Desde la Asociación Aragonesa Pro Salud Mental piden planes específicos de de acción contra esta lacra que mata a 100 personas al año en Aragón.
Hablar de suicidios es siempre complicado. En las facultades de Periodismo se ha enseñado toda la vida que no conviene publicar este tipo de casos por temor al ‘efecto llamada’ que pueden generar.
Esta situación, según Lola Sobrino, psicóloga y directora del área de Intervención de la Asociación Aragonesa Pro Salud Mental, ha generado un problema de desinformación social y derivado en la falta de protocolos de intervención para un problema de salud pública «gravísimo«.
En Aragón se suicidan todos los años un centenar de personas. Es una cifra que se ha mantenido más o menos estable en las últimas dos décadas, al igual que la distribución por sexos: en torno a un 70% de las víctimas son hombres y un 30% mujeres.
«No es necesario dar detalles, ni hablar de los medios utilizados para no caer en el amarillismo, pero es evidente que debería tratarse como lo que es: un problema de salud pública, igual que se ha hecho con el tabaco, con los accidentes de tráfico, con la violencia de género..» expone esta psicóloga.
Lo principal, dice, es hacer hincapié en dos aspectos fundamentales. Lo primero, la ciudadanía tiene que enteder que los suicidios no se deben a que la víctima quiera morir, sino a que no quiere vivir así. Lo que enlaza con el siguiente mensaje: dejar claro que existen recursos para paliar el sufrimiento. La ayuda existe.
Ese es otro aspecto clave sobre el que conviene concienciar en una exigente sociedad llena plagada de estigmas: «Hay que normalizar la ayuda«, expone la psicóloga. «Todos hemos necesitado en algún momento pedir ayuda y los profesionales estamos para eso».
Es evidente que también existe un problema de estigma general con la enfermedad mental. Existe, incluso, la creencia popular de que el individuo tiene parte de responsabilidad a la hora de enfermar. «Y es un error», afirma tajante esta profesional. «Es una cuestión química, de neurotransmisores, igual que algo hormonal o de cualquier otra índole del cuerpo».
Todo esto viene el hilo del debate abierto por el reciente caso de una adolescente holandesa que terminó suicidándose tras pasar varios años pidiendo la eutanasia. Había sufrido varios episodios de abuso sexual en su infancia y además sufría anorexia y arrastraba un síndrome de estrés postraumático. Escribió un libro sobre todo ello.
El problema de este tipo de casos es que salen a la luz por el escándalo que generan, pero no se habla de todos aquellos que, pese a haber sufrido el devastador dolor que produce una enfermedad mental consiguen, gracias al apoyo de profesionales y de la ayuda farmacológica, volver a disfrutar de una vida normal y satisfactoria. «Sí, hay muchas enfermedades que son crónicas, como la anorexia o el alcoholismo, y que van a requerir cuidados y observancia de por vida, pero eso no significa que la calidad de vida vaya a ser mala igual que tampoco lo será la de una persona diabética«.
Por eso, cuando estos días se ha hablado sobre si se hizo bien o mal al facilitar el suicidio asistido a esta joven holandesa con enfermedad mental grave, los profesionales del sector en Aragón rechazan el debate antes de iniciarlo: «El suicidio siempre va a ser es una solución permanente a un problema temporal».