Los suicidios en el mundo muestran estadísticas aterradoras: 800,000 personas mueren a nivel mundial por suicidio cada año, lo que equivale a una cada 40 segundos.
El suicidio constituye la segunda causa principal de muerte a nivel mundial entre los jóvenes de 15 a 29 años.
Mayor número de adolescentes mueren por suicidio que por cáncer, enfermedades cardíacas, SIDA, defectos de nacimiento, derrame cerebral, neumonía, influenza y enfermedad pulmonar crónica, combinadas.
Dentro de las ideas suicidas, hasta uno de cada tres adolescentes piensa en acabar con sus vidas y uno de cada tres intentará suicidarse.
Si bien es un asesino peligroso, hasta ahora, las investigaciones existentes sobre el suicidio son escasas y la mayoría son transversales, es decir, estudian el cerebro en un momento determinado, en vez de hacerle un seguimiento durante un período de tiempo.
Cerebro y suicidio
Con un enfoque investigativo realizado a largo plazo, un equipo internacional de neurocientíficos, dentro de los que se cuenta a Hilary Blumberg, John y Hope Furth, publicaron un estudio sobre el suicidio en la revista Molecular Psychiatry.
Esta investigación llevó a cabo una revisión de dos décadas de literatura científica, relacionada con estudios de imágenes cerebrales de personas con pensamientos y comportamientos suicidas.
En total, analizaron 131 estudios, que incluyó a más de 12,000 individuos, a los que observaron en busca de alteraciones en la estructura y función del cerebro, que podrían estar relacionadas con el aumento del riesgo de suicidio.
Esta búsqueda incluía evidencia de alteraciones estructurales, funcionales y moleculares en el cerebro.
Redes claves
Los investigadores lograron identificar dos redes clave dentro del cerebro que parecen incrementar el riesgo de que una persona piense o intente suicidarse.
Como explica la Dra. Anne-Laura van Harmelen, de la Universidad de Cambridge:
“Imaginemos que una enfermedad que sabíamos mataba a casi un millón de personas al año, una cuarta parte de ellas antes de los treinta años, y sin embargo no sabíamos por qué algunas personas son más vulnerables a esta enfermedad. Aquí es donde estamos con el suicidio. Sabemos muy poco sobre lo que sucede en el cerebro, por qué hay diferencias de sexo y qué hace que los jóvenes sean especialmente vulnerables al suicidio“.
Dra. Anne-Laura van Harmelen, de la Universidad de Cambridge.
La primera de estas redes involucra a la corteza prefrontal ventral medial y lateral y sus conexiones con otras regiones del cerebro involucradas en la emoción.
Las alteraciones en esta red pueden conducir a pensamientos negativos excesivos y dificultades para regular las emociones, estimulando los pensamientos suicidas.
La segunda red incluye las regiones conocidas como corteza prefrontal dorsal y el sistema de giro frontal inferior.
Al existir alteraciones en esta red pueden influir en el intento de suicidio, puesto que esta zona interviene en la toma de decisiones, la resolución alternativa a los problemas y el control del comportamiento.
El equipo científico sugiere que si ambas redes se alteran en términos de su estructura, función o bioquímica, podría ocasionar situaciones en las que un individuo piensa negativamente y sin control sobre el futuro, lo que podría ocasionar un mayor riesgo de suicidio.
Según explica la profesora Blumberg:
La revisión proporciona evidencia para apoyar un futuro muy esperanzador en el que encontraremos formas nuevas y mejoradas de reducir el riesgo de suicidio. Las diferencias en los circuitos cerebrales que convergen en los numerosos estudios proporcionan objetivos importantes para la generación de estrategias de prevención del suicidio más efectivas.
Profesora Hilary Blumberg.
Grupos vulnerables
La revisión, además de destacar la escasez de investigación sobre el suicidio, particularmente en las diferencias de sexo y entre los grupos vulnerables.
A pesar de que los pensamientos suicidas a menudo ocurren por primera vez durante la adolescencia, la mayoría de los estudios se centraron en adultos.
“Hay grupos muy vulnerables que claramente no reciben servicios de investigación por varias razones, incluida la necesidad de priorizar el tratamiento y reducir el estigma. Necesitamos urgentemente estudiar estos grupos y encontrar formas de ayudarlos y apoyarlos.”
Van Harmelen.
Necesidad de investigación y terapia
En base a estos hallazgos, los investigadores insisten en la necesidad urgente de más investigación que analice si su modelo sobre estas redes cerebrales alteradas se relaciona con futuros intentos de suicidio.
Estos descubrimientos podrían servir para ver si alguna terapia puede cambiar la estructura o función de estas redes cerebrales para ayudar a reducir el riesgo de suicidio.
“El mayor predictor de muerte por suicidio es un intento de suicidio previo, por lo que es esencial que podamos intervenir lo antes posible para reducir el riesgo de un individuo. Para muchas personas, esto será durante la adolescencia. Si podemos encontrar una manera de identificar a esos jóvenes en mayor riesgo, entonces tendremos la oportunidad de intervenir y ayudarlos en esta etapa importante de sus vidas“.
Dra. Lianne Schmaal, de la Universidad de Melbourne.
Estudio en curso
En 2018, los investigadores lanzaron el estudio HOPES (Help Overcome and Prevent the Emergent of Suicide), respaldado por una organización benéfica de investigación en salud mental.
HOPES reúne datos de unos 4,000 jóvenes en 15 países diferentes, en busca del desarrollo de un modelo para predecir quién está en riesgo de suicidio.
El equipo analizará los escáneres cerebrales, la información sobre el entorno de los jóvenes, los estados psicológicos y los rasgos en relación con el comportamiento suicida de los jóvenes de todo el mundo, para identificar factores de riesgo específicos.
Los hallazgos que se obtengan pueden abrir un nuevo y prometedor espectro de posibilidades preventivas y terapéuticas que salven la vida de cientos de miles de personas alrededor del mundo.
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