Una investigación revela que durante los 12 primeros meses tras el diagnóstico de un tumor, el riesgo de que los pacientes acaben con su vida es 2,5 veces mayor que el que sufre la población general
Leer los labios del oncólogo cuando está pronunciando la palabra cáncer. Tras ese momento de diagnóstico, la enfermedad no sólo afecta en lo físico, también en lo emocional, a veces hasta el extremo. Según el estudio más amplio realizado hasta la fecha, durante el primer año después de la noticia, el riesgo de suicidio resulta 2,5 veces mayor que en la población general y varía en función del tipo de tumor.
A tenor de los resultados que se desprenden de este análisis, publicado en la revista Cancer, el mayor peligro se concentra en los pacientes con cáncer de páncreas, de pulmón y colorrectal. No tanto en el de mama y el de próstata. Al parecer, «los más agresivos incrementan el riesgo», recalcan los autores de este trabajo, del Boston Children’s Hospital (Massachusetts, Estados Unidos) y del Hospital Universitario Charité de Berlín (Alemania).
«El cáncer asociado al aumento del riesgo de suicidio es algo que también podemos afirmar en la población española», señala Mercedes Navío, psiquiatra y coordinadora del grupo de trabajo del proyecto de prevención del suicidio dentro de la Estrategia de Salud Mental del Ministerio de Sanidad. No obstante, cabe matizar que se trata de un «fenómeno complejo y multifactorial«. Es decir, no sólo podría influir el tipo de tumor o la gravedad de la afección. Existen otros condicionantes como el estrés, la evolución de la enfermedad, el pronóstico, si hubiera dolor difícil de controlar o si la depresión acompaña al paciente. «En el 90% de los suicidios, la enfermedad mental está subyacente», aclara la experta española al comentar la investigación.
También pueden incidir condicionantes sociales y económicos. Como argumenta la psicooncóloga Pilar Arranz, «a medida que se reducen los recursos individuales para afrontar una situación de sufrimiento como puede ser el cáncer (estar solo, sin apoyo familiar, con medios económicos limitados, sin creencias espirituales, etc.) aumentan las ganas de abandonar y el riesgo de suicidio».
Ambas especialistas coinciden en señalar, además, que el cáncer es aún una enfermedad con estigma en algunos contextos. Persisten los mensajes de desesperanza y se asocia incorrectamente con la muerte. «Dicha relación es totalmente incorrecta en la mayoría de los casos en los que el cáncer se supera», afirma Navío. La palabra «cáncer no es sinónimo de muerte», subraya Arranz.
Sin embargo, dado que es cierto que existe gran cantidad de bibliografía científica que determina la enfermedad médica en general, y el cáncer de particular, como un factor de riesgo de suicidio, un equipo de investigadores de Alemania y Estados Unidos ha querido ir más allá. Aparte de evaluar en un total de 4,671,989 pacientes el aumento de este fenómeno durante los primeros 12 meses tras el diagnóstico de cáncer, ha analizado en qué tipos de tumores incrementa el peligro. Para ello, se centraron en la información disponible entre el año 2000 y 2014 en la base de datos del Programa de Vigilancia, Epidemiología y Resultados Finales (SEER) del Instituto Nacional del Cáncer (NCI) de Estados Unidos. Esto correspondió aproximadamente al 28% de las personas afectadas por algún tipo de cáncer en dicho país. De todos los casos analizados, 1.585 se suicidaron en los primeros meses, tras el diagnóstico (de estos, 520 tenían metástasis). Es decir, el riesgo era 2,5 veces mayor que en la población general. Los resultados están acorde con la literatura científica publicada hasta la fecha, que sitúa las probabilidades de suicidio en la población con cáncer entre dos y 10 veces más elevadas.
En cuanto a la relación con el tipo de cáncer, no existen demasiados estudios que lo analicen. En la reunión anual de la Sociedad Torácica Americana (American Thoracic Society) celebrada en Washington en 2017, se presentó un trabajo que apuntaba que las personas con cáncer de pulmón tenían un riesgo de suicidio cuatro veces más alto. Los hallazgos de esta investigación vienen a confirmar también probabilidades más altas en los tumores situados en el páncreas y los colorrectales.
La importancia de este tipo de trabajos, expone uno de los autores principales, Hesham Hamoda, estriba en la posibilidad que ofrece de conocer una realidad para «asegurar que los pacientes tengan acceso a apoyo social y emocional […] La conciencia entre los médicos generales es crucial a la hora de detectar el riesgo de suicidio en un paciente para así poder derivarlo a los servicios de salud mental. Es la única manera de mitigar ese peligro y salvar vidas».
En palabras de la psiquiatra Navío, en los hospitales españoles «suele haber lo que llamamos un servicio de interconsulta y enlace en el que psiquiatras y psicólogos atienden las valoraciones de diagnóstico y tratamiento que hacen otros especialistas como los oncólogos». Cuando en la evolución de la enfermedad «se advierte tristeza especialmente significativa, bien desde Atención Primaria o desde especialidades, este servicio se pone en marcha para valorar a la persona y si se detecta depresión o ansiedad, se ofrece una tratamiento psicoterapéutico y farmacológico, si fuera necesario».
Tanto el cáncer como el suicidio, argumenta Hamoda, «son las principales causas de muerte y presentan un gran desafío para la salud pública. Nuestro estudio destaca el hecho de que para algunos pacientes afectados, su mortalidad no será resultado directo de su enfermedad sino por suicidio, por lo que debemos garantizar el acceso temprano a los servicios de apoyo psicosocial».
El mejor factor de protección conocido es «tener una buena red psicosocial», señala Navío, quien también recuerda que «el suicidio es prevenible y evitable en la inmensa mayoría de los casos, abordando factores de riesgo psicosocial, entre otras estrategias».