El drama del suicidio, cada vez más frecuente y nadie lo denuncia. Por Javier Navascués

El P. Jorge Luis Hidalgo es licenciado en Educación Religiosa por la Universidad argentina de FASTA. En esta ocasión analiza en profundidad el gravísimo problema del suicidio en las sociedades postmodernas. Lo hace desde diferentes puntos de vista, empezando por sus conocimientos teológicos y filosóficos y terminando en otros aspectos como el sociológico, el médico etc.

¿Qué afirma la Iglesia sobre el suicidio?

Ante todo, quiero agradecerle, Javier, la deferencia que me hace al hacerme una nueva entrevista.

Como es conocido por todos, el quinto mandamiento de la Ley de Dios prohíbe el asesinar. El Catecismo Romano, editado después del Concilio de Trento, afirma: “Tampoco es lícito a nadie matarse a sí mismo, por no tener nadie tal dominio sobre su vida que le sea lícito a su arbitrio darse la muerte; y por eso en el texto de esta ley no se dice: No matarás a otro; sino absolutamente: No matarás.”

Santo Tomás, en la Suma de Teología, da tres motivos por el cual siempre es gravemente pecaminoso el suicidio:

En primer lugar, es contrario a la inclinación natural a buscar la propia supervivencia, y va contra la caridad, por la cual cada uno debe amarse a sí mismo. De este modo, el suicida atenta contra el orden natural y sobrenatural.

En segundo lugar, porque, del mismo modo que cada parte se ordena al todo, el individuo debe buscar el bien común de la sociedad. Por esa razón atenta contra la justicia legal el asesinarse, como dice Aristóteles en su Ética a Nicómaco.

En tercer lugar, solo Dios da la existencia humana, y solo Él la quita, como Creador y Señor de todo ser humano. Esto ya lo sostenían los filósofos paganos. Platón, por ejemplo, escribe en Fedón, poniendo en boca de su maestro: «Dijo Sócrates: es muy justo sostener que uno no se puede suicidar y que es preciso esperar que Dios nos envíe una orden formal de abandonar la vida, como lo que hoy me manda». Por esto es que el hombre no puede tomar el lugar de Dios, determinando arbitrariamente ni el inicio ni el fin de la vida humana. Por ello tanto el aborto, la fecundación artificial y la clonación como la eutanasia y el suicidio se oponen gravemente al querer de Dios.

¿Por qué es considerado de suyo un pecado tan grave?

De suyo es un pecado grave porque es como si el hombre busca ocupar un señorío que no le corresponde.

Pero, como Ud dice con mucha precisión, es de suyo un pecado grave, lo cual no quiere decir que de hecho lo sea, ya que caben atenuantes a todas las acciones, incluso a las más graves. Puede llegar a haber motivos psicológicos que disminuyan la imputabilidad de las malas acciones.

Cabe agregar, además, que es grave no sólo que una persona se quite a sí misma la vida, sino que además induzca a otros a seguir su ejemplo, agregando el pecado de escándalo a su ya acto pecaminoso. Por esa razón es que el Código de Derecho Canónico de 1917, siguiendo las prescripciones del Derecho Griego y Romano, por la cual se castigaba a los suicidas con deshonor o vituperio post mortem, establecía: «Se han de privar de sepultura eclesiástica, salvo que antes de su muerte hayan dado algunos signos de penitencia: […] 3º Los que se asesinan a sí mismos, con deliberado consentimiento».

images_1

Teniendo en cuenta esta advertencia, el actual Código de Derecho Canónico, conservando el mismo espíritu, sostiene: «Se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser que antes de la muerte hubieran dado alguna señal de arrepentimiento: […] 3º A los demás pecadores manifiestos, a quienes no pueden concederse las exequias eclesiásticas sin escándalo público de los fieles».

En efecto, la Iglesia quiere evitar el escándalo, es decir, que el mal ejemplo de quien se ha quitado la vida sea imitado por otras personas más débiles en la fe.

