El archipiélago asiático declaró la guerra a los suicidios hace 15 años… y consiguió hacer que cayeran notablemente. Ahora, busca nuevas soluciones ante la fatiga pandémica
La japonesa Miyu Kojima, que no llega a los 30 años, está especializada en limpiar habitaciones de personas que han muerto solas. Los cuerpos, a veces, pasan inadvertidos durante días o semanas hasta que algún familiar o vecino los encuentra y avisa a la compañía de limpieza To-Do Company, en la que Kojima está empleada. Se encarga entonces de tirar el periódico que ha quedado caído en el tatami, recoger las tazas que habían quedado encima de la mesa o borrar el último mensaje que el fallecido haya podido dejar en la pared.
Luego, en su tiempo libre, Kojima hace pequeñas maquetas ultradetalladas que representan cómo se ha encontrado la habitación antes de recogerla. Puede estar hasta un mes con cada maqueta. El resultado no incluye los cadáveres, pero es turbador. En un país en el que se ha inventado un robot que te toma la mano cuando te sientes solo y en el que un hombre se gana la vida cobrando por hacer compañía en silencio, Kojima visibiliza en el ámbito público el desastre tantas veces oculto de la soledad.
El dato es especialmente dramático cuando se compara con los avances previos: en 2019, el país del Sol Naciente había conseguido reducir el número de suicidios por décimo año consecutivo y se había quedado en 19.959 muertes voluntarias de este tipo, un 4,2% menos que en 2018, una cifra todavía altísima que sin embargo mostraba una lenta tendencia positiva. Pese a que el suicidio se mantiene como una lacra cuantitativamente masculina, en 2020 acabaron con su vida menos japoneses varones que en 2019, mientras que ha sido la cifra de mujeres que decidieron acabar con su vida (6.975, casi un 15% más que en 2019) la que ha provocado el dramático rebote.
Japón cuenta con tanta exactitud y rapidez con los datos de este fenómeno porque desde hace casi dos décadas el país se plantea el suicidio como un problema colectivo de toda la sociedad. Desde la perspectiva de la investigadora española residente en Tokio Carmen Grau, especialista en vulnerabilidad social y colaboradora de este periódico, la experiencia en el archipiélago asiático puede servir de adelanto de lo que pueda ocurrir próximamente en el resto de las economías avanzadas: «El sistema laboral, la presión social y la crisis familiar tras el milagro económico nipón, que supuso muchas horas fuera de casa, han provocado en Japón mucho aislamiento, una problemática que, sumada a las nuevas tecnologías, es universal; pero en Japón ha ocurrido un poco antes. El aumento de los suicidios ha tenido mucho que ver con eso», asegura en conversación con El Confidencial.
Mientras que España parece ahora desperezarse respecto a la vital lucha por la salud mental, los japoneses se encontraron antes con el monstruo. Analizar las medidas (buenas y malas) que tomaron desde hace casi dos décadas puede ayudarnos a plantear un mejor acercamiento a un problema que, de una forma u otra, siempre ha estado aquí. ¿Cómo se consiguió reducirlo sin dejar de ser la salud mental un tabú? ¿Por qué han sido las mujeres niponas especialmente quienes han acabado con su vida durante la pandemia? ¿Puede aprender algo España de las medidas tomadas en el Lejano Oriente? ¿Y si acabamos creando aquí también un Ministerio de la Soledad, como también hizo antes ya Reino Unido?
La pandemia deja las vulnerabilidades al aire
Desde la perspectiva de los expertos consultados, en Japón, la pandemia puede no haber supuesto un giro de 180 grados, pero sí un acelerador de las tendencias ya existentes. Para Grau, en Japón, la presión de la pandemia la están llevando las mujeres, que se han incorporado en las últimas décadas al mercado laboral, pero han seguido ocupándose del mantenimiento del hogar y son, además, mayoría entre el personal sanitario. «La pandemia ha sacado a relucir la cuestión del género en Japón de una forma trágica. Tienen que morirse para que se den cuenta de que las mujeres están en una posición vulnerable», reflexiona.
Si en la crisis nipona de los años noventa y en la global de 2008, los problemas laborales y económicos hicieron que el pico de suicidios se notara especialmente entre los hombres de mediana edad, la recentísima incorporación masiva de la mujer al mercado laboral se ha cebado ahora con ellas. El investigador en Estudios Japoneses especializado en género y clase Enrique Mora cree que, ante la inestabilidad derivada de la pandemia, las empresas han optado por despedir a las recién llegadas, esto es, las mujeres: «Se han incorporado a un mercado de trabajo temporal o inseguro. Las que las empresas han echado primero o las que se encargaban más del sector servicios han sido las mujeres. Ante esta inseguridad laboral, entiendo que el número de suicidios haya aumentado exponencialmente. La pandemia ha señalado muy bien cuáles eran los colectivos más vulnerables«.
