Víctimas y especialistas apoyan el plan del Gobierno contra los suicidios pero avisan de que se requieren muchos recursos. Se pondrán en marcha acciones de concienciación para contrarrestar el estigma en torno a estas muertes
Elena Alisa perdió a su hijo, de 20 años, en el 2013. Markel se suicidó de forma completamente inesperada para su familia. No sufría trastornos mentales. Era un chico «normal» y querido por su entorno. En una ocasión verbalizó su deseo de quitarse la vida, pero su familia, «como el suicidio está silenciado y no hay información», no supo interpretar las señales. Para Alisa, perder así a su vástago fue «como una bomba, que te mata por dentro y no te deja ni respirar», hasta el punto de que ella también se planteó quitarse la vida. Se responsabilizaba de la muerte de su hijo. Ahora, sin apenas ayuda, siente que ha salido del pozo. Ha montado una asociación para auxiliar a otras personas y da la bienvenida a la intención de la ministra de Sanidad, Carmen Montón, de poner en marcha el primer plan integral de prevención del suicidio en España.
«Ya era hora», se desahoga Alisa. También las sociedades médicas y los especialistas saludan el proyecto de Montón, pero avisan de que el problema es de tal magnitud que hace falta dotar el plan de medios económicos y humanos, en definitiva, invertir mucho dinero si se quieren obtener resultados palpables.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), ya en el 2014, recomendó a las autoridades sanitarias dar prioridad alta a la prevención del suicidio, que causa en torno a 800.000 muertes al año y afecta a países tanto ricos como pobres. En España, es la primera causa de muerte por factores externos y las cifras se han multiplicado en los últimos años. Así, si en 1989 fallecieron 5.940 personas por accidente de tráfico y 2.987 por suicidio, en el 2015 los primeros fueron 1.880 mientras que los segundos ascendieron a 3.602. Sin contar los que intentan suicidarse y no lo consiguen, así como las secuelas que deja en los llamados supervivientes, el entorno de las personas que se quitan la vida.
El estigma y el tabú
Pese a la dimensión del problema, según la OMS, el estigma y el tabú en torno al suicidio persisten de forma generalizada. De hecho, en 20 países es considerado un crimen y solo 28 estados cuentan con estrategias nacionales de prevención, que en España aplican algunas comunidades autónomas pero, hasta ahora, sin un plan director y una coordinación común. Ni si quiera hay asignaturas específicas para atender esta lacra en las facultades de Psicología.
Pero Montón quiere dar la vuelta a esta situación, a imagen y semejanza del proyecto que impulsó en la Comunitat Valenciana, en su etapa como consejera, hace un año. Según detalló recientemente en el Congreso, el programa incluirá aspectos asistenciales, circuitos de detección precoz, atención preferente, intervenciones por parte de los profesionales, así como acciones de sensibilización y concienciación social.
En este último ámbito, la ministra consideró que informar sobre el suicidio ayuda a «prevenirlo, evita el tabú y el estigma a los supervivientes y permite mejorar el tratamiento de un problema que afecta a tantas familias». Por eso, avanzó que creará un «marco» para que los medios de comunicación, que en algunos casos siguen silenciando el problema, informen sobre el mismo pero sin sensacionalismo, tal como también hizo en Valencia.
«Hablar sobre el suicidio ayuda a prevenirlo, evita el tabú y el estigma a los supervivientes»
Los especialistas coinciden en que las campañas de información, para que la sociedad sea consciente del vasto problema de salud pública, son esenciales; así como que el Gobierno ponga el tema en su agenda y adopte medidas transversales. Todo ello con el fin de que las personas en riesgo sepan dónde acudir, así como su entorno, según demanda la Confederación Salud Mental España. Por su parte, el presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, Julio Bobes, pone el foco en que conviene mejorar la formación de los médicos de familia para que sepan detectar las señales de posibles conductas suicidas y deriven al paciente a tiempo, además de iniciativas destinadas a los enfermos mentales en sí, más proclives que otros al suicidio.
Muertes evitables
Javier Jiménez, presidente de la RedAipis, añade que para atajar el problema hay que contar con estadísticas más precisas, dado que las «cifras proporcionadas por el INE son inferiores a las registradas en los centros anatómicos forenses», ya que muchas muertes se consideran accidentales. Mientras que Aisa, la madre que perdió a su hijo, después de sufrir tantos años en soledad y conocer otros casos a través de la asociación, reclama que se ofrezca auxilio proactivo a los supervivientes, además de ayudas económicas en los casos que se requieran.
«Los suicidas no quieren morir, solo dejar de sufrir», coinciden todos los expertos. Por ello, el ámbito médico opina que con la ayuda adecuada y políticas similares a las puestas en marcha contra la violencia de género o los accidentes de tráfico, que en primer lugar lograron que la sociedad se concienciara del problema, se podría reducir considerablemente unos fallecimientos «evitables», así como mejorar la asistencia y ayuda a los supervivientes que se ven enfrentados a una situación tan extremadamente difícil.