Aunque el número más alto de suicidios se produce entre los 40 y los 59 años, la tasa más alta de muertes de este tipo es en personas mayores de 70 años, en relación al total de población de ese grupo de edad. Apenas existen protocolos de actuación específicos entre los profesionales del sector para atajar este problema
En ocasiones los datos son tan claros que se vuelven transparentes y cae en el olvido la necesidad de pensar que detrás de cada cifra hay una persona, una historia, una vida. Los mayores de 70 años son rápidos a la hora de planear un suicidio: «Casi nunca dan señales, lo ocultan hasta el último momento; lo único por lo que se puede prever suele ser la preparación de ciertos documentos como los de sepultura o herencia para cuando lleguen a consumarlo», apunta Jiménez, que además de presidente de AIPIS es psicólogo clínico.
El suicidio se procesa pasando por tres fases: la ideación, el intento y la consumación. La mente de la persona que piensa suicidarse está invadida por dos pensamientos que no se corresponden con la realidad, según Jiménez. Uno de ellos es la idea de que siempre van a seguir padeciendo el dolor que en ese momento les aflige, a lo que se suma la sensación de tranquilidad que ellos piensan que tendrán sus seres queridos, que pasarán a ser denominados como supervivientes, una vez que se consume el propósito inicial.
La metodología predominante
Rosa Navas lleva 31 años cogiendo las llamadas que recibe en su cabina del Teléfono de la Esperanza de Barcelona, una fundación que apoya a personas con algún tipo de problema social o psicológico. A sus 79 años, muchas de las noches intenta ayudar anímicamente a aquellos que más lo necesitan. En los casos concretos de personas mayores, relata que cuesta gestionarlo; de hecho, la última situación que abordó de este tipo fue hace apenas tres meses: «Si cojo una llamada de este tipo, que ya han tomado pastillas… nos quedamos los dos en silencio, no puedes hablar, es imposible decir nada. Luego sigues —continúa con voz entrecortada—, coges fuerzas, tienes que seguir».
Pese a la experiencia que relata Navas, los métodos de suicidio en este rango de edad no están del todo claros por la ambigüedad de los datos aportados por el INE . Según explica a Público Jiménez, lo más repetido son los ahorcamientos seguido de las precipitaciones. El presidente de AIPIS descarta la ingesta de pastillas debido a que, en las propias palabras del profesional, «por suerte es difícil morir con pastillas, hay que saber lo que tomar, y los ancianos no lo buscan en internet».
Sin embargo, Andoni Anseán, presidente de la de la Sociedad Española de Suiciología y de la Fundación Salud Mental España (FSME), entidad que publica anualmente un Informe del Observatorio del Suicidio, asegura que la ingesta de pastillas es uno de los procedimientos más habituales en la tercera edad. «Es un método accesible para ellos, sin necesitar apenas logística y muy planificable», relata. Del mismo modo, aprovecha la ocasión para denunciar que los medios necesarios para consumar el suicidio mediante la ingesta de fármacos son demasiado accesibles para cualquier persona de cualquier edad.
Por otro lado, una conducta característica de la tercera edad es “dejarse morir”, lo que se materializa en que la persona en cuestión deja de comer y beber o no se toma los medicamentos recomendados. “Es lo que se denomina suicidio por abandono”, matiza el presidente de la FSME.
Las características propias de la tercera edad
Este profesional encuentra respuesta al porqué la tercera edad es el rango que mayor tasa de suicidios tiene: «Son mucho más letales, con mayor planificación y menor posibilidad de rescate, además de ser un intento muy silente (lo oculta y nadie lo ve antes de que ocurra)», declara Anseán. A su vez, este licenciado en Psicología incide en características propias de las personas con edades elevadas, como las enfermedades graves o los diagnósticos complicados, además de sumarse el hecho de que a esa edad es más probable que se haya perdido la pareja con la que se ha compartido la mayor parte de la vida.
El denominador común de las causas es la soledad, tal y como se atreve a aventurar el presidente de la FSME, independientemente del dinero que tengan o la salud que disfruten. Pero, a su vez, también recalca que «aunque es lo común no suele ser un motivo suficiente».
Por su parte, Navas se vale de su contacto directo con las personas con ideación suicida para afirmar que algunos motivos específicos de las edades más avanzadas son la dificultad de entendimiento entre ellos y la gente que los rodea, no poder salir a la calle o tener que hacerlo en sillas de ruedas o pasar días sin hablar con nadie ni tener ningún contacto con el exterior al haber dejado de recibir cartas o el periódico.
Abuso del tratamiento con medicamentos
Una de las mayores críticas vertidas sobre el sistema sanitario por parte de las entidades profesionales es que se abusa de tratamientos con fármacos, en lugar de utilizar los medicamentos a la par que las terapias psicológicas. Esta posición es compartida tanto por Jiménez como por Anseán: «En las facultades de Psicología no te enseñan cómo tratar la conducta suicida, y en la rama de Psiquiatría es un error el enfoque que le dan si piensan que con fármacos van a quitar la ideación suicida», sentencia el primero de ellos. Por su lado, el segundo añade que “faltan programas específicos, protocolos de abordaje y detección; muchas cosas que se podrían hacer para mejorar y que van más allá del psicofármaco”, dinámicas que podrían evitar la “psiquiatrización de la vida cotidiana” .
