Cuando el suicidio va ganando terreno en niños y adolescentes

Es inevitable hablar del tema cuando niños y adolescentes han estado expuestos a las últimas noticias. En nuestro rol de adultos estamos en el deber de orientarlos y de crear las condiciones para que ninguno piense en la opción del suicidio

“No puedo más con esta vida, por qué no me dejan acabar con esto, sería mejor no estar aquí, no sentir, estoy cansado de vivir”. Estas son palabras que podrían hacernos imaginar que se puede tratar de una persona mayor, realmente cansada de vivir. Pero puede tratarse también de un adolescente de 16 años. ¿Qué puede llevar a que una persona tan joven y llena de vida esté pensando en la alternativa de quitarse la vida?

Cuando empecé a escribir este artículo aún no había ocurrido el suicidio del expresidente Alan García. No podía evitar sentirme muy preocupada.  Escucho afirmaciones similares a la que abre este artículo cada vez con mayor frecuencia. Si tuviera que hacer un análisis de mi trabajo como psicóloga durante todos estos años,  cada vez más niños y adolescentes se ven atrapados por esta ideación suicida (pensamientos de no poder afrontar la vida y de que sería mejor no estar aquí, que incluyen en ocasiones el revisar alternativas acerca de cómo acabar con la propia vida), y en algunos casos la concreción de acciones en un intento suicida (realizando la autoagresión con la intención de morir sin lograr el cometido).

Movida por esta preocupación encontré cifras alarmantes. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 800,000 personas se suicidan al año. Y el suicidio es la segunda causa de defunción en el grupo de 15 a 29 años. En nuestro país, de acuerdo con el Instituto Nacional de Salud Mental, el 15% de la población que ha cometido suicidio corresponde a niños y adolescentes entre el rango de edad de ocho a 17 años. El 25.9% de menores entre 12 a 17 años ha tenido alguna vez deseo de morir, según un estudio actual del Ministerio de Salud (Minsa).

Si es difícil explicar qué lleva a un adulto a cometer un acto de suicidio, ¿qué puede explicar que niños y adolescentes estén pensando en quitarse la vida y en ejecutar dicha acción? Sabemos ya que la causa del suicidio es multifactorial (responde a varios factores que convergen en un individuo y se combinan de tal manera que la persona no ve otra salida que quitarse la vida): cuadros de ansiedad y depresión, lo vivido en la historia personal y familiar, condiciones de vida adversas (sociales, económicas, políticas) y la carga genética pueden empujar a las personas al suicidio.

Es preocupante cómo los adultos somos quiénes estamos (por lo general sin darnos cuenta) vendiendo ideas erróneas acerca del suicidio a nuestros niños y adolescentes: el suicidio como un escape a las frustraciones y conflictos, como forma de buscar alivio al dolor, rechazo o pérdida, como acto heroico y sublime, entre otros mensajes que pueden escuchar.

¿Qué podemos hacer frente a este panorama?, ¿Cómo revertir esta tendencia de las generaciones más jóvenes de nuestro país a considerar el suicidio como una opción? Estoy convencida de que es una tarea de todos trabajar desde la prevención: en los hogares, en la escuela, desde los medios de comunicación y desde las políticas de salud pública.

Desde los hogares: es vital que los niños y adolescentes se sientan queridos, escuchados, valorados. Vincularnos con nuestros hijos legítimamente, así la relación de pareja no haya prosperado. El vivir en hogares disfuncionales aumenta riesgos. Lo ideal es que nuestros hijos vivan en un ambiente de armonía, en el que los conflictos se resuelvan a través del diálogo y no a través de la violencia (se debe evitar cualquier forma de violencia hacia ellos, poniendo límites pero con respeto). Recodar también que como padres somos modelo, y que, si ven en nosotros personas sanas emocionalmente y que saben afrontar adecuadamente la adversidad, aprenderán a no dejarse vencer fácilmente.

Desde la escuela: fomentar un ambiente de sana convivencia, donde se elimine el bullying y cualquier forma de maltrato. Que la escuela sea un espacio donde también se sientan valorados, donde puedan desplegar sus potencialidades y expresarse. La escuela debe incorporar programas de educación emocional (dando herramientas a los alumnos para entender y regular sus emociones) y de habilidades sociales, que les permita aprender a relacionarse adecuadamente y a solucionar conflictos.

Familia y escuela deben cuidar también el entorno virtual, fuente constante de ciberbullying, o plagado de información que puede convertirse en suicidio asistido (donde se ayudan u orienta proporcionando medios o conocimientos a otros que quieren acabar con su vida).

Desde los medios de comunicación: Cuidando el contenido y la manera de expresar los acontecimientos, analizando bien los hechos, siendo veraces y refutando ideas distorsionadas que lo único que hacen es confundir a nuestros jóvenes.

Desde las políticas de salud pública: habiendo sido declarado ya el suicidio como un problema de salud pública en nuestro país, es primordial seguir implementando programas de prevención e intervención que permitan mejorar la salud mental.

Estemos todos alertas a las señales de alarma: si un niño o un adolescente empieza a hablar sobre muerte o suicidio, sobre irse o marcharse, o dice cosas que pasarían en su ausencia (“ya no me necesitarán”, “ya no les daré problemas”), manifiesta sentirse inútil o que nadie lo quiere, regala sus pertenencias, obtiene objetos riesgosos (cuchilla, pastillas, etc.); está en riesgo. También puede presentar conductas como aislarse, retraerse, estar muy desmotivado, más callado, no dormir, no comer, presentar cambios muy drásticos de humor o no poder regular sus emociones (está muy triste y decaído, o extremadamente ansioso o agitado).

No relativicemos, no pensemos que está manipulando. Más bien tomemos inmediatamente cartas en el asunto, busquemos ayuda de profesionales en salud mental, y ofrezcamos nuestro apoyo incondicional. Los mensajes hacia ellos deben ser contundente: “Estoy aquí”, “Cuentas conmigo”, “Te amo”, “juntos vamos a lograr salir de esto”.

Bostwick y colaboradores (2010) encontraron que los intentos previos son indicadores de posible suicidio ulterior si es que no se toman las medidas del caso. Este dato es importante, y es contundente en el cuidado que hay que tener cuando ya se ha recurrido a un intento de suicidio.

Cierro este artículo con una reflexión para nosotros los adultos. Si tienes hijos, eres maestro o tienes algún vínculo cercano con niños y adolescentes: ¿Ya hablaste con ellos acerca del suicidio? ¿Les has explicado que hay alternativas de solución a los problemas?, ¿Los has escuchado al respecto? Es inevitable hablar del tema, cuando niños y adolescentes han estado expuestos a las últimas noticias. En nuestro rol de adultos estamos en el deber de orientarlos y de crear las condiciones para que ninguno piense en la opción del suicidio.

rpp

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