Su hijo se suicidó hace seis años. Begoña de Pablo, catalana de 57 años, tiene dos edades: una llegó hasta el 14 de diciembre de 2012, cuando Álex se arrojó al tren. La otra la vive desde entonces, pegada al teléfono de Después del Suicidio-Asociación de Supervivientes para ayudar a los hundidos.
Es administrativa, pero ya sabe más de personas que de carpetas. Entró en la asociación dos meses después de que su hijo se suicidara. Ese día, él había enviado un currículum. Hoy ella usa su vida para abrigar a otros.
P ¿Qué pasó con su hijo?
R Con 32 años se fue a Inglaterra a empezar de cero; le habían estafado. Al poco tiempo se sintió mal, vino y le diagnosticaron colitis ulcerosa. Volvió a irse, pero tuvo un bajón terrible, medio separado de la novia y enfermo. Iba al lavabo 20 veces al día. Y el estrés; imagínate, conduciendo un camión y parando cada poco, sin casi saber inglés. Volvió y le ingresaron. Era cautivador y muy querido. Su obsesión es que iba a tener toda la vida la bolsa de heces. Y cayó en la depresión. Lo primero que le dijo a la psiquiatra fue: ‘Si tuviera una pastilla en la mesa para no seguir viviendo me la tomaría ahora mismo’. Ella le dio antidepresivos y buscó un ingreso. Era un jueves y Álex tenía ingreso para el martes siguiente. Pero el 14 de diciembre, viernes, fue a una estación y se tiró al tren. Esa mañana había enviado un currículum. Hasta el último momento estuvo en la dualidad de salir adelante. Me decía que no podía más, que se reía por nosotros. Le mirabas y tenía un dolor tan enorme… tanto, tanto, tanto… sufría tanto…
P ¿El suicidio se presiente?
R Yo lo sabía. Y aun así, piensas que vas a llegar a tiempo, que no va a ocurrir. Un médico me dijo: ‘No le dejen solo’. Luego he pensado: ‘Qué cojones tienen con eso de no le dejéis solo’. ¿Pero cómo te pueden meter esa mierda para siempre en tu cabeza? No le dejamos solo, pero él aprovechó que mi marido se fue al lavabo para salir por la puerta.
P ¿En algún momento usted ha entendido la muerte de Álex?
R Sí. Ya sé que es raro, pero sí. No lo comparto, eh. Yo no estoy a favor del suicidio; el suicidio es una enfermedad. Pero yo entendí que ante semejante dolor era una liberación. Nunca sentí que me estaba haciendo una putada. Su enfermedad no le dejó hacer otra cosa. Nadie puede imaginar aquel dolor. Yo lo he visto en sus ojos, pero no lo he sentido. Si lo sientes, no puedes seguir porque es brutal. Devastador. Es el anularte.
P ¿Usted se siente culpable?
R A ver… Sí. Sí. Te sientes culpable. Yo me sentía culpable de no sentir más dolor. Me sentía culpable de poder levantarme de la cama. De no morirme. ¿Cómo puedo seguir viviendo? ¿Cómo puedo ir a la calle? Eso es que no me duele lo suficiente. Pensaba que si lo hubiera ingresado antes… Luego conocí a la madre de una chica que se suicidó en el hospital. Me ayudó, porque yo no hubiera podido cambiar la historia. Intento pensar que la vida me regaló durante 32 años a una persona especial.
P ¿Qué se puede hacer ante un ser querido con ideaciones suicidas?
R Llevarlo cuanto antes a un psiquiatra, un profesional. Y abrazarle, tocarle. Eso conforta, porque quizá lo que le dices le suena a hueco, pero el contacto físico sí lo entiende.
P ¿Qué le rechina oír a alguien que quiere quitarse la vida?
R El discurso ese de: ‘No te preocupes, mañana estarás mejor’. Les importa una mierda. El mañana no existe para ellos. O es negro.
P ¿Cómo trata la calle el suicidio?
R Con absoluto desconocimiento. Y con absoluto miedo de enfrentarse a ello aunque cualquier persona en cualquier momento pueda morir por suicidio. Un tabú por miedo.
P ¿Qué oye al teléfono?
R Lo que más impacta es cuando te preguntan si alguna vez van a dejar de sentir el dolor que sienten.
P ¿Y usted qué les dice?
R Que sí. El dolor es para siempre, pero no de la misma manera.
P ¿Hay alguien que haya llamado en la antesala de su suicidio?
R Sí. Acaba de llamar un chico. Estas llamadas no las solemos atender porque no nos sentimos preparados. Yo perdí a mi hijo y no le pude ayudar. A este chico le he escuchado y le he dado teléfonos de colectivos en Madrid. Es la desesperación.
P ¿Ha pensado en suicidarse?
R Mira… Es delicado… Yo rechazo el suicidio porque sé el daño que hace a los demás. No lo contemplo. Pero el cansancio de vivir sí lo tengo.
P Es el poema de Hernández: ‘Umbrío por la pena, casi bruno…’.
R Exacto. ‘Porque la pena tizna cuando estalla…’.
P Deme una palabra por si alguien que nos lee está pensando en acabar con su vida…
R Irreversibilidad. El suicidio no es verdad. No es tu decisión, es algo que no funciona y te deja cometer este acto. No es la eutanasia. El suicidio no es verdad. Y es irreversible.