Otro de los problemas que se plantean para atender a la población en riesgo de suicidio es la escasa formación al respecto que tienen los profesionales de los centros sanitarios. «La conducta suicida no se aborda de manera rutinaria. Al igual que poco a poco se han ido introduciendo preguntas de violencia machista en los controles de atención primaria, no hay ninguna sobre ideación suicida», denuncia Anseán. Otra vez son las cifras las que arrojan luz sobre la realidad: un 18% de los suicidas habían ido al médico el mismo día en el que lo consumaron, según un estudio internacional realizado por el especialista Jason Luoma en 2002 en el que se recogían los resultados de 17 países y del que Jiménez se hace eco para Público.
El deseado Plan Estratégico de Prevención del Suicidio
Jiménez recurre a los datos para posicionarse a favor de una mayor y mejor prevención en el personal sanitario, ya que no cree que haya cambiado demasiado la situación desde que se comprobó que de 1009 intentos de suicidio recogidos en cuatro hospitales de la Comunidad de Madrid durante 4 meses, tan solo el 20% de los afectados acudieron a la cita con el profesional de salud mental.
Por ello, la mayor parte de los especialistas siguen reclamando un Plan Estratégico de Prevención del Suicidio a nivel estatal, aún teniendo ya la negativa de su desarrollo. Al principio del corto mandato de Carmen Montón al frente de la cartera de Sanidad empezaron los primeros contactos al respecto, pero su obligada dimisión hizo que la responsabilidad recayera en María Luisa Carcedo, quien ya ha confirmado que no seguirá con el Plan Estratégico sino que incluirá esta problemática de los suicidios como un objetivo más del nuevo Plan sobre Salud Mental.
Consecuencias en los sobrevivientes
El suicidio de alguien tiene graves consecuencias en las personas de alrededor, lo que lleva al duelo; una fase compleja de superar. Tan difícil que los sobrevivientes, a su vez, se convierten en personas de alto riesgo. Al ser superviviente, la primera reacción es culpar a la víctima describiéndola como egoísta. Un hecho que poco a poco va se metamorfoseando hacia la aceptación y la comprensión, tal y como lo describe Elena Aisa en Besarkada-Abrazo ante el suicidio de su hijo: “(…) me surgió una espiral de autodestrucción psicológica emocional absoluta. Poco a poco, muy poco a poco —continúa la superviviente—, fui desarrollando la claridad psicológica para decidir salir de allí”.
La responsabilidad de los medios de comunicación
Precisamente por esto, diferentes agrupaciones vinculadas con las muertes autoinfligidas no se explican la cobertura mediática que tiene el mismo. Fue la propia Organización Mundial para la Salud (OMS) la que recomendó a los medios hablar del suicidio de una forma adecuada para que dejase de ser un tema tabú: “Informar del suicidio de manera apropiada, exacta y potencialmente útil a través de medios progresistas e inteligentes puede prevenir una trágica pérdida de vidas”, tal y como resume el documento.
“Informar del suicidio de manera apropiada, exacta y potencialmente útil a través de medios progresistas e inteligentes puede prevenir una trágica pérdida de vidas”
“Los medios han entendido mal el efecto llamada”, sentencia Jiménez al describir la realidad del suicidio en los medios de comunicación. “Falta educación en ese sentido: los periodistas tienen que aprender a que en las informaciones no se debe especificar la modalidad utilizada por el suicida, huir de amarillismos, mencionar que hay asociaciones de ayuda y no ponerles de valientes o cobardes”, remata el especialista. Anseán va más allá y admite no entender por qué los medios suelen hacerse eco de hechos aislados como ‘la ballena azul’ o la serie ‘Por 13 razones’ que no tienen apenas recorrido en el tiempo. “Después, —denuncia el presidente de la FSME— les envías datos científicos sobre los suicidios y se niegan a sacarlo”.
La crisis no repercute en los índices de suicidio
Lo normal es pensar que a partir de la crisis económica desatada en 2008 el número de suicidios se incrementara, pero no ha sucedido así. “La crisis no ha influido en la prevalencia de la ideación e intentos suicidas en España, si bien también es pronto para advertir los efectos del desequilibrio económico”, según recoge el libro Suicidios. Manual de prevención, intervención y postvención de la conducta suicida, publicado por el propio Anseán en 2015.
“Nadie quiere morir, ni mucho menos matarse, solo quieren huir de un sufrimiento constante”
El presidente de la FSME lo tiene claro: “Nuestro objetivo como sociedad está en la búsqueda de las herramientas para que la persona con ideación suicida deje de pensar en ello”, relata a Público. Desde su punto de vista, habría que empezar a ver a estas personas como seres dolientes, en continuo sufrimiento, que no son capaces de encontrar la forma en que ese dolor vaya a tener fin. “Nadie quiere morir, ni mucho menos matarse, solo quieren huir de un sufrimiento constante”, sentencia Anseán.