El suicidio causa el doble de muertes que los accidentes de tráfico y ochenta veces más víctimas que la violencia de género. Es la principal causa de muerte por causas no naturales a nivel mundial. Un fenómeno complejo y multifactorial que sigue anclado en el nicho del tabú y no entra en la agenda política
14/02/2019 – VALÈNCIA.-La primera vez le pasó en el instituto. No fue un pensamiento repentino. Estuvo consumiéndola casi dos años. Tampoco apareció de la nada. Agotada por la anorexia a la que se veía arrastrada, por la minada autoestima que te deja luchar contra una enfermedad sin horizonte, y el miedo a vivir enganchada a una medicación de por vida. Solo se puede sentir empatía al escuchar el relato de Alba Ruipez. Hoy, con sus veintipocos años, a esta joven valenciana no le tiembla la voz al contar que es superviviente de un doble intento de suicidio. Tras aquella primera vez, Alba volvió a pelear. Logró mejorar física y anímicamente. Terminó el instituto y se apuntó a Bellas Artes, pero aquella victoria, conseguida en el más absoluto silencio, solo era un impasse. En segundo de carrera regresó el fantasma de la anorexia y la desesperación al sentir que nunca lo vencería. Llegó un nuevo intento. También con pastillas. Pero también apareció el miedo. El rostro de su madre, la idea de que la destruiría, aunque ella misma estaba destrozada. Quiso regresar contra todo pronóstico. Y una vez más se produjo el milagro. Despertó.
Tras esa segunda intentona decidió pedir ayuda. No fue nada fácil. «Pensaba que todos hablaban mal de mí. Que se reían, que me mirarían como a una loca o como a una pobrecita, pero mi pareja me animó a pedir ayuda a mi familia. Después de contárselo a mi madre y a mi hermana encontré el apoyo que buscaba y estalló algo en mí. Me dije que ya no callaría. Se lo conté a mis amigos. Pude explicarles mis cambios de humor. Y lejos de sentir su rechazo encontré comprensión. Por primera vez supe que hay sitios donde te pueden ayudar. Hablar en mi caso fue la terapia», explica.
Dolors López Alarcón perdió a su única hija en la edad que hoy tiene Alba. La política valenciana también se enfrentó al silencio del atolladero que arrastra a miles de jóvenes a pensar que no hay más salida que el suicidio. Se asomó al abismo de seguir viviendo con el peor de los duelos, con la soledad, con la culpa y el estigma. «Ser madre de un suicida es algo que no solo no tiene un nombre, sino que solo imaginarlo es un espanto. El peso que te cae encima. No hace falta que nadie te diga o te deje de decir, es que tú te sientes rodeada por un halo de tabú, de lo no nombrado, de lo no tocado, de lo no pensado, que te hace sentir excluida. Un dedo que te señala como la que ha sobrevivido. En nuestra cultura judeocristiana es mucho más grave por la culpa. Una herramienta social que nos paraliza y controla, y que se ceba especialmente con las mujeres», comenta.