En el 90% de los tentativas de suicidio subyace algún problema mental. Hablamos con dos jóvenes que intentaron suicidarse y con una familiar de fallecida.
«Hablar del suicidio ha sido, es y será mi terapia», dice Alba Ruipérez, valenciana de 23 años. Alba ha venido a Madrid para participar en la jornada conmemorativa del Día Mundial de Prevención del Suicidio organizada por el Teléfono contra el Suicidio (911 385 385). Ella quiere contar su historia porque «tuve la suerte de despertarme». Dos veces. Sólo después habló.
Junto a ella se sientan otras dos mujeres: María Isabel Torrejón (San Fernando, Cádiz, 1990) y Silvia Melero (Madrid, 1976). La primera, como Alba, ha superado dos intentos de quitarse la vida. La segunda viene a hablar de los que se quedan cuando otros se van. Silvia perdió a su hermana Esther hace cinco años y medio. Ella le acompañó durante los años de antes, en los que hablaron detenidamente del sufrimiento con el que estaba cargando. Ahora, preside una organización llamada Luto en Colores, en la que se reúne con otros familiares. «Es muy importante compartir el dolor», asegura.
Aunque cada una de ellas tiene historias distintas, todas —Alba, Isabel y Esther— tienen en común los problemas de salud mental. No siempre sucede así. Pero sí es verdad que en el 90% de los casos de suicidio detectados en España subyacía alguna enfermedad de este tipo.
La de Alba fue una anorexia que enseguida se ligó a una depresión. Ella empezaba entonces a estudiar Bachillerato. Era un ambiente nuevo, gente nueva, rutinas nuevas. «Me comparaba continuamente», cuenta a EL ESPAÑOL. «A mí siempre me habían visto como una chica feliz, muy activa, muy deportista. Pero en un mes, mi actitud cambió. Dejé de ir a eventos o salir con mi familia. Me fui encontrando muy mal mentalmente. En esa época, me repetía constantemente que siempre iba a estar así: ‘No se me va a pasar esto, siempre voy a tener esta obsesión, no me voy a poder mover’. Estaba cansada física y mentalmente».
Entonces, ella y su familia apostaron por acudir a la sanidad pública, una decisión que define como «catastrófica». Allí le preguntaban por su ansiedad y le iban dando más y más medicación. «Pensaba que si desaparecía iba a ser un alivio para mí. También pensaba que todo lo que estaba a mi alrededor se iba a destruir, pero lo intenté. Por suerte, desperté».
María Isabel también tuvo una depresión a los 17 años. Antes, desde los 14, un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC). «Ambas enfermedades me influían tanto que pensaba que la vida no tenía sentido. Pensaba que, si no estaba, sería una carga menos para mi familia y yo me quitaría la enfermedad».
Según cuenta, su familia era consciente de «ese tipo de pensamientos» y le guardaban los medicamentos bajo llave y le hacían un control «bastante estricto». «Pero cuando una mente está enferma, hace lo que sea para encontrar recursos«.
«Es muy duro tener una persona dentro de tu casa que lo está pasando mal y no saber qué hacer», comenta Alba. Por eso, ella no contaba nada. Para evitar el sufrimiento. Nadie de su alrededor supo que había intentado suicidarse hasta que volvió a intentarlo una segunda vez, tres años después. «En ese segundo intento sí que me vino a la cabeza mi familia», relata. «Yo no me quería absolutamente nada. Había caído en picado y no me importaba. No quería seguir viviendo porque me parecía una tontería. Y en el último momento, me arrepentí. Por mi hermana y por mi madre. Por suerte, otra vez, desperté».
Tenía el móvil lleno de llamadas y mensajes. Su entonces pareja le preguntó y ella se atrevió a contarlo. Luego, «casi obligada», se lo dijo a su familia. «Y mi cabeza hizo clic. Mi familia, que era a quien más me daba vergüenza contárselo, ya lo sabía. No me iban a tratar mal ni distinto. Me habían visto peor que en ese momento, pero entonces no lo sabían. Mi miedo era contarlo, no quería que se distorsionara la realidad».
Acabar con el tabú
¿Por qué no hablamos del suicidio si cada día se suicidan en España 10 personas? ¿Si hay el doble de muertes que por accidentes de tráfico? ¿Por qué no hay ningún plan de prevención estatal? Silvia Melero, que perdió a su hermana Esther hace cinco años y medio, explica que «abordar la muerte es uno de los temas pendientes de nuestra sociedad. Hay un tabú que se multiplica con el suicidio.Al dolor por la pérdida, que ya es desgarrador, se le une el tener que mentir por el estigma que genera».
