El pasado verano, una noticia copó telediarios y periódicos durante días. La desaparición de la esquiadora Blanca Fernández Ochoa, su búsqueda y la constatación de su muerte provocaron un aluvión de informaciones en los medios de comunicación, quienes dieron a conocer cada pesquisa de la investigación de manera muy detallada y, en muchos casos, morbosa. Tras los desconcertantes primeros momentos, una hipótesis tomó protagonismo: Fernández Ochoa podría haberse suicidado. La familia de la deportista intentó desviar la atención sobre esta especulación y se remitió a los resultados de la autopsia. Estos nunca se conocieron. «Es importante no silenciar, entiendo el respeto de la propia persona y de la familia, pero hace falta que quienes quieran conocer lo que pasó puedan hacerlo», explica Mar Segovia, directora de la residencia para personas con trastorno mental Getafe Sandra Palo.

Aunque de un tiempo a esta parte comienza a visibilizarse, el suicidio sigue constituyendo uno de los tabús más arraigados en la sociedad. Los motivos de este silencio son varios. Por una parte, existe una creencia generalizada de que las informaciones sobre conductas autolíticas (suicidas) generan un efecto imitativo. Además, se ha propagado una vergüenza de procedencia desconocida en el entorno familiar cuando se produce algún hecho relacionado con el suicidio. Con un siglo XXI ya avanzado, seguimos escudándonos en la famosa frase «lo que no se nombra no existe» cuando ciertas situaciones resultan desbordantes. Pero el conocimiento es la clave. El suicidio es una realidad muy palpable.

En España se registra una media de diez suicidios al día y, a nivel mundial, la cifra es de unos 800.000 al año. Estos datos no incluyen las tentativas ni tampoco aquellos actos no contabilizados como suicidios por las estadísticas oficiales pero que sí lo son. Por otro lado, nos encontramos con el estigma social de los llamados trastornos mentales y sus consecuencias. «Hay un mito que intentamos derribar: no todas las personas que tienen trastornos mental se suicidan y no todas las personas que se suicidan han sido diagnosticadas”, indica Mar Segovia. Aunque un alto nivel de sufrimiento psíquico es un factor de riesgo, la responsable señala que es una realidad multicausal. No se puede hablar de un perfil común, aunque entre los hombres (especialmente de mediana edad) la incidencia es mayor. En contraposición, las mujeres lo intentan tres veces más que ellos.

Los medios tienen un impacto masivo en la sociedad y, por tanto, es muy importante que informen del tema y lo aborden con rigor, prudencia y ánimo preventivo»  afirmó Lahera Forteza

Con motivo del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, que se celebró en septiembre, la Asociación Nacional de Informadores de la Salud organizó un encuentro para analizar el papel de los medios de comunicación en la información sobre el suicidio. «Los medios tienen un impacto masivo en la sociedad y, por tanto, es muy importante que informen del tema y lo aborden con rigor, prudencia y ánimo preventivo», aseguraba en el encuentro el doctor Guillermo Lahera Forteza, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Alcalá (UAH) y representante de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB). “Históricamente los medios han preferido silenciar el tema ante el miedo al contagio o el llamado efecto Werther, pero ahora ya sabemos que todo depende de cómo se dé la información”, añadía. Las dimensiones del problema son tan “escandalosas”, según el profesor, que evitar hablar de ello “no es una opción”.

En cualquier caso, detrás de datos y cifras, se arraiga un problema multicausal, con ciertos «factores de riesgo», como explica Mar Segovia. La desesperanza ante el sufrimiento, la dificultad de encontrar alternativas ante la solución de problemas y la impulsividad es una triada importante. «Intentamos incidir en esta última —señala—, conocer las situaciones personales hace que podamos quitar esa presión de angustia sentida como insoportable». Pero existen algunos fenómenos sociales que también pueden precipitar esta conducta autolítica. La pérdida del empleo, del estatus anterior, el aislamiento social, la humillación entre los adolescentes, una historia prolongada de abusos sexuales o maltrato son circunstancias que, sumadas a pasar por vivencias estresantes o una historia familiar previa de suicidio, pueden desencadenar en suicidio. «Los acontecimientos vitales estresantes no siempre van a ir unidos al suicidio, ahí entran en juego también las herramientas de las que se dispongan e influye mucho el apoyo social o familiar; en un momento de pérdida de vivienda tendríamos que ver qué otros apoyos tenemos porque el propio Estado no te da amparo”, indica Segovia. En esta línea, hace un año, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) daba a conocer un informe en el que constaba que cada cinco horas se produce un suicidio en España a causa de la crisis económica.