La gente piensa erróneamente que cada uno es libre de hacer con su vida lo que quiera…

Esa apreciación del mundo moderno es fruto del liberalismo, que considera a la libertad como el valor supremo de la existencia.

Pero lo cierto es que antes que el obrar, lo que importa es el ser. “Para los vivientes vivir es el ser”, decía Aristóteles. El hombre debe obrar según su ser. Es libre en sus acciones, no para darse a sí mismo lo que es. Temporal y ontológicamente, su ser tiene prioridad sobre su obrar. Por eso es que no puede el ser humano obrar como si su libertad fuese omnímoda, creadora del bien y del mal.

En definitiva, cuando el hombre procede así, está volviendo a la tentación del Paraíso, donde querían Adán y Eva, por medio del conocimiento, discernir por sí mismos el bien y el mal, sin aceptar sus propias limitaciones. Y, antes que nuestros protoparentes, fue el pecado de Lucifer y los demás demonios, al no querer reconocer el señorío de Dios sobre su misma esencia. Y así como ellos se precipitaron al abismo por su falta, del mismo modo instigan a otros a que cometan el mismo error. Por algo Nuestro Señor llama al demonio el “homicida desde el principio”.

Háblenos de los atenuantes, incluso eximentes, de culpa…

En todas las acciones puede haber atenuantes, por el desorden de las propias pasiones. En el caso de los suicidas, la tristeza los puede empujar a la muerte, como sucedió en el caso de Judas. Comentando este suceso, dice Orígenes: «El diablo exageró de tal modo su tristeza que llegó al extremo de perder al desgraciado. Algo semejante pasó en Judas, pues luego que se arrepintió, no supo contener su corazón, sino que se dejó llevar de la tristeza inspirada por el diablo, la cual le perdió. Y sigue: “Y marchándose se ahorcó.”» Comenta Santo Tomás, al respecto: «¿Por qué hizo esto? Orígenes explica que esto sucede cuando el diablo precipita a alguien en el pecado, pues aun cuando le da un espacio de tiempo quiere precipitarlo en otro. Por eso el Apóstol queriendo que seamos precavidos dice en 2 Cor. 2, 7: “bastante es para ese tal el castigo infligido por la comunidad, por lo que es mejor, por el contrario, que le perdonéis y le animéis no sea que se vea ese hundido en una excesiva tristeza”. Judas fue absorbido de tal modo por la tristeza que se “fue y se ahorcó”.» Agrega San Juan Crisóstomo: «El espíritu maligno se adelantó a quitarle todo sentimiento de penitencia, a fin de que no sacara provecho alguno de su primer impulso y, al inspirarle que se matara, acabó con él con la muerte más ignominiosa, que fue patente a todo el mundo.»

Por eso dice Santo Tomás: «Aun la misma tristeza quita a veces el uso de la razón, como se ve en los que por causa del dolor caen en la melancolía o se vuelven maniáticos.» Por todo ello, se puede ver que las pasiones, en particular la tristeza, pueden obnubilar de tal modo a la razón, que lo puede impulsar a lo peor. A esto hay que agregar que el enemigo del alma, viendo nuestro momento de turbación interior, nos puede azuzar para consumar semejante ofensa a Dios.

De todos modos, Romano Amerio, en Iota Unum,  nos advierte que hoy, en la predicación, muchas veces se quiere diluir habitualmente la responsabilidad del suicida. Todos sabemos muy bien que la acción final de cada uno en esta vida es la determinante…

Por todo lo antes dicho, podemos concluir que caben atenuantes en este pecado, sólo conocidos por Dios, que es el único que juzga la interioridad de las almas.

¿Hay razones de esperanza para el suicida?

