La tristeza, inicio de la depresión y suicidio de jóvenes

¿Qué ha fallado en nuestro país? El incremento de las tasas de suicidios se se está convirtiendo en un problema cotidiano y esta es la pregunta que estamos obligados a responder con políticas públicas para disminuir la probabilidad de que nuestros jóvenes tomen este camino.

En México entre  2015 y 2016 se registraron por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) indicadores de 6,425 y 6,370 casos a nivel nacional, respectivamente. En los últimos cuatro años 12 mil 312 mexicanos se han suicidado.

El origen de la depresión puede provenir de la genética en familias que tienen herencia cromósomica y en la que, por ende, hay casos frecuentes de suicidios. Otra teoría es la anatómica-cerebral, donde puede haber trastornos que la desencadenen.

Hay una tercera, que es bioquímica y se trata de la relación de neurotransmisores conocidos como dopamina, serotonina y noradrenalina. La función que estos últimos desempeñan es equilibrar las transmisiones cerebrales en circunstancias como tristeza, melancolía, nostalgia y los diferentes grados de depresión, desde la superficial hasta la más profunda de las soledades e incapacidades humanas.

Es claro, pues, que en el ser humano, cuando existe una lesión de un corte a nivel de la piel y sangrado por una herida, fractura de algún hueso del organismo, dolor intenso del pecho o del abdomen, así como evidencia de fiebres complejas o resistentes, los servicios médicos, los familiares y el propio paciente solicitan ayuda sin mayor problema. Pero en los casos relacionados con la tristeza y la salud mental no sucede así.

Pareciera obvio que cuandon un adolescente o joven está triste se trata de un problema ligero, que «son cosas de la edad y ya se le pasará», cuando, por el contrario, aquí debe haber un llamado de atención a los primeros círculos de seguridad humana, como lo son padres de familia, profesores, amigos, compañeros y hermanos.

Son problemas del alma, porque no sangran y no son evidentes como la fractura de un hueso y como las fiebres temblorosas.

La gran mayoría de las veces a tristeza no tiene paño de lágrimas evidente. La familia se ha vuelto insensible ante las lágrimas internas, el sonido de la soledad de los niños, el llanto y el miedo por la noche cuando nos atrapaban los monstruos bajo la cama y despertábamos agobiados, agitados, sudorosos y con los ojos mojados, porque en aquel recinto solo estaba los gritos de padres y madres, enemigos de cada día y de cada noche.

Es entonces un territorio fértil subclínico y desgarrador para el niño. Las mutilaciones de sus sonrisas se las lleva el pánico de la inseguridad, asaltándolo solo para un nuevo día, sin resolver el miedo, producido por la violencia intrafamiliar, de golpes entre padres, violaciones en su cuerpo, humillaciones verbales y físicas, entre la indiferencia de todos los días, al no ser escuchado ni atendido y conservar muchas preguntas en silencio sin respuesta por los adultos ocupados en el mundo de la velocidad del día a día.

Aquí entonces se estima que el criterio y la conducta que se regulará, así como la neuroquímica a los 21 años, se convierte en un laboratorio de opacidad de la personalidad y entonces quizá se acumule la violencia o probablemente se eche mano de la timidez o de la profunda herida  de la necesidad de estimulantes, como el alcohol, las drogas ilegales o la sexualidad sin información.

Los padres entonces, con hijos entre los 12 y los 21 años, conviven con extraños bajo el mismo techo, preguntándose por qué no les cuentan nada y no salen con ellos, por qué esa falta de confianza si, en cambio —se reclaman—, tienen tantos amigos o una pareja y con ellos son distintos a cuando están en casa.

La respuesta es muy complicada, pues ya no es un problema de un hijo o de una hija; ya es el caso de una familia olvidada y triste. ¿Qué hacer? Revisemos las características del entorno para advertir cualquier señal de alarma:

Las características claves por medio de las cuales se podrían definir los desórdenes depresivos son:

  • Conducta irregular, tristeza, violencia, irritabilidad.
  • Energía reducida, somnolencia, sueño permanente.
  • Pérdida del interés o del disfrute, anhedonia por los gustos anteriores.
  • Otros síntomas comunes incluyen baja concentración, reducida autoestima, pensamientos de culpabilidad, pesimismo, ideas de autodaño o suicidio, disturbios del sueño y alteraciones del apetito.

Ninguna familia está exenta de sufrir cualquier daño en sus integrantes y la comunicación; la negociación; el ejercicio de la autoridad conciliadora, así como enérgica, sólida, pero humana y sin humillación conforman la vacuna para reducir los riesgos de suicidios de los más jóvenes.

Jóvenes de todas las clases socioeconómicas se están haciendo daño; limitemos la posibilidad de acompañarlos en sus destinos hacia un camino de trabajo en sí mismos, en el que formen su carácter y personalidad para mejorar su condición de inteligencia y reflexión.

Esto sería darles la mejor de las armas de formación con valores para que nutran su existir con humildad, perseverancia, honestidad, autocrítica, sencillez y honorabilidad.

NEWSWEEK

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