El ser humano es un animal de compañía. El clásico escribió que la belleza que hay en el mundo no es nada si estás solo en él. Tenemos once muertos de media al día en España por suicidio. Hay que hablar del suicidio. No podemos mirar para otro lado. Verónica Forqué era famosa, pero otras diez personas murieron ese día por su propia mano. Diez desconocidos que tampoco recibieron la ayuda necesaria. El abrazo no les llegó en el momento justo. El ser humano es piel. No estamos solos, aunque muchas veces creamos que lo único que tenemos al lado es el luto alargado que nuestra sombra proyecta contra una pared.
Los expertos en estadísticas llevan mucho tiempo lanzando la voz de alerta. Hay un teléfono de la esperanza (717 003 717), veinticuatro horas por siete días, operativo para que todo el mundo pueda llamar antes de tomar la decisión equivocada. La que no tiene vuelta. Siempre hay una salida. Lo que precisan quienes se sienten en un pozo sin fondo, quienes hace tiempo que borraron de su cara la sonrisa, es calor, calor humano. No el calor ficticio de las pantallas. No seres tóxicos a su alrededor. Cariño del de siempre. Ese calor que en Galicia desprende una lareira bien prendida.
Hace falta mucha más inversión en salud mental. Nadie se inventa la ansiedad. Hay demasiadas depresiones que no están tratadas por profesionales, por especialistas. El que tiene el alma rota, un corazón agujereado, teme que le señalen. La sociedad es muy injusta. El que tiene el alma destrozada, el corazón pisoteado, recurre a soluciones nefastas, caseras, que solo empeoran su problema. Esas tonterías de que los hombres no deben llorar, de que las mujeres pueden con el universo sobre sus espaldas. Chorradas de gente injusta y cuadriculada que piensa que estamos hechos de acero con corazón de hielo. Los seres humanos necesitamos llorar, cuando el cuerpo nos lo pide a gritos. Sobre todo en esta pandemia sin fin. Las matemáticas no fallan. Los números dicen que se han duplicado los tratamientos de ansiedad y que en el 2020 aumentó el número de suicidios.
Hay que hablar del suicidio, cuando todo falla. Cuando alguien se siente encerrado y no ve la salida. Siempre hay una luz, hasta en la oscuridad más profunda. No se puede tapar una depresión como hacemos con unas copas. Que luego terminan por ser el doble de copas y el mismo problema encima, multiplicado por el golpe del alcohol. Cuando uno siente que el infierno está en la tierra. Peor. Cuando uno siente que el infierno está justo en el pedazo de tierra que él pisa, hay que insistir en pedir ayuda. Gritar por la ayuda. Huir de la peor decisión. Mañana siempre está ahí. Existen millones de tratamientos. Los especialistas en salud mental han avanzado mucho. Las medicaciones, también. Las terapias, lo mismo. Hay que hablar del suicidio para prender una luz que evite esas once muertes de media diarias que sufrimos en España. Tenemos que sentir vergüenza por dejar marchar completamente solas a tantas personas cada día. Lloren. Tiemblen. Pero no se vayan. Vivir siempre vuelve a ser hermoso.