Quisiera traer a la memoria, para responder a su pregunta, una anécdota en la vida de San Juan María Vianney, narrada por Francis Trochu:

«El Cura de Ars, revestido todavía de sobrepelliz, apareció… Detúvose delante de la señora enlutada, la cual, para imitar a los demás, se había puesto de rodillas. Se inclinó a su oído, y le dijo “se ha salvado”. La desconocida tuvo un sobresalto. El Cura de Ars repitió: “Se ha salvado”. Un ademán de desconfianza fue toda la contestación de aquella forastera. Entonces el Santo le dijo otra vez silabeando: “Le digo a usted que se ha salvado. Está en el purgatorio, y hay que rezar por él… Entre el parapeto del puente y el agua, tuvo tiempo para hacer un acto de contrición. La Santísima Virgen le alcanzó esta gracia. Acuérdese usted del mes de María hecho en su habitación. Algunas veces su esposo, aunque irreligioso, se unía a las oraciones de usted. Esto le mereció la gracia del arrepentimiento y el supremo perdón”.

El señor Guillaumet no entendía estas palabras, a pesar de oírlas perfectamente por estar junto a la viuda. Hasta el día siguiente, no supo qué luces maravillosas de Dios habían iluminado a su siervo. La señora pasó en la soledad y en la oración las horas que siguieron a la entrevista con el Cura de Ars. Su fisonomía no era la de antes: había recobrado la paz. Poco antes de partir, fue la viuda a dar las gracias al Rdo. Guillaumet. “Los médicos me obligaron a viajar por mi salud, le dijo; pero lo que en realidad tenía era una desesperación horrible al pensar en el fin trágico de mi marido. Era incrédulo, y yo no vivía sino para llevarlo a buen camino. Pero no tuve tiempo. Murió de suicidio voluntario… No me lo podía imaginar sino condenado. ¡Oh, no verle nunca más!… Y, sin embargo, ha oído usted lo que me ha dicho el Cura de Ars: ‘¡Se ha salvado!’ ¡Le veré, pues, en el cielo!… ¡Señor cura, ya estoy curada!”

Como se puede ver en este relato, el hombre se salvó, por su devoción a la Santísima Virgen. Dios le concedió la gracia del arrepentimiento, antes de que perdiera su vida.

Por eso es que no hay que desesperar de la salvación de nadie. Por supuesto que no hay que ser temerario: hay que vivir en gracia de Dios, recibiendo santamente los sacramentos, y debemos confiarnos filialmente a la Santísima Virgen.

En cualquier caso que haya tan alto índices de suicidios en el mundo occidental es el fracaso de una sociedad….

Como afirma el P. Royo Marín, el número de suicidios es proporcional a la irreligiosidad de un pueblo. Una sociedad que ha perdido el fin de la existencia humana, que solo busca el placer por el placer mismo, que tiene aberración al dolor, al sufrimiento y a la enfermedad, solo puede dar como resultado que lo más importante para el hombre es tener una digna “calidad de vida”. Sin esta calidad, entonces la vida no merecería ser vivida. Y por eso se puede acabar con ella cuando se disponga.

Esta es la mentalidad de tantas personas en Occidente que piden la eutanasia. En lugar de ellas mismas ejecutarse, solicitan al Estado y a los profesionales de la salud que realicen este último “servicio” en los lugares donde está legalizado este crimen. En definitiva, estos médicos y estas Naciones se olvidaron del Juramento Hipocrático: «Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo».

¿Se podría afirmar que es como el nihilismo llevado hasta las últimas consecuencias?

Como afirma el Dr. Mario Caponnetto en su obra El hombre y la Medicina: «Por muy poca conciencia que muchas veces tenga de ello, el médico no se enfrenta a toda esta cotidiana realidad de sufrimiento y muerte si no es con alguna idea preconcebida del hombre y de su destino. Por eso, si lo que se promociona es la eutanasia no hay dudas de que lo que hay detrás es una concepción radicalmente nihilista del hombre y del mundo. Sólo quien considere al sufrimiento (y con él la vida humana misma) como un simple absurdo, un sin sentido, puede terminar aceptando la eutanasia como programa y como “solución” decorosa al problema del dolor y de la muerte.»

Evidentemente, el vaciamiento de la finalidad de la existencia del ser humano hace que el hombre sucumba frente al dolor, cayendo en la desesperación. La visión cristiana y natural auténticas, dadas por la Fe católica y por una sana filosofía realista, consideran la inmortalidad del alma, la primacía del ser sobre el tener, el valor redentor de sufrimiento, etc. El nihilismo es la carencia de todo ello, y por ello conlleva, como último corolario, la desesperación y el suicidio.

