Fran Calvo-García1,2, Cristina Giralt-Vázquez1, Anna Calvet-Roura1,3 y Xavier Carbonells-Sánchez41Red de Salud Mental y Adicciones, Institut d´Assistència Sanitària2Universidad de Girona3Hospital Santa Caterina4Universidad Ramon Llull |
María es una niña de 6 años que vive con su familia en un tranquilo municipio alejado de la gran ciudad. De vez en cuando, a la familia de María le apetece pasar el día y pasear por sus ajetreadas calles, hacer alguna compra, e incluso probar algún plato especial en un restaurante diferente. María estaba inquieta pues nunca había ido a Madrid. Si más no, no lo recordaba.Cogidas ambas manos a las de sus padres, sonreía mientras trataba de estar atenta a la multitud de personas, carteles, sonidos, ofertas, colores. De pronto, al llegar a una calle muy ancha por donde no pasaban coches, vio a un señor un poco extraño. Destacaba del resto por mostrar un porte grisáceo. No sólo por el reflejo de sus ropas mugrientas y su tez y sus manos curtidas. Su mirada era diferente. Era como si, aun estando recostado en medio de la calle, estuviera sin estar. Y debiera ser verdad, pues el resto de la gente ni siquiera lo miraba. Aunque lo veían, pues algunos hacían ejercicios de verdadero equilibrio para no pisarlo. | |
– ¿Qué le pasa a ese señor? –Espetó a su padre-– Es un indigente, cariño, pide ayuda para comer. –Contestó-.– ¿Qué es un indigente?- Ambos progenitores se miraron.– Un indigente es un señor que no tiene casa y vive en la calle.– Y, ¿por qué nadie le ayuda?Pasear por el centro de una gran ciudad y encontrar a personas que duermen en la calle, que la transitan acompañados de sus pertenencias, o que guardan celosamente un espacio desde el que piden una ayuda económica para pasar el día, es bastante usual. De hecho, es una situación que ha tendido al aumento, de la misma forma que lo han hecho las desigualdades sociales, sobre todo desde el inicio de la crisis económica en el año 2008 y cuyas consecuencias siguen influyendo sobre los colectivos más vulnerables. Pero las personas Sin-Techo, es decir, aquellas que duermen en la calle y pasan el día en el espacio público, aunque puedan dormir en algunos casos en un albergue específico, no son más que la parte más visible para la ciudadanía –la punta del iceberg- de un fenómeno denominado Sinhogarismo, que es mucho más complejo..El Sinhogarismo –traducción del término anglosajón Homelessness– se refiere a una problemática difícil de delimitar, que se relaciona ampliamente con las dificultades para acceder a la vivienda, y de la que se derivan graves consecuencias sociales, psicológicas y orgánicas. Incluye otras categorías como aquellas personas que, aun no durmiendo a la intemperie, no tienen vivienda, viven en instituciones (centros penitenciarios, sanitarios, refugios), en viviendas inseguras o inadecuadas (desde casas ocupadas y barracas, hasta habitaciones compartidas, pisos insalubres o, en el caso de la violencia machista, vivir obligatoriamente con el agresor por no disponer de posibilidades de vivir en otro lugar)1. Dicho de otro modo, no se trata únicamente de que la persona no tenga un techo donde cobijarse, sino de que no tenga cubierta la necesidad básica de un hogar digno.Aunque esta definición es heterogénea, y abarca multitud de situaciones distintas, las Personas Sin-Hogar (PSH) tienen en común que padecen con más frecuencia y mayor gravedad problemas de salud. En comparación con la población general, las PSH presentan mayor índice de enfermedades orgánicas, propias del deterioro asociado a la falta de recursos, malos hábitos alimentarios, exceso de vigilia o deambulación. También se contagian con más frecuencia de infecciones como el VIH, la Hepatitis-C o la Tuberculosis2.Las enfermedades mentales inciden asimismo con más frecuencia y su sintomatología es más severa. Tanto aquellas relacionadas con los consumos de drogas –entre las que se incluye el alcoholismo-, los trastornos de personalidad o los trastornos mentales severos, especialmente los psicóticos o del estado del ánimo3,4.No existe evidencia científica suficiente para determinar si los desordenes relacionados con la salud mental, son la causa o la consecuencia del Sinhogarismo. Algunos trabajos indican la significación entre las adversidades padecidas en la infancia –especialmente los maltratos y abusos sexuales- y la situación de trastorno mental de las PSH.5 Otros, encuentran fuertes relaciones entre el aumento de sintomatología de determinados trastornos y los días que la