Esta es quizá la máxima y más difícil decisión que un ser humano pueda tomar debido, principalmente, a la incertidumbre del más allá y a los deseos innatos y hasta biológicos por mantenernos el mayor tiempo posible con vida.
El acto de quitarse la vida y la visión que este hecho implica ha cambiado con el paso del tiempo y tomado forma gracias, en gran medida, a la religión y la cultura de las distintas sociedades.
Esta es quizá la máxima y más difícil decisión que un ser humano pueda tomar debido, principalmente, a la incertidumbre del más allá y a los deseos innatos y hasta biológicos por mantenernos el mayor tiempo posible con vida.
Pero de todos los seres vivos, el hombre es el que desarrolló una sociedad y una cultura lo suficientemente sofisticadas como para considerar el suicidio desde distintos puntos de vista, e incluso intentar regularlo.
UN POCO DE HISTORIA
Del latín Suicidium, que proviene a su vez del latín: sui, ‘de sí mismo’, y cidium, ‘-cidio’. Este último es un elemento compositivo que implica la «acción de matar» y que surge de la raíz de caedĕre, ‘matar’. El suicidio fue considerado durante casi toda la Edad Antigua como una salida honorable a diferentes circunstancias en Occidente.
Las primeras regulaciones del suicidio que se conocen provienen de la antigua Atenas, en donde suicidarse sin permiso del Estado era considerada una falta y por lo tanto el suicida no recibía los honores ni el entierro formal.
El filósofo Platón se oponía abiertamente al suicidio, sin embargo hizo tres excepciones para cometerlo:
– Cuando fuese ordenado legalmente por el Estado, como el caso de Sócrates, uno de los suicidios obligados más famosos de la historia antigua.
– Cuando se está padeciendo de enfermedades dolorosas e incurables
– Cuando uno se ve obligado a ello por la ocurrencia de alguna desgracia insoportable.
Pese a todo, el suicidio era considerado como una forma de mantener el honor o evitar la humillación. Esta idea fue adoptada por Roma, en la que se emitían pedidos de suicidio que eran entregados a generales y patricios considerados como potencialmente peligrosos para el senado romano.
Inicialmente permitido por Roma, tuvo que ser regulado debido a la gran cantidad de suicidios entre esclavos y soldados, hecho que significó un crimen contra el Estado por las pérdidas económicas que significaba. Hasta entonces las principales religiones occidentales no consideraban esta práctica como algo necesariamente negativo o prohibido.
EL CRISTIANISMO
La aparición del cristianismo como una religión de rápido crecimiento entre los marginados del imperio romano, trajo consigo una visión radicalmente distinta a la que se tenía del suicidio. Para el cristianismo la vida era un regalo entregado por un único dios, y solo éste podía quitarla.
El hecho de acabar con la vida propia era considerada una falta grave al don de Dios de la vida, por lo que las promesas de salvación más allá de la muerte no llegaban al alma de dicho cuerpo. Morir por mano propia era considerada una condena eterna para el suicida. Es así que en el Concilio de Arlés del año 452, los obispos consideraron el suicidio como un pecado, obra de Satanás, y los suicidas eran excomulgados.
EL CATECISMO
Según el Catecismo de la Iglesia católica, en sus artículos del 2280 – 2283, el suicidio «contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo».
Sin embargo, los trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, «pueden disminuir la responsabilidad del suicida».
Además, consideran que «no se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida».
LAS PRIMERA SECULARIZACIONES
Esta visión del suicidio empezó a cambiar con el Renacimiento durante los siglos XV y XVI, época en la que se registran las primeras defensas modernas del suicidio a manos de John Donne en su obra ‘Biathanatos’, en la que sugiere que el suicidio «no es contrario a las leyes de la naturaleza, la razón o Dios», además señala algunas circunstancias en las que «la razón recomienda el suicidio».
Pero no fue hasta la época de la Ilustración, que nació a mediados del siglo XVIII y duró hasta los primeros años del siglo XIX, que la secularización de la sociedad comenzó a cuestionar fuertemente el tema del suicidio y las implicancias religiosas, presentando una perspectiva moderna.
El filósofo David Hume negó que el suicidio fuera un crimen debido a que no afectaba a ninguna persona y que hasta podría ser en beneficio del propio individuo. En sus ensayos sobre este tema: Suicidio y la Inmortalidad del Alma de 1777, el filósofo aseguraba que:
«Un hombre que se retira de la vida no hace daño alguno a la sociedad; lo único que hace es dejar de producirle bien. Y si esto es una ofensa, es, ciertamente, de la más modesta especie».
Para el siglo XIX en adelante, las sociedades occidentales empezaron a hacer una diferenciación entre los preceptos religiosos, y se enfrascaron más en el estudio de los motivos que llevan a una persona a cometer un acto tan drástico.
La psiquiatría científica, propia de este siglo, empezó a considerar el suicidio como el resultado de enfermedades psiquiátricas como la depresión. Con el advenimiento de la controversia de la biopsiquiatría y el despegue de la psicofarmacología, pasa a ser descrita como el resultado de una enfermedad más, y por tal motivo tratable en la mayoría de aspectos.
DEBATE ACTUAL
Pese a estar descriminalizado prácticamente en la mayoría de países (el suicidio asistido), la autoeliminación sigue manteniendo un estatus de tabú en las sociedades, principalmente marcadas por los preceptos religiosos judeocristianos. El debate laico radica en establecer en qué situaciones se deba considerar el suicidio asistido como una salida a una vida en circunstancias penosas.
Mientras que la psiquiatría y la medicina mantienen sus estudios sobre el tratamiento de las enfermedades de la mente, muchas personas siguen viviendo al borde del abismo.
DATOS
– En el presente texto se consideró exclusivamente la visión de las sociedades occidentales.
– Las sociedades orientales tienen otras consideraciones sobre el suicidio como es el caso de Japón, en donde primó durante toda su historia hasta inicios de la Edad Contemporánea, la idea romántica del suicidio reflejada en los Samurai.