El zestoarra Agustín Erkizia, un superviviente tras la pérdida de su hijo Joseba.
La asociación quiere visibilizar «un problema de salud pública», el del suicidio, para el que reclama un plan de prevención
El 4 de marzo de 2013 marcó un antes y un después en la vida de Agustín Erkizia y de su mujer Eva Bilbao. Las bases de su proyecto vital se dinamitaron cuando su hijo mayor, Joseba, se quitó la vida a los 17 años. La actitud de este matrimonio que vive en Markina-Xemein fue la de encontrar sentido a tanto sufrimiento tratando de ayudar a otros supervivientes, las otras víctimas, todas esas personas a quienes les afecta para siempre la iniciativa del suicida. Así nació Biziraun, asociación de personas afectadas por el suicidio de un ser querido. El martes ofrecerán una charla-coloquio en Donostia organizada por Bidegin. Será a las 19 horas en el campus de la UPV, y no en la casa de cultura de Okendo, cerrada varios días tras un incendio. Erkizia, zestoarra y vicerrector de la UPV en Gipuzkoa, aborda algunas de las cuestiones que tratarán en ese encuentro.
– ¿Es un error identificar suicidio con acto voluntario?
– Creo que hay casos que no lo son en absoluto. No ven ninguna otra solución, entran en un túnel sin escapatoria. Sería voluntario si soy consciente de lo que hago, tengo varias alternativas y una de ellas es quitarme la vida. Pero hay situaciones como la de Joseba en la que no ven otra alternativa. Es más, la única solución que vio para dar salida a ese problema que le hacía sufrir muchísimo, y él entendía que haría sufrir a las personas que estábamos alrededor, fue quitarse de en medio.
– ¿Cuántas personas lo hacen?
– En Gipuzkoa los últimos datos, de 2016, son malísimos, ya que se registraron un 32% más de suicidados que en 2015. Estamos hablando de que unas 200 personas se quitan la vida al año en la CAV, y las personas que lo intentan son 20 veces más. Hay 4.000 en Euskadi, donde todos los días más de 10 personas lo intentan, otra cosa es que lo consumen (los hombres más que las mujeres). Cada dos días hay una persona que se quita la vida.
– ¿Y de cuántos supervivientes, allegados a la persona que se ha quitado la vida, estaríamos hablando?
– Seis personas por cada persona suicidada quedan muy tocadas. A nivel del Estado, 20.000 que se van acumulando todos los años.
– Pese a su magnitud, el del suicidio sigue siendo un tabú social.
– Tenemos que conseguir socializarlo, porque es un problema de salud pública en la medida en que nos afecta a todos y a todas. No es que esté relacionado con un colectivo muy determinado que se supone está vinculado necesariamente con no sé qué. Le puede ocurrir a cualquiera, de cualquier estrato social y en cualquier época del año. Si miras las estadísticas, puede pasar incluso con menos de 15 y más de 79 años. En el colectivo de 15 a 29 años es la primera causa de muerte. En 2015 en mi centro, la facultad de Economía, de 1.200 personas solo murieron dos, las dos por suicidio. Una era alumna mía, una chica súperbrillante. Terrible. Ya es hora de que visibilicemos el suicidio, que a la gente se le haga partícipe de que es un problema que tenemos al lado.
– ¿Y por qué nos cuesta tanto mirar de frente a la muerte y no digamos al suicidio?
– En nuestra sociedad lo queremos todo bonito. Cuando decimos que hemos avanzado, creo que en estos ámbitos hemos retrocedido, y mucho. Prueba de ello es que cuando nos ocurrió a nosotros las primeras personas que se acercaron fueron los inmigrantes, personas que supuestamente no tienen un nivel de desarrollo mayor pero sin embargo todavía la muerte la tienen dentro de sus casas. Nosotros la hemos industrializado, la hemos sacado fuera. Intentamos evitar que nuestros hijos e hijas vean a las personas que han muerto, cuando todos vamos a tener que pasar por ahí. Hemos querido aparcar el tema de la muerte, dando por hecho que en la medida en que no se vea, no existe. Y con el suicidio existe cierta resistencia por parte de la sociedad a aceptar que una persona se quite la vida. Probablemente haya muchas razones (culturales, religiosas, etc.) que impiden avanzar a la sociedad en esa línea y tratarlo con naturalidad, como por ejemplo ha sucedido con el tema de la violencia de género, afortunadamente, o con el sida. Con el suicidio tenemos que dar ese salto.
¿Cómo reaccionamos ante un suicidio?
– La respuesta que tiene la sociedad es el silencio, silencio absoluto, y eso te mata dos veces: la primera cuando se te ha ido el ser querido y la segunda cuando la gente echa tierra sobre la tierra. La gente lo que quiere es recuperarte cuanto antes para que vuelvas a ser el mismo, pero no se da cuenta de que nunca vas a ser el mismo. Es imposible. Nuestro proyecto de vida tenía cuatro patas, y se nos ha ido una. La silla va a cojear siempre. La solución no puede ser el silencio, porque además el suicidio como tal se desenvuelve muy bien en el silencio, es su zona natural de supervivencia.
