María Guerrero, presidenta del Teléfono de la Esperanza en la Región, asegura que «vivimos en una sociedad del ruido que nos sumerge en una soledad absoluta; hemos perdido salud emocional»
Al frente de una organización que lleva «43 años de forma ininterrumpida dedicada a la salud emocional de los murcianos», María Guerrero (Murcia, 1958) se muestra tajante: «Siempre hay alternativas al suicidio». Recuerda esta doctora en Psicología por la Universidad de Murcia que «todos los voluntarios» de la asociación «están profesionalizados» porque «yo no puedo ayudar a otra persona si previamente no me he ayudado a mí. No estamos trabajando con cosas, estamos trabajando con personas vulnerables», como hace ella desde hace más de tres décadas. El Teléfono ha atendido en lo que va de año más de 10.000 llamadas, un 32% más respecto a la cifra de 2016. Según Guerrero, también aumentan las llamadas de personas que manifiestan su idea de suicidarse. Para evitarlo y ofrecer esas «alternativas», la organización cuenta en la Región con 138 ‘ángeles de la guarda’ las 24 horas del días, los siete días de la semana, los 365 días del año al otro lado del teléfono. Porque «siempre hay esperanza».
-Ese incremento del 32% en el número de llamadas en solo dos años, ¿a qué lo achaca?
-Sí, han aumentado un poco. Yo creo que tiene que ver con que el Teléfono esté siendo cada vez más conocido. Ahora mismo tenemos un programa en televisión, los lunes por la tarde; salimos más a la calle… El Día Mundial para la Prevención del Suicidio, por ejemplo, o en la Semana de la Escucha, cuando ponemos en valor la necesidad de una escucha de calidad, que con oír no es suficiente, que oír y escuchar no es la misma cosa.
«El programa para que la gente pueda pedirnos ayuda por WhatsApp está prácticamente terminado»EN PRIMERA PERSONA«Podemos estar rodeados de gente; de familia, de amigos, de compañeros de trabajo, pero sentirnos a la vez muy solos» «No son tantos los suicidas que realmente se quieren matar, solo quieren matar la vida que no saben cómo afrontar» «Existe mucho materialismo, mucho individualismo, cada uno va a lo suyo y los valores no se tienen en cuenta; hay cosas que me duelen profundísimamente» «Quererse a uno mismo parece muy fácil, pero primero hay que conocerse porque nadie puede amar lo que no conoce»
-¿Necesitamos desahogarnos, que nos escuchen más?
-No creo que la gente lo necesite más; lo que pasa es que tienen más información sobre dónde acudir. Eso lo necesitamos todos, porque vivimos en una sociedad del ruido que nos sumerge en una soledad absoluta, incluso estando rodeados de gente, que es la soledad que más daño hace. Cuando la soledad la eliges tú es una bendición. Pero, cuando estás rodeado de gente y te sientes solo, y no tienes con quién hablar, o quien tienes delante solo te dice lo que tienes que hacer y no hay empatía y una comunicación sana, cierras el pico y te callas. Y lo que suele pasar es que desarrollas ansiedad, o una depresión, o simplemente el aislamiento y el desapego que se va produciendo. Por eso es importante saber que hay un sitio al que puedes llamar, donde nadie te va a juzgar, donde nadie te va a decir lo que tú tienes que hacer porque partimos de la base de que tú ya sabes lo que tienes que hacer. Aunque ahora mismo no te des cuenta porque estás confundido.
-¿Qué problemas mayoritarios expresa la gente que recurre al Teléfono de la Esperanza?
-Ansiedad, depresión… Y sobre todo aislamiento. Fundamentalmente, soledad. Esa soledad del ruido de la que le hablaba. Esa soledad no elegida, que es esa soledad que siente una persona cuando está entre muchas personas. ¿Cuándo pasa esto? Cuando no hay una buena escucha, cuando no hay empatía, cuando no hay nadie que pueda comprender tu visión de las cosas sin juzgarte, sin criticarte. Cuando no hay nadie que sepa amarte incondicionalmente. Cuando no tenemos nada de esto, al final terminamos aislándonos. Podemos estar rodeados de gente; de familia, de amigos, de compañeros de trabajo, pero sentirnos y estar a la vez muy solos. En este sentido, déjeme que le diga que contamos con el programa ‘Entre amigos’, dirigido a aquellas personas que deseen sentirse cómodas y acogidas en un espacio respetuoso, social y lúdico. Ahora, con motivo de la Navidad, hacemos cenas en Nochebuena y Nochevieja.
