Javier Urra, doctor en psicología: «La tercera ola será la de salud mental»

Al principio de la pandemia a Urra le sorprendió el carácter festivo que le dábamos a esa situación dramática. Ahora pone el ojo en el aumento de los problemas psíquicos y de la violencia sin perder de vista su especialidad: los adolescentes. Su nuevo libro, «Déjame en paz y dame la paga», es una guía para afrontar lo mejor posible esa etapa

Si algo tiene Javier Urra es que conoce muy bien a los adolescentes. Ha sido defensor del menor, psicólogo en un centro de educación especial y forma parte como presidente del Programa recUrra-Ginso para padres e hijos en conflicto, por eso antes de empezar a charlar sobre su nuevo libro, Déjame en paz y dame la paga, insiste en la importancia de que quien se encuentre en una situación familiar difícil llame al 900 65 65 65, allí les darán ayuda para enfrentar un problema muy común en el mundo de hoy. «A los adolescentes hay que escucharlos, si no, con el tiempo, la situación puede hacerse muy complicada», expresa Urra, que también analiza nuestro comportamiento en la pandemia: «No hemos cambiado nada, ese es mi titular».

-La última vez que hablamos me dijiste que te había sorprendido el carácter festivo que le habíamos dado a la pandemia. ¿Ahora qué te ha provocado más asombro?
-Yo creo que sorprenderme, sorprenderme no me he sorprendido mucho. Porque yo dije que con la primera ola la gente iba a ser muy obediente, pero que después se iba a cansar. Cuando se tiene miedo hay dos opciones: una, la asunción, que es lo que hicimos al quedarnos en casa, y otra, la rebeldía. Hay mucha gente que no sale, el miedo está mucho más arraigado de lo que creemos, y hay también mucho daño emocional. Gente que tenía problemas psíquicos está sufriendo mucho. Y hay también mucho grado de ansiedad. La OMS ha dicho que la tercera ola será la de la salud mental.

-Así que saldremos más tocados.
-Sí, seguro. La gente que era ludópata lo es más. La gente que era alcohólica tiene muchos más problemas, la que tenía trastornos obsesivo-compulsivos o hiperactividad, toda esa gente los ha incrementado. Hay más suicidios y más violencia, hay también menos respeto a la autoridad. En general, la sociedad ha asumido la situación bien, con un grado de tolerancia, de cumplir las normas, pero siempre hay un grupo que no cumple, eso ya es previsible.

-Con esa parte ya hay que contar.
-Sí, cuando se hunde el Titanic hay gente que se queda tocando la música, hay quien cede la barca para que alguien se salve y hay otro que empuja. Cuando hay un grupo humano es así, pero si quieres un titular, te diré que no hemos cambiado a nada. Los hábitos, los horarios, las formas sí se han podido modificar: llevamos mascarilla, hacemos teletrabajo… Pero las actitudes, las prioridades, no han cambiado nada. Hemos hecho un estudio de entrevistas por toda España, 4.000 sondeos, y tenemos ya las conclusiones. En cuanto a ideologías políticas, creencias religiosas, valores, virtudes, valoración de la familia, de la amistad… No le damos más valor a nada diferente.

-¿Ni siquiera a la salud?
-No, porque ya se la dábamos antes del 14 de marzo. A la política se le daba la última valoración y se le sigue dando la última, a la familia se la valoraba un 80% y es el mismo porcentaje. La amistad estaba en la mitad de la tabla y está igual. Nada cambia.

 

-Se necesitan muchas pandemias para que el ser humano cambie.
-Sí, otra cosa es que la especie humana evolucione. Fíjate, después de las guerras mundiales se hizo la Declaración de Derechos Humanos, es decir, como especie algo aprenderemos. Pero a título personal no nos da tiempo a aprender.

-En lo que sí hemos caído todos es en culpar a los adolescentes. Eso siempre pasa.
-Sí, se culpa a los niños. Al principio dijeron que eran el mayor vector de transmisión de la enfermedad y no ha sido así. Y ahora con los adolescentes lo mismo. Pero tampoco es cierto. Desde los tiempos más remotos se les culpa, pero luego no parece que nos preocupe mucho el cambio climático que les afectará a ellos sobre todo. Otra cosa es que haya adolescentes muy inconscientes, que se creen que son invulnerables, pero eso es propio de su edad.

-El título de tu libro no puede ser más revelador de lo que es la adolescencia: «Déjame en paz y dame la paga».
-La adolescencia es pura vida. Pero según se refleja en esa frase del libro lo importante es que hay egoísmo, pero nada de maldad. Hemos hecho una sociedad que parece que los chicos estuvieran en un hotel, todo te lo organizan y ya está, solo que ellos no pagan. El libro está hecho con mucha ternura hacia los adolescentes, que conozco bien, pero también con mucho afecto a sus padres. Ser hoy padre de adolescentes no es fácil con las nuevas tecnologías y la presión del consumo. Digamos que en esa etapa es cuando menos merecen ser cuidados y sin embargo es cuando más lo necesitan. A veces son egoístas, poco comprensibles, pero necesitan del afecto y del cariño. Y de las normas porque si no, se pierden.