– ¿En su casa abordaron alguna vez el tema del suicidio?
– En nuestra familia hablábamos de política, de religión, de sexo… Pero del suicidio nunca. Entonces dices ‘si tal vez hubiéramos sacado este tema…’. En Markina, a esa edad, era la última persona que pensaba que se hubiera quitado la vida.
– ¿Suelen dejar señales?
– Todos dejan señales. Por ejemplo, en las redes sociales. En este sentido, el teléfono de la esperanza está haciendo cosas. Por ejemplo, si metes «quiero suicidarme» en Google te aparece el teléfono para que llames. Pero creo que deberíamos ir mucho más allá. Se debería autorizar a no sé qué personal cualificado, para que si detectasen que hay movimientos de esta naturaleza, se pongan en contacto con esa persona.
– ¿A qué otras señales de alerta deberíamos estar atentos?
– Pueden ser verbales, como comentarios negativos sobre sí mismos, que vean el futuro negro, incorporen en su discurso comentarios sobre la muerte que no hacían antes, que se estén despidiendo de la gente… También los hay no verbales, como los cambios de conducta, que dejen de salir, se autolesionen, empiecen a regalar objetos o a cerrar asuntos pendientes… La mayoría deja algunas señales, lo que pasa es que son difíciles de identificar.
– ¿Se evita hablar de la persona que ha muerto por suicidio?
– Se da por hecho que mencionarla delante de los allegados genera más dolor añadido. Pues no, es justo al revés. También somos conscientes de que no podemos estar permanentemente hablando de lo mismo porque cansa y es duro. Y estar delante de una persona que sabes que tiene un sufrimiento enorme no es fácil.
– ¿Cómo se sobrevive al sentimiento de culpa?
Es algo que vas a tener que llevarlo siempre. Dicen que se aprende a vivir con ello. Bueno, en la medida en que no te invalide para hacer una vida más o menos normal… El problema es cuando ese sentimiento te inhabilita para hacer una vida normal. Le estás dando tantas vueltas, te sientes ya tan mal, que no sales de casa. Cecilia Borrás (Asociación de Supervivientes) dice que después de este hecho traumático o te hundes o sales mucho más reforzado.
– Personalmente, ¿a usted qué le ha ayudado a tirar adelante?
– Por ejemplo, leer me ha venido muy bien. El primer libro que me regaló un muy buen amigo mío fue el de Viktor Frankl. Lecturas, sobre todo, de personas que han vivido una experiencia personal muy dura. Se da el efecto Papágeno: está demostrado que las historias de superación tienen un efecto protector y preventivo. Historias como la de Michael Phelps o Edurne Pasaban, que lo han contado y dices, ‘fíjate a dónde han llegado y dónde estuvieron en su momento’. Eso ayuda a personas que están bajas.
– ¿Qué respuesta da el sistema a los supervivientes?
– Nosotros no tenemos ninguna patología que diga que somos enfermos para el sistema público, pero de sufrimiento sabemos un rato, somos gente que estamos mal. Solo se interviene cuando se convierte en algo patológico. ¿La solución que da cuál es? La pastillita. Pero hace falta atender al componente psicológico, la psicoterapia, lo que no excluye tratamiento farmacológico en un momento dado.
– ¿Por eso han creado la asociación?
Tras preguntarnos tantas veces por qué, pensamos que la muerte de Joseba tiene que tener algún sentido y fundamos Biziraun para intentar ayudar a la gente que se va a quedar tirada, porque el sistema no los recoge. Se trata de encontrar un sentido a la vida con el ‘para qué’.
– ¿Qué objetivos tienen?
– Por una parte sensibilizar a la sociedad acerca del suicidio, pero la razón de ser es que aquellas personas que han perdido a un ser querido encuentren un lugar donde puedan tener un contacto con personas que están exactamente en la misma situación. No se trata de ofrecer un tratamiento terapéutico personalizado, sino de grupos de ayuda mutua. Lo que queremos es que la gente sepa que existe una referencia en la que participan solo personas que han perdido seres queridos por suicidio. Que sepan de tu realidad, que conozcan el trayecto que has seguido. Creo que puede ayudar a la gente. Pero sin juzgar absolutamente a nadie, porque lo que dicen parte del dolor de cada uno. Nunca juzgando, insisto, y siempre desde el máximo respeto.
-¿Qué se puede hacer para atajar este problema de salud pública?
– Empezar por reconocer que tenemos un problema real y elaborar un plan de prevención del suicidio desde la óptica de los diferentes agentes, porque no se puede dejar solo en manos de la Sanidad, ni de la Educación, ni en manos de la Ertzaintza o los bomberos, que acuden a llamadas de auxilio. También habría que contar con los padres, los amigos… la tribu. A nivel de Euskadi, Salud Pública, de la consejería de Salud, debería llevar las riendas de este plan en el que también deberían intervenir Educación, Seguridad… Y los planes de prevención tienen que tener una dotación económica.