-¿Las nuevas tecnologías contribuyen a ese aislamiento?
-También son una consecuencia. Quien quiere aislarse, ahora se mete en las redes sociales, donde uno puede ser quien quiera ser y se puede atribuir las cualidades que quiera tener, y luego eso tiene las consecuencias que tiene. Esto puede ser un verdadero pozo para determinadas personas en determinadas situaciones.
-¿Puede alguien pedirles ayuda por WhatsApp, por ejemplo?
-Todavía no, aunque ya está pensado y diseñado, y el programa está prácticamente terminado, aunque de momento no está implantado. Sí que tenemos un teléfono con este servicio para el tema del suicidio. Y hay mucha gente que nos pide ayuda a través de Facebook, por privado.
«Un problema grave»
-Ya alertaban hace unos años del incremento de llamadas en las que se manifestaban ideas suicidas. ¿Esa tendencia sigue creciendo?
-Sí. Es un hecho constatado que el índice de suicidios se ha incrementado, y que es un problema de salud mental y emocional muy grave que requiere de una intervención clara. Nosotros estamos trabajando mucho en esto con un programa que está empezando a funcionar ahora para detectar comportamientos suicidas y, al mismo tiempo, con talleres que ya están funcionando. No podemos abordar igual el duelo por una persona que ha muerto en un accidente de tráfico que el duelo por una persona que se ha suicidado. Son dos duelos que tienen connotaciones diferentes, sobre todo por el sentimiento de culpa que aparece, y por esas preguntas que nunca tendrán respuesta.
-Para prevenir el suicidio y romper esa tendencia, ¿qué hay que hacer?
-Romper el silencio. Es necesario que la gente sepa que siempre hay una salida, alternativas al suicidio. Por eso estamos saliendo a la calle. Y esto también es muy importante de cara a los medios de comunicación, que siempre han tratado el suicidio como un tema tabú por el temido efecto contagio. Tenemos que pasar a un cambio de paradigma. Pasar de temer ese efecto contagio a propiciar un efecto papageno. Dar alternativas, porque siempre hay salida aunque no la veas en ese momento. Además, hay sitios como el Teléfono de la Esperanza donde te podemos ayudar a encontrar la tuya. Hay personas con el pensamiento de que esa vida que no saben manejar, o para la que no ven salida, siempre será igual, y no quieren seguir en esto. O todas esas anticipaciones sobre problemas que tenemos, que suelen ser catastrofistas, y que pensamos que no lo vamos a poder aguantar. Cuando alguien tiene esas ideas suicidas, que no son de un día, que se van gestando en el tiempo, corren el peligro de encontrar ese recurso. Las personas con familiares que se han suicidado también tienen más riesgos, porque tienen un espejo, una forma aprendida de poner fin a los problemas. Pero no es el final de nada. En realidad no son tantos los que realmente se quieren matar. Lo que quieren es matar la vida que no saben cómo manejar, que no saben cómo afrontar, o que ven que no tiene salida. Pero siempre hay salidas. Siempre hay alternativas al suicidio.
«Dolor en el corazón»
-¿Cómo se aborda de primeras a una persona que le manifiesta su firme intención de suicidarse?
-Es una relación de ayuda en toda regla. Lo primero, tiene que haber una acogida. Después hay que crear un clima. Un clima de absoluto respeto, y de absoluta confianza, donde no haya juicios ni prejuicios. Un clima en el que el orientador o el psicólogo pueda recoger el dolor y el sufrimiento de esa persona, porque toda persona que manifiesta una idea suicida está sufriendo, eso es innegable. Partiendo de esa acogida, de ese clima, ir viendo las alternativas, las salidas, las pequeñas luces que están al final de ese túnel tan negro. Son muchas las personas que han llamado incluso con un suicidio en curso, habiéndose tomado un bote de pastillas, y diciendo que no se quieren morir solos. ¡Se me pone un dolor en el corazón..! Que no se quieren morir solos…
-¿Cómo actuar en esa situación?
