La epidemia del suicidio: un conflicto cultural pendiente

Es posible dejar de ignorar este fenómeno y de silenciar estas realidades, es posible romper con el tabú, sin caer en una cobertura sensacionalista que exponga a la población al despliegue del efecto Werther

Las penas del joven Werther es una de las más fundamentales obras que influyeron en el Romanticismo y el primer triunfo de su autor, Goethe. En ella, Werther, tras una trágica desventura amorosa con la joven Lotte, de la que estaba perdidamente enamorado sin correspondencia, decide acabar con su vida de un disparo y vestido con frac azul y un chaleco amarillo. Tras la publicación de esta obra, en 1774, se produjo un hecho curioso: una oleada de suicidios de jóvenes en condiciones muy similares a las del protagonista, incluyendo imitaciones a su vestimenta. Estos sucesos acabaron sirviendo de fundamento para el bautizo del llamado “efecto Werther”, fenómeno según el cual la observación de un suicidio conduce a otras personas a realizarlo también, produciéndose así algo parecido a una llamada. Se repite a lo largo de numerosos episodios en nuestra historia, destacando especialmente aquellos casos a los que asiste una gran mediatización y notoriedad pública.

Quizá nos suene más cercana la famosa serie estadounidense de Netflix Por trece razones. En ella se cuenta mediante una serie de cintas cómo Hannah, la protagonista, toma la decisión de suicidarse al sentir su vida indigna de ser continuada debido a experiencias -entre ellas, una violación- que la traumatizaron gravemente; en su mayoría ocasionadas por compañeros de clase, a los que se dirige directamente en sus grabaciones. Acaba con su vida en una escena final totalmente escatológica y explícita en la que se muestra cómo corta sus venas en una bañera.

La secuencia referida no fue eliminada por Netflix hasta dos años después de su estreno, como recomendación de un grupo de médicos expertos tras el escandaloso incremento de suicidios de jóvenes directamente relacionado con la emisión. Esta producción audiovisual, que fue creada por vocación de la cantante Selena Gomez, tenía en un principio la intención de servir como herramienta de concienciación ante la trágica realidad que trata, pero terminó desviándose peligrosamente de su propósito. Como se reconoce en un estudio del Diario de la Academia Americana de Psiquiatría Infantil y Adolescente, se produjo el aumento de suicidios entre adolescentes de 10 a 17 años en un 28,9% sólo el mes posterior a su estreno.

 

No obstante, este fenómeno no se repite solamente cuando se muestra este asunto en las producciones culturales de ficción, sino que en muchas ocasiones ha seguido también a suicidios de celebridades, destacando los casos de Kurt Cobain y Robin Williams. A la muerte de este último le sucedió un aumento del 30% de suicidios en condiciones idénticas a las del actor, como recoge un estudio publicado en Plus One. No tenemos datos a este respecto que se refieran al último caso sonado en España, el fallecimiento de la actriz Verónica Forqué, pero sí contemplamos la gran conmoción que produjo, volviendo a poner sobre la mesa del debate público la cuestión de la salud mental y la importancia de la prevención, puesto que en las últimas apariciones televisivas de la artista se podía observar cómo su estado alcanzaba una gravedad de la que la producción del programa en el participaba no supo hacerse cargo.

 

Suicidio: datos inaceptables

En nuestro país las cifras son alarmantes: se suicidan en España once personas al día de media, confirman los últimos datos de la Estadística de defunciones según su causa publicada por el INE; elevándose así ésta a la primera causa externa de muerte no natural según el Observatorio del Suicidio en España. El año 2020, el último del que tenemos número, fue el año con más suicidios de nuestra historia, registrándose un total de 3.941. Y si esto resulta ya enormemente preocupante, no consigue reflejar la verdadera dimensión del problema, puesto que no se recoge el número de tentativas, que se estiman en 20 por cada suicidio consumado. A la vez que esta situación no deja de agravarse, el número de psicólogos disponibles en el sistema público de salud no llega a seis por cada 100.000 habitantes, quedándose muy por debajo de la cifra recomendada por la Unión Europea, que es de 18 profesionales públicos.

Albert Camus consideraba que el suicidio era el único problema humano relevante

Que acabar con la propia vida no es un deseo genuino nacido de la voluntad clara del sujeto con la convicción absoluta de ejecutarlo y el enorme papel que juegan en ello los servicios públicos se demuestra al poner sobre la mesa los números de personas que in extremis piden ayuda valiéndose de los recursos del Estado. Informó la ministra de sanidad el pasado jueves en RAC1 que el teléfono 024 de atención contra el suicidio cuyo funcionamiento se puso en marcha el pasado 10 de mayo, ya ha recibido en sus dos primeros meses más de 25000 llamadas, 1000 derivaciones a los servicios de emergencias del 112 y 433 suicidios en curso.

Esta serie de datos revela la insuficiencia de nuestro sistema público de salud mental, que se ve empeorado, como consecuencia necesaria, por las interminables listas de espera. En el mejor de los casos, las sesiones a las que se puede asistir nunca exceden la hora mensual. Así, el acceso al cuidado de la salud mental queda limitado a quienes pueden permitirse acudir a un profesional privado, cuyo precio es extraño que descienda de 50 euros la hora; frente al abandono al que se somete a la mayoría social, que es la más expuesta a problemas de salud mental. Un peso que al final cargan los de siempre, la clase obrera.