-Tú dices: «No basta con amar, deben apreciar que se les ama».
-Sí, pero también tú tienes que decirles: ‘Mira, yo soy una madre, soy una mujer, una amiga, una profesional. También os tenéis que poner en mi lugar. Por ser adolescentes no tenéis derecho a todo, a exigir, a maltratar, a pegar portazos. Eso no debe ser’.

-Lo que no se puede, en tu opinión, es fallar en el ejemplo.
-Una cosa es que los padres caigamos en querer ser perfectos, que es imposible, pero hay que dar ejemplo: ser noble, humilde, pagar los impuestos, no saltarse un stop… Porque ellos lo ven, hay que ser coherentes. No puedes decirles que no tomen alcohol y beber, o ponerte a fumar delante de ellos. Pero también hay que explicarles que los padres cometemos errores, pero que sabemos lo que hay que hacer. Si decimos que deben hacer deporte, aunque nosotros no lo hagamos mucho, es porque sabemos que es bueno para ellos. Tenemos que plantearles dilemas. En los momentos difíciles, como la pandemia, también podemos sacar lo mejor si se les escucha, se les valora y se les dice: ‘Oye, si cumples estas cosas, hay este camino de opciones o de problemas’.

-El «no» es innegociable cuando hay peligro para el adolescente.
-Claro, pero como cuando el niño tenía 2 años y quería meter los dedos en el enchufe. O los llevábamos a vacunar, aunque llorasen. Esto es igual. Si un adolescente no tiene amigos y no sale, hay que reaccionar. Si se pone violento, si hay consumo de alcohol o drogas, si tiene un pensamiento fanático, tenemos que reaccionar. Apoyándonos en profesionales, pero no podemos dejar que pase, porque si no, tienes un problema de difícil solución. A nosotros nos llegan chicos muy problematizados porque se ha dejado pasar mucho tiempo, y algunos tienen depresión. Es un error pensar que uno por ser niño va a ser siempre feliz.

-Ahora hay una corriente de padres muy presencialista. ¿Qué opinas?
-Yo creo que los niños tienen que estar solos, con otros niños o tienen que aburrirse. No tienen que estar los adultos con ellos y dándoles constantemente respuesta a sus demandas. Con un chaval de 12 o un poco menos no hay que estar tan encima, hay que dejarles espacio. Ahora las relaciones entre padres e hijos son muy hipercáloricas, pero imagínate vivir siempre con la familia como en Navidad, ¿quién lo aguanta?

-En la generación anterior, los hijos nos acoplábamos a los planes de nuestros padres. Y ahora, somos nosotros los acoplados a los de los hijos.
-Yo creo que se puede compatibilizar. ¿Por qué no? Si tú vas a un partido de fútbol y tienes relación con otros padres, o un día haces una excursión, no está mal ampliar esas relaciones. Pero, ojo, al revés también. Ellos tienen que adaptarse a tu plan con tus amigos y tienen que aguantar, saludar, y no vale eso de ‘No me apetece’. No todo en la vida es apetencia. Hay cosas de mucho sentido común, pero el libro apunta también cómo motivar a un adolescente, cómo piensa un adolescente y todo lo que no dice. Si solo fuera sentido común, la mayoría de los padres lo tienen, pero para educar se necesita algo más.

-Tú les dices a los adolescentes que no deben mentir, tener envidia… Y les explicas por qué.
-Claro, ellos deben tener unos valores, una espiritualidad y entender el sentido de la vida. Muchas veces no se trata de ponerles normas, sino de motivarlos, hacerles partícipes, darles responsabilidad desde corta edad. Niños que se ayuden entre ellos, los padres influimos pero no todo.

-La hija de Almudena Grandes y Luis García Montero se ha metido en Falange. ¿Influimos para bien pero también para mal?
-Hay hijos que se distancian mucho de los padres y otros que se asemejan. Tú, si tienes una ideología determinada, puedes encontrarte después con que tu hijo te sale todo lo contrario. ¿Por qué? Porque rechaza tu planteamiento, quiere poner distancia afectiva, bueno, habría estudiar el caso de Almudena Grandes. ¿Qué supone de identidad no querer parecerse a una persona conocida con una determinada ideología que a lo mejor se le ha querido imponer? Ahí entraríamos en otras valoraciones, lo importante es por qué lo hace: ¿está cansada de que lo digan lo que tiene que hacer? En ese ‘yo no soy él’, el hijo se va al campo contrario. Se ve mucho en el futuro, Sandra, en cómo te tratarán tus hijos a ti. Si tú has sido muy autoritaria, es probable que ellos lo sean contigo. Si has marcado distancia afectiva, pues ellos también. Pero si has transmitido ternura, ellos te la transmitirán. Las personas mayores con el tiempo nos volvemos como niños.

La voz de Galicia