La investigación da por hecho que Daniel Suárez usó un arma de confección casera para quitar la vida a su mujer y luego se suicidó. Renunciaron a permanecer en una residencia de ancianos de Oviedo
Anoche fue el sobresalto. Hoy, la conmoción. Y también la extrañeza. Entre los vecinos del número 4 de la calle de la Felicidad, en el barrio gijonés de Ceares, cunde hoy el pesar por la muerte de dos de los vecinos del inmueble, los más veteranos: Daniel Suárez Fernández y Maruja Álvarez, una pareja de octogenarios sin hijos que anoche fueron hallados sin vida y con sendos disparos en la sien realizados, según las primeras investigaciones, con un arma de fabricación casera. Hay muchas preguntas entre quienes trataban a diario a una pareja «completamente normal, muy amable y muy querida por todos», según los describe una de las vecinas. Y también una certeza que comparten las sólidas hipótesis policiales: no se trata de un crimen machista. «Es imposible, se querían muchísimo y eran bellísimas personas», asegura la hija de otras de las vecinas de Daniel y Maruja.
La nota explicativa firmada por ambos y encontrada junto a los cadáveres, además de dinero y documentación e instrucciones para el legado de sus bienes a sus sobrinos, abona ese testimonio. También lo sucedido en los últimos días de su vida. Ambos se trasladaron hace algo más de una semana a una residencia de ancianos de Oviedo, pero decidieron casi de inmediato que no era el lugar donde querían acabar sus vidas. Ni el modo. De ahí que decidieran regresar a su domicilio. Lo hicieron el pasado miércoles, y según las investigaciones fue esa misma noche o, como mucho, el jueves por la mañana, cuando Daniel usó un arma de fabricación casera para quitar la vida a su esposa y luego quitársela él. Lo hicieron discretamente. Solo la extrañeza de sus sobrinos, que no recibían respuesta a las llamadas telefónicas, dio la señal de alarma y acabó revelando lo sucedido.
La sorpresa ha sido enorme entre sus vecinos y allegados porque no había ningún indicio de que algo así pudiera suceder. Ambos tenían los achaques habituales a su edad y Daniel «estaba un poco peor, tenía algo de demencia, y a veces se quejaba algo más, pero eso no le impedía hacer vida normal, ir a su partida y estar siempre pendiente de Maruja para todo», comenta otra de las vecinas. Iban juntos a hacer la compra, salían por el barrio y les gustaba sentarse a tomar el aire en los bancos de los jardines de la calle Plaza del Real. No tenían hijos, pero sí parientes con los que mantenían buena relación.
Pero quizá, más allá del pesar, lo que más estupor ha causado es la forma en la que -si se confirman las primeras hipótesis- Daniel dio muerte a su mujer para luego quitársela a sí mismo: con un arma de fuego rudimentaria hecha en casa, pero con un acabado muy cuidado. ¿Cómo aprendió el anciano a fabricarla, y cómo la fabricó de hecho? La Policía cree que ya la tenía en casa de tiempo atrás y que el arma -confeccionada con un tubo y un par de cachas de madera- fue construida por Daniel gracias a sus mañas de tornero, oficio que desempeñó en la acería gijonesa de la entonces Uninsa. «Era un manitas», comenta una vecina.
En el barrio se les recuerda hoy con cariño, se habla de ellos y se habla también, con preocupación, de la situación de los mayores en la situación de Daniel y Maruja. «Hay muchas personas en esa situación, que necesitan asistencia y que quizá no se la pueden permitir, aunque sus famliares estaban muy pendientes de ellos. Pero quizá no se podían permitir pagar una residencia en condiciones», reflexionaba a las puertas de un establecimiento del tranquilo barrio gjonés una vecina que, aunque «no los conocía personalmente», se declara «muy triste» por el caso. O quizá se trata simplemente de la negativa a seguir viviendo como uno no desea vivir. Lo cierto es que, según sustentan todos los indicios y la investigación da por más que probable, Daniel y Maruja tomaron una decisión y tuvieron la firmeza para ejecutarla.