Ya Karl Marx se preocupó por este asunto al leer los informes de Peuchet, el jefe del archivo de la policía de París, y apunta a esta cuestión como consecuencia de la degradación propia del sistema capitalista, que afecta al conjunto de la población. Señala cómo “es natural a nuestra sociedad el dar a luz a muchos suicidas”, puesto que “la cifra anual del suicidio no es sino un síntoma de la organización defectuosa de la sociedad moderna, ya que en tiempos de hambrunas, de inviernos rigurosos, el síntoma siempre es más manifiesto, de manera que toma un carácter epidémico en momentos de desempleo industrial y cuando sobrevienen las bancarrotas en serie”.

No fue éste el único filósofo en prestar atención a este fenómeno, sino que, durante la historia de nuestro pensamiento, ha tenido una presencia muy amplia en la obra de relevantes autores, llegando a considerar alguno, como Albert Camus, que éste es el único problema filosófico verdaderamente importante. Las respuestas que se dan a dicho problema van desde la condena frontal a la comprensión y análisis del mismo. Entre los autores que lo impugnan, ya Platón consideraba nuestra vida propiedad de los dioses y no del sujeto que vive, planteamiento continuado por los desarrollos en los que la religión tiene una presencia esencial y que reprueban este fenómeno. Por su parte, Kant funda su rechazo en la noción de imperativo categórico, aquél que debe regir nuestras acciones bajo el principio de “obra sólo según aquella máxima por la cual al mismo tiempo puedas querer que se convierta en ley de universal observancia”. Considera el acto del suicidio como representación de un egoísmo totalmente incongruente con el imperativo categórico, con ese deber del individuo consigo mismo y la propia humanidad, que es un fin en sí mismo.

Información versus morbo

Quizá los filósofos más sonados en el tratamiento de esta cuestión sean Schopenhauer y Cioran, que, al contrario de lo que suele pensarse, no glorificaban el suicidio como si de un ejemplo a seguir se tratase. Sin embargo, Schopenhauer ve en las teorías que lo condenan una incapacidad de alegar alguna razón que no sea sofística, y, responde, que esta cuestión sólo puede referirse al individuo y no a nada que esté por encima de él. Para este autor, la esencia constituyente del mundo es la voluntad de vivir. Cuando un individuo decide terminar con su vida, no obra contra la afirmación de esa voluntad de vivir, sino que la ejerce, porque “el suicida quiere la vida, simplemente está insatisfecho con las condiciones en que se le presenta”. No obstante, opina que este acto es inútil, puesto que la única forma de redimir el sufrimiento es en vida y ni siquiera puede reivindicarse como expresión de libertad, porque ni matándose consigue contradecir su voluntad de vivir.

Por otro lado, Cioran se sirve de la idea de suicidio para mantenerse en vida. Vive, dice, únicamente porque puede morir cuando quiera: “No necesitamos matarnos. Necesitamos saber que podemos matarnos. Esa idea es exaltante. Te permite soportarlo todo. Es una de las ventajas que se le han brindado al hombre. No es complicado. Yo no abogo por el suicidio, sino sólo por la utilidad de su idea”. Poner en valor esta idea no constituye en ningún caso una apología o defensa del acto del suicidio, sino que precisamente la conciencia de que esa elección existe es la que nos permite elegir la vida libremente todos los días. Y es la reflexión sobre este asunto la que conforma la elección misma y en la que reside el poder de evitar la privación voluntaria de vida.

Si debemos quedarnos con un único aspecto de estos planteamientos, sólo puede ser la importancia de la reflexión. Es fundamental pensar y exponer problemáticas que tanto atraviesan la forma de existencia humana; pero el foco, teniendo en cuenta el peligro que acarrean cierto tipo de planteamientos, ha de ponerse en el cómo. Un abordaje tremendamente explícito o incluso amarillista, por parte las producciones audiovisuales o de la prensa lleva consigo una puesta en riesgo innecesaria cuyo precio a pagar es muy alto. A pesar de aquello a lo que estamos habituados, es posible dejar de ignorar este fenómeno y de silenciar estas realidades, es posible romper con el tabú, sin caer en una cobertura sensacionalista que exponga a la población al despliegue del efecto Werther. Esto sólo puede conseguirse con una información correcta y adecuada a cada caso en la que se prescinda de ese morbo que tanto gusta a cierto tipo de prensa carente de ética y esclava del clic hasta en las situaciones más delicadas.

Desde una dimensión negativa, está claro el lugar por el que ha de empezarse: es totalmente necesario prescindir de detalles acerca del método empleado o cualquier información de la que pueda desprenderse una imagen mental explícita del hecho. Respecto al qué hacer positivamente, toda medida puede reducirse al enfoque preventivo, para el cual la información es primordial: debemos poner sobre la mesa las ayudas y recursos públicos existentes para evitar estas situaciones, y no sólo, sino también avanzar en ellos; es fundamental informar sobre la situación de salud mental preexistente al acto del suicidio, para así dar a conocer los indicios de esta tendencia y poder identificarlos y destacar las alternativas disponibles. Hemos de preguntarnos: ¿vamos a asumir de una vez la responsabilidad que tenemos?

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