Es la primera causa de muerte para los varones nipones de entre 20 y 44 años
El virus que tomó al mundo de improviso también deja efectos inesperados. En Japón ha contribuido a aliviar un mal endémico: su tasa de suicidios. En abril esta se redujo un 20%, su mayor caída en cinco años, incluso a pesar de que muchos de los programas de asistencia han estado suspendidos o cortos de personal a causa del confinamiento y en un contexto de alto estrés. Un positivo resultado que invita a experimentar con nuevas formas de hacer frente a un mal social que preocupa a las autoridades niponas.
No se oye a menudo, pero jisatsu es una palabra que esconde un gran problema. Ningún país del G-7 cuenta tantos suicidios como Japón, hasta el punto de que supone la primera causa de muerte entre los varones de 20 a 44 años. En 2013, 21,4 de cada 100.000 habitantes murieron por su propia mano, un índice que casi dobla a la media del resto de países desarrollados (12,7). Según los hallazgos de una encuesta elaborada por The Nippon Foundation en 2016, uno de cada cuatro japoneses “ha considerado seriamente quitarse la vida”. Kathryn Tanaka, profesora de estudios culturales en la Universidad de Otemae, destaca dos factores para explicar “esta compleja cuestión”: “La total ausencia de equilibrio entre la vida profesional y personal” y “el estigma que todavía rodea a la salud mental”.
En las últimas décadas, el Gobierno nipón ha incidido en el segundo de los factores, haciendo de la prevención del suicidio una prioridad en materia de salud pública. Todavía en los noventa el tema constituía un tabú en la sociedad japonesa, hasta el punto de que las familias afectadas tenían dificultades para encontrar apoyo profesional. El cambio llegó a partir de 2005, cuando se comenzó a conceptualizar el fenómeno como un problema social más que una cuestión íntima, lo que desencadenó el desarrollo de un protocolo en todos los niveles de la Administración. Desde su revisión en 2016, el Acta Básica de Contramedidas frente al Suicidio establece qué prefecturas, ciudades y pueblos deber poner en práctica medidas estratégicas específicas.
A consecuencia, el suicidio ha mantenido una continuada tendencia descendente desde que en 2003 alcanzara su máximo con 34.000 fallecimientos. En 2012, bajaron por primera vez de los 30.000. En 2015, la cifra disminuyó a 24.000. Los 20.000 finados de 2019 supusieron la décima reducción anual consecutiva. “Un alivio en la estigmatización, un mayor acceso a expertos y recursos en Internet y una economía estable” son, en opinión de Tanaka, las causas principales de este éxito. Pero no todas las métricas son tan esperanzadoras.
Hay un colectivo para el que este patrón bajista se ha invertido. Según datos del Ministerio de Educación, los suicidios infantiles están en su punto álgido. En el año escolar entre 2016 y 2017, por ejemplo, 250 estudiantes de educación primaria y secundaria se quitaron la vida, una cifra que quintuplicaba la precedente y suponía la más alta en casi tres décadas. El abuso escolar es uno de los elementos clave en esta dinámica, por lo que es frecuente que en abril se produzca un repunte en el número de casos al tratarse del mes en el que comienza el curso académico. La prórroga del inicio de las clases es uno de los argumentos esgrimidos para interpretar el reciente e inesperado descenso.
Cuando el Gobierno decretó el estado de emergencia a principios de abril, las autoridades esperaban que las cifras fueran a peor. Ha resultado ser al revés: durante este mes, 1.455 personas se quitaron la vida, 359 menos que en el mismo periodo del año anterior. Ahora, los expertos intentan analizar qué aspectos del confinamiento, ya finiquitado, ha tenido un impacto positivo. Muchos apuntan al teletrabajo y a una mayor cantidad de tiempo en compañía de los seres queridos. La serie histórica, por su parte, refleja que ante los desastres naturales los suicidios son menos frecuentes, como ilustra la bajada experimentada durante el tsunami y la posterior catástrofe nuclear de Fukushima en 2011.
Los factores económicos, no obstante, son críticos. Durante la crisis financiera asiática de 1997, la tasa de muertes autoinfligidas experimentó una subida sin precedentes del 35%, por lo que las autoridades temen el impacto que pueda tener la actual recesión. “Hay muchas teorías”, expone Tanaka, “aunque hay un aspecto particularmente llamativo: gran parte de la asistencia ha pasado de ser presencia a ser online. Intuyo que esta nueva forma de interacción puede ser más efectiva. Es un interesante camino por explorar”.