Preparados, vivos, Ya!’ se desarrolla entre la nebulosa del tabú que suscita el tema del suicidio en nuestra sociedad
Medio año después de lo esperado y junto a todo cuanto viene aconteciendo, no ha sido necesaria la contextualización de lo escrito, pues los porqués de esta obra son remotos, datan de tiempos pasados, allá por los confines de la esencia de los seres humanos. Quiénes somos y para qué hemos venido son preguntas manidas a las que, en ocasiones, valientes y cobardes dan respuesta poniendo fin a la vida. Juan Montoro Lara se aproxima al suicidio desde una perspectiva de vida cotidiana, íntima, familiar, real…, alejada de dramas o estereotipos que difuminan e, incluso, justifican el hecho de autoclaudicar en favor de la muerte.
Días después de la representación el cuerpo sigue sabiendo a teatro. La cabeza continúa reflexionando sobre lo vivido mientras el vello empieza a acomodarse después de un frenético ir y venir de sentimientos plasmados en un gran texto de Montoro Lara y unas emociones transmitidas por el elenco compuesto por Ángela España, Jessica Cerón y David Terol.
‘Preparados, vivos, Ya!’ se desarrolla entre la nebulosa del tabú que suscita el tema del suicidio en nuestra sociedad. Nebulosa que, como niebla al alba, nos dio la bienvenida durante nuestro acomodo, mientras actores y actrices ya interpretaban ajenos a nuestra entrada tras el humo que hacía de telón semitransparente y que se acabó diluyendo a golpe de tambor una vez lleno el patio de butacas.
Los encontramos cada cual con su rol: Ángela España, que hacía de la madre de Emilia, andaba enganchada al teléfono, inquieta, intranquila; David Terol, pareja de Emilia, deambulaba entre toques de bombo y platillo componiendo la canción de su historia de pareja. Por su parte, Emilia hacía ejercicios de calentamiento en el centro de la escena preparándose para un nuevo y, quizás, definitivo gran salto.
La obra parte de una idea que, como saben, puede ser algo más duradero y dañino que cualquier bacteria o virus que se precie, pues cuando se apodera de nosotros es casi imposible erradicarla. Una idea lleva a Emilia a divagar por la senda de la desesperación tras el suicidio de su padre, intercalándose en ella pinceladas de lucidez y sensatez con arrebatos de ira y del más extremo autoconvencimiento sobre cómo debe ser el fin de sus días. El papel de su madre y de su pareja no será otro que intentar impedir las intenciones que Emilia, por derecho de sangre, cree que debe acometer. Se trata de una propuesta maravillosa en la que se retan en duelo vida y muerte, con argumentos incontestables por ambas partes, aunque, eso sí, con destellos de luz en todo momento hacia la esperanza.
No hacía falta más que mirar el titilar de los ojos de la protagonista para sobrecogerse. La interpretación de Jessica Cerón fue pura, sincera, lo que permitía entender y sentir con facilidad las fases por las que el personaje pasa durante toda la obra. Dolor y rabia bien medidas, incluso con lágrimas en los ojos que llegaron al público del mismo modo que brotaron de ella, de esa forma natural que se da cuando un texto te desgarra y el personaje te absorbe, cuestiones ambas que nos mantenían atados al acto de su padre, al de su tía y que nos atrapaba en algunas otras fotografías que se fueron revelando durante la representación.
Por su parte, David Terol, pareja de Emilia en la ficción, fue todo corazón, ilusión y esperanza. A la par diría que valentía, pues a toda costa trata de abrir los ojos a Emilia aunque el precio que pueda pagar sea la pérdida de su propia relación. El actor encajó a la perfección su rol, el cual quizás experimenta la evolución más visible de la función. De menos a más, pasó de ser un idealista enamorado a un enamorado sensato que explota para intentar afianzar a su amada a la vida real. Este proceso de transición fue interpretado de forma excelente, adaptando los registros pertinentes a cada uno de los momentos en los que se requerían.
Por último, Ángela España, madre de Emilia, realizó una figuración sublime en un papel que solo ella podía representar con esa mezcla de fuerza, impotencia y rotundidad. Llenó el escenario en cada una de sus intervenciones y nos aproximó a la angustia de una mujer, de una madre que ha perdido a su marido de una forma trágica y que siente perecer a su hija de la misma manera.
Niebla, sin tramoya ni telón, ni siquiera atrezo que disfrazara la esencia con la que la obra fue escrita. Sexo y rabia a quemarropa sobre camas en vertical, toques de bombo y platillos con redobles premonitorios. El deporte, la música y una tienda familiar como refugios ante la mayor de las obsesiones. El tabú de la felicidad tras la muerte de los nuestros, cómo llorarles tras su partida. Voces que incitan a saltar, a aferrarnos a la cuestión genética como destino sin marcha atrás. Exigirle demasiado a la vida, la debilidad ante el amor como factor común. Saber que el hecho de que la muerte esté ahí no significa que nos debamos acoger a ella. El amor por los poetas malditos, un tic-tac en el pecho marcando una cuenta atrás. La obra ahonda en el calcio del hueso, donde siempre hay una historia, allá, en el lugar preciso de la cicatriz.
‘Preparados, vivos, Ya!’ de la mano del maravilloso elenco de actores y actrices de la joven compañía de Teatro del Limo, Ángela España, Jessica Cerón y David Terol, y que fue interpretada en el Centro Párraga de Murcia, se erige como una obra destinada a remover conciencias tras tratar con delicadeza, mimo y naturalidad un tema tan tabú como el suicidio, lo que muestra el gran texto ante el que nos encontramos.
La obra, escrita y dirigida por Juan Montoro Lara, certifica su valía para abrir las puertas de cualquier teatro nacional que se precie. La cultura es segura y ésta, una obra necesaria.