Producto de la postmodernidad el hombre ávido de placer y de felicidad y desemboca en lo contrario….

Exactamente. Muchas veces sucede eso. El hombre termina, como por un movimiento pendular, haciendo lo radicalmente opuesto a lo que dice buscar. Es la consecuencia propia de la negación del realismo: le termina explotando la ideología, al darse de bruces contra las cosas, tal cual son. El hombre tiene que reconocer su limitación, la existencia, tanto del dolor como del placer, su finitud, que, en definitiva, cuando la asume, es cuando puede ser auténticamente feliz. Esa asunción de su propia existencia lo hace reconocer como creado, y por lo tanto como dependiente del auxilio de la gracia de Dios, que es la única que puede salvar auténticamente al hombre; y es el único medio para alcanzar la felicidad verdadera del hombre, que está en la Patria Celestial. De este modo, toman un nuevo color las palabras de San Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios.»

Por ello, como el hombre actual vive lejos de la Fe verdadera, es decir la católica, por eso busca a tientas su felicidad. Es por ello que muchas veces reniega de su propia cruz, y termina cayendo en la tristeza, la desesperación y en la propia autoaniquilación.

Las estadísticas son demoledoras y las ocultan los gobiernos…

Habitualmente los gobiernos ocultan todas las cosas importantes. Se dejan llevar por el consumismo, los slogans o las modas del momento. No nos debemos engañar: las noticias importantes no se pueden escuchar de los habituales medios de comunicación, sino que debemos buscarlos en fuentes alternativas.

Recuerdo hace algunos años, cuando todavía era seminarista, que mi Obispo de ese momento, Mons. Rinaldo F. Brédice, me comentó que tendría la visita ad limina, con el Santo Padre, en ese momento el Papa Juan Pablo II. Tenía antes un cuestionario que responder, sobre ciertos temas. Una de las preguntas que le hacían desde la Curia Romana era: “¿Por qué en su diócesis existe el número más alto de suicidios en relación al número de habitantes de toda América Latina?” Recuerdo su comentario: quedó sorprendido frente a tamaña afirmación.

¿A usted como sacerdote le ha tocado atender a personas en riesgo de suicidio?

Así es. Me ha tocado ayudar a personas, tanto a familiares que han quedado perplejos frente a la decisión de algún ser querido suyo, como a personas que estaban pensando tomar esa trágica medida.

Lo importante es sacar del aislamiento y del encierro a esas personas, producto de la tristeza interior en la cual se refugian. Hay que ayudarles a que superen su pesimismo, y que realicen cosas que naturalmente sean buenas y que les hagan ver las cosas desde otra perspectiva.

Sobre todo hay que ayudarlos a ver las cosas desde la luz de la Fe. Desde la Luz de Dios, no hay trago amargo que no pueda superarse, ya que sabemos que la Cruz, llevada por amor al Crucificado, es fuente de santificación. El Señor puede convertir todo el dolor del mundo que sufra cualquier persona en méritos para la eternidad. «Ni ojo vio, ni oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman», como afirma San Pablo.

 

Es un tema muy delicado de llevar no sólo médicamente, sino espiritualmente…

Evidentemente, es un tema muy difícil. Delicado para el Pastor de almas, y muy doloroso para los que perdieron de este modo a un ser querido.

En toda circunstancia, debemos recordar siempre que “consolar al triste” y “soportar con paciencia los defectos del prójimo” son obras de misericordia espirituales. Por lo tanto, debemos llegar antes que alguno tome esa trágica decisión.

Si esta terrible acción ya se ejecutó, entonces debemos consolar a sus familiares y amigos, y no dejar de “rezar a Dios por vivos y difuntos”, como dice otra obra de misericordia espiritual, dejando el juicio de los actos interiores al Señor, que es el único que pesa los corazones.

el correo de madrid

Deja una respuesta