetos en los que prosperan las ideas autodestructivas podría quedar así: joven de 18 a 24 años aproximadamente que va mal en los estudios o que tiene un trabajo con el que no se siente identificado, impulsivo, inestable, con tendencia a convertir problemas en dramas, impaciente, con poca madurez de los sentimientos, que ha tenido algún contacto con drogas más o menos esporádico y que va viendo su incipiente biografía con escasos resultados positivos… Y que lo quiere casi todo y de inmediato.

En el límite, todo está presidido por la reacción en cortocircuito y la impulsividad y la inestabilidad emocional. En el histriónico, lo que se quiere es llamar la atención, sin buscar realmente la muerte. En el obsesivo, lo que sucede es que se va instalando una idea fija que no le suelta y le atrapa en sus redes.

Cuando aparece el pánico

4. La ansiedad y las crisis de pánico. Hay dos modalidades en esta vivencia. La ansiedad generalizada, que es como estar envuelto en una red de temores difusos, etéreos, desdibujados, imprecisos y de perfiles que parece que se escapan. Y las crisis de ansiedad o de pánico: aquí la experiencia es breve, súbita, inesperada, como si se tratara de una borrachera de ansiedad a lo grande, en donde asoman tres espectros amenazadores cuando la intensidad se hace mayor: temor a la muerte, temor a la locura y temor a perder el control. Es muy dura y sobrecogedora y da lugar al miedo a que se repita, lo que lleva a estar en guardia, al acecho, a un cierto estado de vigilancia y anticipación expectante.

En mis libros Estudios sobre el suicidio y Adiós depresión he descrito la secuencia de pasos que se dan en la acción suicida. Primero aparece la idea suicida que se va abriendo paso en el escenario mental; después, la etapa de la ambivalencia afectiva, en donde existe un forcejeo íntimo; más tarde, la fase de las influencias informativas (aquí el oír que alguien ha intentado suicidarse o el hecho de un suicidio consumado pueden ser determinantes); y, por último, la decisión y el paso al acto. En cada uno de esos momentos es importante la posible labor del psiquiatra, del psicólogo y, por supuesto, de la familia y de algún amigo muy cercano. Las creencias religiosas son fundamentales y constituyen un factor preventivo de primer orden.

Solo puedo esbozar aquí algo de los llamados suicidios atípicos, que son las conductas de riesgo (ir a gran velocidad en un coche, jugándose uno la vida; comportamientos muy atrevidos), ordalías (conductas en donde uno pone una prueba a Dios para que él decida…) y el desinterés por vivir (aquí está el abandono, la dejadez, la apatía…).

Y, por último, los suicidios enmascarados, que son aquellos en los que todo queda camuflado, como los llamados autocidios o intentos de suicidio de los automovilistas que prefieren escoger esta técnica para que su acción sea confusa; y las drogodependencias suicidas, que se dan en personas que consumen sustancias de forma crónica y que llevan una muerte en vida, con entrega a la adicción a la cocaína, heroína y productos sintéticos.

¿Qué podemos hacer los psiquiatras y los psicólogos en tales casos? Lo primero es detectar estas inclinaciones y tipificar un diagnóstico correcto. Después, contamos con una tetralogía terapéutica, que consiste en farmacoterapia (medicación), psicoterapia (pautas de conducta), socioterapia (relaciones interpersonales) y laborterapia (ocupación). Nuestra sociedad debe ser más sensible a esta realidad que es el suicidio juvenil y mostrar un rostro más humano, no tan materialista y racional. Superar las heridas del pasado es buena salud mental.

El confidencial.com