-Llamamos al 112. Bueno, pedimos permiso a la persona para llamar al 112 y, si no nos lo da, llamamos igualmente. ¡Antes no podíamos hacerlo! Al ser un servicio anónimo, no podíamos dar ningún dato y nos quedábamos con las manos atadas. Y es muy angustioso. A mí me pasó hace años. Además es que, si llamas, te metes en un problema porque estás mintiendo: es anónimo, pero revelo tus datos. Era un problema moral y deontológico tremendamente importante. Ahora ya no. Eso ha cambiado, porque ya estamos catalogados como centro sanitario dirigido por psicólogos clínicos. Y lo primero es el deber de socorro. No se puede hacer omisión. Seguimos protegiendo el anonimato en las llamadas, en los cursos y talleres que hacemos, pero en estos casos ya tenemos una obligación. Y el problema nos lo buscaríamos ahora si no cumpliéramos con esa obligación.
-¿Considera importante reforzar la educación emocional en las aulas?
-Importantísimo. De hecho, nosotros tenemos un programa para padres que se llama ‘Ayuda a tus hijos a crecer’, y también lo tenemos para profesores: ‘Ayuda a crecer en el entorno educativo’. Estos programas son básicos. En otros programas de salud emocional que impartimos -‘Separación afectiva’; ‘Aprendiendo a convivir con la enfermedad; ‘Vivir el perdón’; ‘Control de estrés y ansiedad’; ‘Autoestima’, etcétera-, son los adultos los que decidimos mejorar nuestra calidad de vida, o porque estamos en una crisis específica. Pero estos dos programas que le digo van a la base de los problemas de una sociedad. Los padres aprenden a empatizar, a escuchar, a resolver problemas de una manera asertiva; aprenden a poner límites adecuados, a mantener una buena comunicación, a tener espacios de calidad. Y los profesores aprenden a introducir la salud emocional como un factor tan importante como las Matemáticas o la Historia. Con esto intentamos formar personas, no individuos. Esto hace que sean personas más resilientes ante las adversidades de la vida. Esa es la base.
-¿Hemos perdido salud emocional en los últimos años?
-Pues sí, un poco sí. Hay mucho materialismo, mucho individualismo, cada uno va a lo suyo, y como que los valores estuvieran desvirtuados, o no se tuvieran en cuenta. Y hay cosas que me duelen profundísimamente. Que una persona pueda morirse a la salida de una estación de Metro de un infarto, y que pase gente a su lado y que nadie sea capaz de ver qué le pasa. A mí eso me duele. ¿Qué nos está pasando? Que los niños en los colegios se diviertan haciendo fotos y vídeos de un niño que le está pegando y dando patadas a otro que está en el suelo. ¿Dónde estamos? ¿Cómo estamos educando? Estamos viendo el dolor y no hacemos nada.
-¿Nos hemos hecho insensibles?
-De alguna manera, nos acostumbramos y lo normalizamos. Vemos en la tele que han muerto diez personas; mañana 30, al otro 45… Los primeros diez los comentas, pero después ya ni los comentas. Pienso que nos estamos insensibilizando, estamos perdiendo lo esencial del ser humano. El amor, el encuentro, la generosidad, la honestidad, la sinceridad. Esos valores que nos constituyen como personas y no como individuos.
-Suele decir usted que la clave está en quererse a uno mismo. Suena muy fácil, ¿no?
-Parece muy fácil, pero hay una serie de requisitos que son primordiales. El primero es conocerse, porque nadie puede amar lo que no conoce. Y conocerse es una tarea de toda la vida. Yo siempre digo que crecemos como las momias, con un montón de parches y etiquetas que me dicen cómo debo ser y qué debo hacer para conseguir que me quieran, que me valoren, y poder satisfacer así mis necesidades básicas. Pero, ¿quién hay detrás de esa momia, de ese montón de etiquetas? Pues, probablemente, una persona maravillosa que todavía no ha tenido la oportunidad de serlo. Conocernos a nosotros mismos es una tarea que implica despegarse esas etiquetas, y es una tarea que asusta. Pero, cuando conseguimos quitarnos esas etiquetas que hemos acumulado durante toda nuestra vida a través de mensajes parentales, nos quedamos libres. Libres para ser, para sentir, y sobre todo estar presentes en nuestra vida, que es lo que nos va a llevar a vivir plenamente vivos, plenamente conscientes de nuestra propia vida.
-¿Da vergüenza pedir ayuda?
-A algunas personas sí, porque lo ven como una situación de debilidad. Esto le pasaba antes mucho más a los hombres que a las mujeres. Pero esto va cambiando, y los hombres piden ayuda cada vez más. Aunque las llamadas de mujeres siguen siendo mayoría. En muchas de esas llamadas, además, se esconden casos de violencia de género que derivamos a los centros correspondientes.