«Los momentos en los que más suicida he estado, aparte de mis propias vivencias personales relacionadas con maltrato, ha sido cuando mi situación era muy precaria», explica Morales

Pero, aunque los informes y documentos nos hablen de números, detrás de ellos se sitúan personas con sus historias de suicidio pegadas al pecho. Sara Morales tuvo su primer intento de suicidio a los 11 años. Un tiempo antes, había presenciado un intento suicida de su madre, lo que le provocó «una huella profunda», según sus propias palabras. Sara Morales destaca el entorno de violencia diario en el que vivió durante estos años y el hecho de que fueran las dos mujeres de la familia quienes llevaran a cabo estos actos: «La violencia psicológica relacionada con el género ocasiona un importante sufrimiento psíquico y puede llegar un momento en que no tengas los suficientes recursos para afrontarlo y veas como única solución posible acabar con tu vida». En este sentido, Sara apela a una revisión de la responsabilidad individual a la hora de abordar el suicidio, ya que para ella el componente social es muy importante. «Los momentos en los que más suicida he estado, aparte de mis propias vivencias personales relacionadas con maltrato, ha sido cuando mi situación era muy precaria, momentos donde no tenía dónde vivir o no contaba con trabajo continuado”, explica.

Déficit del sistema de salud mental

Una atención implicada en salud mental tendría que constituir una alianza a la hora de enfrentar el sufrimiento psíquico intenso que puede llevar a alguien a querer acabar con su vida. Pero ese interés no siempre se da. En un 90% de los casos, las personas que se han suicidado han acudido al personal médico en ese mismo mes, y el 20% han ido el mismo día para solicitar ayuda. Lo explica Mar Segovia, quien considera que los profesionales del ámbito de la salud no tienen, en muchos casos, formación específica para abordar estas situaciones. «La persona que acude a consulta no verbaliza esa intención de forma clara y puede acudir al médico de atención primaria para cualquier dolencia somática de tiempo prolongado; y las agendas sanitarias no tienen los mecanismos para poder indagar un poco más», comenta.

En un 90% de los casos, las personas que se han suicidado han acudido al personal médico en ese mismo mes

Sara Morales es más contundente: «El sistema de salud mental que tenemos ahora mismo presenta deficiencias muy grandes; sin ir más lejos, somos uno de los países con menor tasa de psicólogos de Europa, sale mucho más barato recetar unos ansiolíticos y unos antidepresivos en lugar de abordar los casos desde algún tipo de causalidad que no sea la enfermedad o el mal funcionamiento de ciertos neurotransmisores. Eso es peligrosísimo; así lo único que se consigue es tapar un problema y tratar a la persona como culpable».

 Morales manifiesta que en sus momentos más críticos habría necesitado del sistema de salud mental «profesionales con una perspectiva de género y social más amplia y una predisposición a la escucha activa». Las redes de cuidados son otro elemento importante a la hora de afrontar estas situaciones. «Nadie tendría que pasar por una situación de tanto sufrimiento y verse sola«, indica la joven. Explica que es necesaria mucha comprensión, no juzgar, acompañar y preguntar por sus necesidades a quien tiene ideaciones suicidas. Pero otro punto también cobra importancia: «Que la propia persona haga el máximo esfuerzo por tejer redes de apoyo».

Hacia lo colectivo

Precisamente en esta línea colaborativa incide el libro El fruto del suicidio. Se trata de una obra colectiva gestada desde el colectivo catalán Fabricants de Futur y coordinada por Amelia Burke, donde varias personas que han tenido relación con el suicidio (a nivel personal o por la vivencia de algún familiar cercano) se expresan artísticamente. La obra, compuesta en su mayoría de pinturas, relatos y poemas, se ha gestado después de un año en el que Grupos de Apoyo Mutuo (GAM), pequeños colectivos y particulares se reunieron en Barcelona para preparar un encuentro sobre salud mental. Varias personas propusieron crear una obra colectiva y el proyecto se puso en marcha. «La gente más vulnerable suele ser tímida para mostrar sus ideas o experiencias, porque puede faltar autoestima o espacio para expresarse; en colectivo sentimos más protección y la creatividad es un puente que nos une con las personas que podrían rechazarnos», explica Burke. Considera que el arte es una vía idónea para «superar miedos».

«Cada persona de este libro ha tomado, y está tomando, la decisión consciente de vivir. Esta consciencia de tener vida es, quizás, el regalo más importante que el contacto con el suicidio nos ofrece» expone Burke

En su caso, el vínculo con el suicidio también viene de la infancia. Su padre decidió morir cuando ella tenía tres años y, posteriormente, sucedió lo mismo con otras cinco personas cercanas. «Cada vez que ocurrió, me obligó a reflexionar; cada persona que formaba parte de mi vida y lo hizo, me ofreció más comprensión y menos miedo». La culpabilización le parece un punto clave. «No se mira más allá de la persona, cuando hay muchos factores que la empujan a hacerlo», apunta la artista. «Alguien puede estar meses pensando en el suicidio porque viva una experiencia tan poco saludable y se sienta tan poco sostenida por la sociedad, que llegue al punto de no querer vivir más». Considera que los actos de suicidio enlazan directamente con el entorno y que la sociedad en la que vivimos influye en la relación que tenemos con nosotros/as mismos/as. Por eso le parece tan importante generar material colectivo como este libro, que viajará del mundo virtual al tangible en el mes de enero.

Porque aunque se trate de un tema complejo y sensible, tanto Burke como las personas que han colaborado en la obra prefieren quedarse con la parte positiva. Ya lo explican en las primeras páginas: «Cada persona de este libro ha tomado, y está tomando, la decisión consciente de vivir. Esta consciencia de tener vida es, quizás, el regalo más importante que el contacto con el suicidio nos ofrece». Poco más se puede añadir.

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