«Si mi hermana hubiese muerto por cáncer, nadie nos juzgaría«, asegura. «En el cáncer entendemos que hay veces que el tratamiento funciona y otras veces no. Con la salud mental pasa lo mismo: la mayoría de las veces se sale adelante, pero otras veces no».
María Isabel coincide en que el suicidio es un tabú y amplía el foco a la enfermedad mental. «Es una labor de todos, incluso de los propios enfermos, cambiarlo», dice. «Si no lo hablamos con normalidad, nunca vamos a conseguir que se quite ese estigma«.
Ella ha escrito un libro, Mi vida contigo y junto a ti, en el que cuenta su historia. También publicará próximamente un segundo titulado Sentimientos en tinta.
Para Alba, uno de los síntomas del silencio en torno al suicidio es que, si ella pronuncia esa palabra en un bar, todos los que están allí se giran y se callan. «La primera que tiene que tirar esa barrera del tabú es una misma», afirma. «Tienes que dejar de pensar qué pensaran los otros o avergonzarte si te señalan con el dedo y dicen: ‘Esta se intentó suicidar'».
Muchas veces se evita pronunciar la palabra suicidio porque se habla del «efecto contagio». Alba se ríe. «Yo creo que no he contagiado a nadie aún», sostiene. «Yo no voy a mandar mensajes optimistas, voy a decir realidades. Y la realidad es que cuando pasa algo así, también la persona tiene que estar alerta. Su alrededor y ella misma. Yo trabajo constantemente sobre mi mente. Estoy así, ¿qué hago para arreglarlo? En mi caso, lo que me reconforta es coger a alguien y decirle: ‘Menudo día llevo hoy’. Y visibilizarlo. Si no se visibiliza el suicidio, no se va a prevenir nada nunca».
La culpa
«Cuando hay una pérdida por suicidio, la culpa es la emoción que más nos estanca a quienes nos quedamos», explica Silvia. «También sentimos un juicio externo de que no hemos hecho lo suficiente. Es uno de los duelos más difíciles. Nos olvidamos de todo lo que sí hemos hecho y lo que hemos sostenido desde nuestras limitaciones». A ella, personalmente, le «fue muy liberador entender que no todo está bajo nuestro control».
Por eso, uno de los talleres de Luto en Colores consiste precisamente en poder hablar de ese sentimiento de culpa sin tabúes, sin prejuicios, y «expresar libremente lo que pensamos». «En cuanto lo empezamos a nombrar» cuenta Silvia, «empezaron a desatascarse un montón de casos del entorno que no se habían contado antes. Se había contado otra versión de la muerte de vecinos o amigos«.
Desde su experiencia, Alba cuenta que, igual que en sus tentativas pensaba que ella era la culpable de estar mal y de que su familia lo estuviera, luego se dio cuenta de que el problema estaba en que no se había dado cuenta de que era ella la que había recibido una serie de cosas, o de heridas, que no había sabido cómo afrontar. «Nadie tiene la culpa de todo al final», explica. «Mis amigos no sabían nada porque no contaba nada. Era tal la obsesión que no podía controlarlo. La depresión me llevaba a tener ese tipo de pensamientos y yo no los controlaba. Sentía un agujero, una estaca por dentro que no me podía sacar».
Pero ahora, mirándose, explica: «Puede ser que no se me vaya nunca de la cabeza, que vuelva, pero tendré que luchar con ello. Vivo en un trabajo diario. En casos así, te vas empujando día a día: ‘Me ha pasado esto, pero mañana voy a hacer esta pequeña otra cosa’. Cuando estás mal, la sensación de ‘qué bien estoy aquí’ no se te pasa por la cabeza. Sigues teniendo esa nube y sabes que en cualquier momento puede llover, pero ya sabes abrir el paraguas«.
Pedir ayuda
Si está en una situación parecida, por favor, cuéntelo y solicite ayuda. No se aísle. Hable con su médico de familia u otro profesional sanitario. También puede llamar al teléfono contra el suicidio (911 385 385), al teléfono de la esperanza (717 003 717) o a emergencias (112). Muchas personas que han pasado por algo así inciden en que los que piensan en el suicidio no quieren morir, sino liberarse de las situaciones intolerables de la vida y del sufrimiento emocional y físico. Pero hay soluciones.