Sara Calleja se tiró del balcón de su casa de Ibiza en julio del 2015, tras escribir una carta en la que explicaba que no soportaba más el maltrato psicológico de su pareja. Su fallecimiento, sin embargo, no se recoge en las estadísticas oficiales de víctimas mortales, pese a que los expertos en violencia machista y los centros que trabajan para ayudar a las afectadas dan cuenta de que muchas mujeres sufren una presión tan grande y tienen tanto miedo a su carcelero que ven en el suicidio su única solución.
Al no disponer de cifras es difícil saber cuántas recurren a esta opción dramática y sin salida. No obstante, sí que se cuantifica cuántos asesinos se quitan la vida después de matar a sus parejas. La dificultad de contabilizar a las víctimas radica en que, en muchos casos, no dejan una carta o no han dado señales de que el suicidio viene motivado por un maltrato extremo. Lo habitual es que tras el fallecimiento se achaque su muerte a una depresión.
Y es que un estudio de Karen Devries, socióloga inglesa experta en esta lacra, indica que las mujeres que viven bajo el yugo machista tienen el doble de probabilidades de sufrir depresión y al revés, las mujeres que padecen esta dolencia, tienen casi el doble de posibilidades de sufrir maltrato. Y una investigación del que fuera delegado contra la violencia de género en la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero, Miguel Lorente, arroja que el 63% de las mujeres alojadas en centros de acogida confiesan que han intentado quitarse la vida y el 80% lo ha pensado en alguna ocasión.
El miedo y la baja autoestima
Da fe de ello Natividad Hernández Claverie, psicóloga de la Comisión para la investigación de malos tratos, que ha atendido a muchas maltratadas con tendencias suicidas. «El miedo, una situación en la que dependen económicamente del agresor, el temor por los hijos y una autoestima mermada hace que algunas mujeres lo consideren una salida», explica. La psicóloga alerta de que la difusión de asesinatos, en los que la víctima ha denunciado su situación, y aún así el sistema no la ha protegido suficientemente, no ayudan, porque muchas mujeres creen que al interponer una denuncia su riesgo se incrementa exponencialmente.
«El miedo, el temor por los hijos y la baja autoestima hace que algunas mujeres lo consideren una salida»
Psicóloga de la Comisión para la investigación de los malos tratos
Por eso, la especialista demanda que se coloquen más pulseras de geolocalización del agresor, se aumente el número de prisiones preventivas y, en definitiva, se mejore la protección de las víctimas. Asimismo, propone más campañas para convencer a las afectadas de que pidan ayuda, incluso antes de interponer la denuncia, para que vayan asesoradas y no den pasos en falso.
El agresor sale de rositas
En su opinión, tener estadísticas de las mujeres que intentan o logran suicidarse «ayudaría muchísimo» a la lucha contra esta lacra. Opina lo mismo que Lorente María Gavilán, jueza experta en maltrato y Sonia Gilsbert, fiscal especializada en violencia machista. Las juristas alertan además de que, ante un suicidio, el presunto agresor puede salir de rositas, salvo que haya cometido otros delitos o se demuestre que está detrás de la muerte. «Tengo algunos archivos de casos que han acabado en suicidio», explica la fiscal, que precisa que la víctima en estos procesos es la prueba de cargo y por tanto es «difícil seguir adelante» sin su testifical.
Los especialistas solicitan además protocolos que permitan, por ejemplo, detectar las conductas suicidas por parte de los médicos de familia. La ministra de Sanidad, Carmen Montón, quiere incluir a las maltratadas entre los colectivos con «riesgo alto» dentro del primer plan antisuicidios estatal. Y, como consejera en Valencia estableció mecanismos de detección. Falta por ver cómo se implementan en el resto del país.