Perdió a una amiga por una muerte por suicidio: «Nos fiamos de nosotros en lugar de dejarlo en manos de profesionales»
El nombre es lo de menos. Lo de más es la persona. Y la persona ya no está. Solo queda su recuerdo. Uno de los seres queridos que la vio partir, con apenas cuarenta y pocos años, es su amiga, con la que tantas vivencias compartió, y más cuando las hijas de ambas jugaban juntas. Ha pasado el tiempo, pero la muerte por suicidio siempre da que pensar. Ahí está la clave. En la mente.
«Más allá del dolor que causa que una persona joven muera de este modo, cuando razonas y piensas en frío, sabes que no pudiste o no supiste hacer nada y que por ese camino no es posible seguir dando vueltas», analiza la amiga de la fallecida.
Hace dos décadas que se dedica a la gestión sanitaria y, con conocimiento de causa, opina que «no siempre es una cuestión de falta de recursos para ayudar a estas personas, porque a veces hay recursos pero no sabemos utilizarlos». «A la gente le da miedo pensar que un familiar necesita una ayuda más allá de un psiquiatra, como un centro, por ejemplo, que es un ámbito controlado con capacidad de medicación y donde pueden ayudar. Tenemos miedo a no poder ayudar nosotros, y miedo a la ayuda real. Estigmatizamos el potencial suicidio incluso antes de que suceda. Nos ponemos barreras. Incluso en la sanidad privada, que es más ágil a la hora de canalizar estas situaciones», apunta.