el telégrafo 08 de Diciembre de 2017 – 00:00
La tasa de personas de 15 a 44 años que se quitan la vida es alta en el país. Los especialistas en salud proponen campañas y formar a los niños en el tema. Los psicólogos advierten que la familia debe estar alerta cuando un ser cercano expresa que ya no le encuentra sentido a la vida o que se quiere morir.
En Guayaquil, en este año, se han registrado algunos casos de personas que intentaron quitarse la vida de diversas maneras. Justamente, el pasado lunes, una joven se lanzó de un puente peatonal. Suelyng Layman, psicóloga clínica y docente de la Universidad de Guayaquil, explica que toda persona que lo intenta ha presentado una crisis depresiva, la cual puede darse en meses y es factible detectarse.
“El suicidio es la fase final del problema”. Ecuador ocupa el cuarto lugar en tasas de suicidio en personas de 15 a 44 años, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ellos se manifiestan con llanto, agresividad e irritabilidad. Los problemas familiares, el entorno económico y social inciden en quienes no tienen la capacidad para sobrellevar esas dificultades. Cuando esto ocurre -añade – no se debe minimizar estas conductas. En ese caso Layman recomienda llevar a la persona afectada a una institución de salud mental para contar con apoyo psicológico.
“El suicida atenta contra él porque cree que facilitará la vida de los otros. No toleran la frustración”. Hasta junio pasado hubo 530 casos, según la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Desapariciones, Extorsión y Secuestros de Personas (Dinased). Yadira Delgado, psicóloga del Instituto de Neurociencias, indica que las personas que intentan terminar con su vida sufren un trastorno mental y de comportamiento.
“Ellos no tienen la habilidad de resolver problemas, la cual es una destreza que se aprende de las figuras más cercanas (la familia)”. La psiquiatra María Luisa Meneses, del hospital Abel Gilbert de Guayaquil, asegura que la familia debe darse cuenta de que la depresión es una enfermedad que interfiere en la capacidad de trabajar, en las relaciones y en los hábitos cotidianos. Algunos síntomas en los jóvenes adultos son: dolores de cabeza, cuerpo, trastorno en el sueño, falta de apetito y descuido de la apariencia personal.
“La falta de interacción con amigos y la familia es una sospecha de que está pasando por un cuadro”. Delgado sugiere a los amigos que tras escuchar frases como “quiero desaparecer de este mundo” informen a los Departamentos de Consejería Estudiantil (DECE) o conversen con los padres.
“Hay niños que callaron porque les pidieron guardar el secreto, pero necesitan entender que salvarán una vida”. La prevención Jorge Escobar, presidente de la Asociación de Psicólogos de Ecuador, recomienda a la familia que intervenga y pregunte sobre por qué quieren desaparecer del mundo. “Concluirán que la opción de matarse no es la mejor”. Layman, en cambio, considera que las autoridades requieren trabajar en campañas para fortalecer el funcionamiento familiar: no reprender sin conocer la problemática que viven; dar atención y tiempo de calidad. Según Meneses, las estrategias antiestrés ayudan a mantener hábitos de actividad física, alimentación y tener comunicación con la familia y los amigos.
El psicólogo Escobar aconseja que los padres descubran si la comunicación ha cambiado con sus hijos y la restablezcan con el acompañamiento de expertos e incluso de sobrevivientes. (I)
El apoyo de los padres ayuda a evitar autoagresión →Los adolescentes cuyos padres no demuestran interés por su bienestar emocional son más propensos a considerar el suicidio, según un estudio de la Universidad de Cincinnati (EE.UU.). En el último mes, una niña de 10 años en Colorado y una de 13 en California se ahorcaron. Sus progenitores sostienen que el acoso o bullying en la escuela contribuyó a la decisión. “Los padres nos preguntan: ‘¿Qué podemos hacer?’”, dijo Keith King, quien coordina el programa de doctorado de educación y promoción de la salud de la universidad. “Los niños necesitan saber que cuentan con el apoyo de alguien”. King y su colega Rebecca Vidourek descubrieron que el grupo etario más afectado por el comportamiento de los padres fue el de 12 y 13 años.
Los niños que contaron que sus padres rara vez o nunca les decían que estaban orgullosos de ellos tenían casi 5 veces más probabilidades de tener pensamientos suicidas y 7 más de intentarlo. Se observó un riesgo alto en los niños de 12 y 13 años cuyos padres rara vez o nunca les dijeron que hicieron buen trabajo o los ayudaron con tareas. Los de 16 y 17, que rara vez recibieron el apoyo de sus progenitores, tenían 3 veces más probabilidades de mostrar pensamientos suicidas y crear un plan para quitarse la vida. (I)