persona suma como PSH, cosa que propicia o agrava la evolución de las enfermedades. Independientemente de si el trastorno mental está en el origen o no de esta problemática, en lo que sí coinciden una amplia mayoría de trabajos científicos es en la clara existencia de esta relación.A todo ello se le suma un alto grado de aislamiento social y familiar, un deterioro progresivo de las relaciones personales y mayores dificultades de acceso a los servicios sociales y sanitarios de los casos más graves.6 En consecuencia, teniendo en cuenta que algunos de los factores de riesgo de conducta autolítica son el padecimiento de trastornos mentales, un estado de depresión y desesperación, el consumo de alcohol u otras drogas, las enfermedades crónicas e incapacitantes y una situación social y familiar frágil favorecedora del aislamiento y/o la marginación social,7 y que estos factores de riesgo se deben considerar de forma acumulativa,8 las PSH son uno de los colectivos con más riesgo de cometer una tentativa autolítica.En el estudio realizado en la ciudad de Girona durante el año 2015, se observó que dos de cada tres individuos presentaba riesgo de suicidio, y que uno de cada cuatro se había intentado suicidar alguna vez en su vida. Las personas con adicción al alcohol y las mujeres fueron las que presentaron un mayor riesgo de suicidio. Por otro lado, las personas que consumían drogas inyectadas o estaban infectadas por el VIH o la Hepatitis-C, habían intentado suicidarse como mínimo una vez en su vida con mayor frecuencia.Es evidente que las PSH son muy vulnerables a los problemas de salud mental –incluido el suicidio- y, por lo tanto, la intervención profesional dirigida a su tratamiento debe ser especializada, debido a su elevada complejidad. Los retos que plantean a las redes de salud mental son inminentes: la mejora de las condiciones de acceso a los servicios, y el requerimiento al trabajo en medio abierto (en la calle) de equipos especializados en salud mental y Sinhogarismo. Lo uno y lo otro.La visión de María, al inicio del texto, nos invita a reflexionar sobre la frescura de la ausencia de determinados prejuicios. Recordamos: aquellos juicios previos al conocimiento de una determinada realidad. La responsabilidad, ya no de la ciudadanía (que también), sino de las instituciones, sobre la que recae una parte importante de la función pedagógica y asistencial, debe asumirse en la traducción de programas e intervenciones proactivas que la evidencia científica ha demostrado que funcionan incluso para erradicar el Sinhogarismo, con unos costes en salud menores a las intervenciones reactivas o con carácter de urgencia.El artículo completo puede encontrarse en la Revista Clínica y Salud:Calvo, F; Giralt, C.; Calvet, A. Y Carbonells, X. (2016). Riesgo de Suicidio en población sin hogar. Clínica y Salud, 27, 89-96. |
Referencias:1FEANTSA (2005). European Tipology on Homelessness and Housing Exclusion (ETHOS), Brusels: Belgium. [Disponible en: http://www.feantsa.org/spip.php?article120&lang=en].2Beijer, U., Wolf, A., y Fazel, S. (2012). Prevalence of tuberculosis, hepatitis C virus, and HIV in homeless people: a systematic review and meta-analysis. The Lancet Infectious Diseases, 12(11), 822-823.3Ball, S., Cobb-Richardson, P., Connolly, A. J., Bujosa, C. T., y O’Neal, T. W. (2005). Substance abuse and personality disorders in homeless drop-in center clients: Symptom severity and psychotherapy retention in a randomized clinical trial. Comprehensive Psychiatry, 46, 371–379. http://dx.doi.org/10.1016/ j.comppsych.2004.11.0034Glasser, I., y Zywiak, W. (2003). Homeless and substance misuse: A tale of two cities. Sustance use & misuse, 38, 551–576. http://dx.doi.org/10.1081/JA-1200173855Shelton, K. H., Taylor, P. J., Bonner, A., & van den Bree, M. (2009). Risk factors for homelessness: Evidence from a population-based study. Psychiatric Services, 60(4), 465-472.6Muñoz, M., Vázquez, J.J., Panadero, S., y Vázquez, C. (2003). Características de las personas sin-hogar en España: 30 años de estudios empíricos. Cuadernos de psiquiatría comunitaria, 3(2), 100–116.7Ayuso-Mateos, J., Baca-García, E., Bobes, J., Giner, J., Giner, L., Pérez, V., y Grupo RECOMS. (2012). Recomendaciones preventivas y manejo del comportamiento suicida en España. Revista de Psiquiatría y Salud Mental, 5, 8–23. http://dx.doi.org/10.1016/j.rpsm.2012.01.0018OMS – Organización Mundial de la Salud. (2004). Prevención del suicidio. Un imperativo legal. Resumen ejecutivo. Ginebra: OMS. |