Pero no es este el único motivo del aumento porcentual en el suicidio femenino, según analiza en conversación con este periódico: «En Japón, se ha dado la tormenta perfecta. Yo hago hincapié en el mercado laboral, pero también las mujeres se tienen que hacer cargo de la casa, son las que proveen de cuidados… También se han dado suicidios de personajes importantes». En el último año, personajes famosos en Japón como la luchadora y protagonista de telerrealidad Hana Kimura o el actor Haruma Miura se quitaron la vida con 22 y 30 años, respectivamente. Mora señala también que ha podido darse un aumento en los casos de violencia de género —»debido a que han tenido que convivir más con la familia, encerradas en casa»— y una ruptura de las «redes de apoyo entre amigos, familiares y demás», cuya empatía y comprensión pueden salvar vidas, pero que se ha complicado por la obligación de quedarse cada uno en su propia vivienda.
Carmen Grau no se queda solo en el género, y considera que no es casualidad que el nuevo ministro para la Soledad lo fuese antes para la revitalización regional y el aumento de la natalidad, sino que son todas causas relacionadas por los déficits del modelo productivo. Es decir, la falta de oportunidades en el campo y la soledad de las personas mayores, que no pueden ser acompañadas por las generaciones más jóvenes, serían otros factores que habrían contribuido al aumento de las muertes en ambos géneros.
Desde esa perspectiva, las iniciativas que toma Japón para luchar contra la bajísima natalidad o la brecha entre la vida urbana y la rural podrían servir al resto de economías desarrolladas como modelo «para ver lo que hacen bien y lo que hacen mal», porque «son problemas universales, que ocurren en Japón pero también en España», en los que los asiáticos «están por delante de nosotros en número y en tiempo«. Japón habría funcionado entonces como un campo de pruebas en el que estudiar los resultados de distintas medidas sobre cómo afrontar los retos de las grandes economías desarrolladas. Y a los que potencias emergentes como China también se tendrán que enfrentar a lo mejor todavía no, pero sí dentro de 30 años. Así que, manos a la obra, ¿qué ha funcionado en el país del Sol Naciente en su batalla interna para intentar que sus habitantes dejen de encontrarse tan angustiados y solos que decidan quitarse la vida?
Objetivo: doblegar la curva
Tras una campaña ciudadana con más de 100.000 firmas recogidas pidiendo una legislación contra esta lacra, el Parlamento nipón aprobó en junio de 2006 la Ley Básica para la Prevención del Suicidio, con el apoyo de partidos mayoritarios y minoritarios. Al contrario de lo ocurrido ahora, esta lucha se planteó entonces como un asunto transversal del que no debe ocuparse un solo ministerio en concreto, sino que deberían tenerlo en cuenta en sus políticas todos los miembros del gabinete.
En 2009, tras el estallido de la gran crisis financiera global, el Gobierno japonés aseguró la financiación de los programas de concienciación mediante el fondo de fortalecimiento regional de emergencias para la prevención integral del suicidio, que descentralizó las actividades de prevención. Se crearon campañas de concienciación a nivel local, especialmente en el mes de marzo, cuando cada año subía la tasa de suicidios: en 2010, el Gobierno lo designó oficialmente el Mes Nacional de Prevención del Suicidio. También se reformó la recolección de datos, que se empezaron a tomar de forma más detallada a nivel municipal cada mes, lo que hizo que las políticas para solucionar el problema se adaptaran a las características de este fenómeno en cada región. Es una medida que no debería ser difícil de aplicar en España, donde las administraciones regionales adquieren también grandes responsabilidades, incluida la gestión descentralizada de la Sanidad.
El principal cambio que se pretendió fue en la mentalidad del país. Durante el periodo Edo (1603-1868), los samuráis encontraban en el ritual del ‘hara-kiri’ una salida considerada socialmente honrosa al suicidio ante situaciones socialmente vergonzosas; en la II Guerra Mundial (1939-1945), se hicieron famosos los pilotos de avión kamikazes, que preferían morir en nombre del emperador en misiones suicidas que ser capturados por el enemigo. Con los planes de la primera década del siglo XXI, el Gobierno japonés buscó darle la vuelta a la tortilla, dejar de considerar algunos tipos de suicidio como comportamientos típicamente japoneses y convertir justamente la lucha contra esta lacra en la verdadera actitud patriótica. Soluciones nacionales para problemas nacionales. El conflicto de base de la salud mental, pese a ser la principal causa que conduce al suicidio, siguió siendo tabú.
Qué puede aprender España (y qué quizá no)
Entonces, ¿podría servir un ministro para la Soledad, al estilo japonés, para afrontar el problema en España? Según el historiador nipón Shingo Kato, especializado en sociología comparada entre España y Japón, existe otro factor «particularmente japonés» en la alta tasa de suicidios del archipiélago asiático que es «la autoculpabilización y la fuerta presión social», que no se daría con tanta intensidad aquí: «En Japón, si haces algo mal, exclusivamente tú tienes la culpa. Si esto ocurre en España, puedes hablar con cualquiera, puedes ir al bar, hay fútbol, puedes quitarte el estrés, la gente es mucho más abierta. Hay muchas más maneras de manejar ese problema en España que en Japón», plantea en conversación con El Confidencial analizando el escenario prepandémico.
Para él, el Ministerio de la Soledad llega con muchos interrogantes y habitualmente la designación de ministros para causas concretas con nombres rimbombantes (también están en el gabinete nipón el ministro para la Reconstrucción o el encargado del Compromiso Activo de Todos los Ciudadanos) es un revulsivo contra la bajada de popularidad del Gobierno: «Hay un departamento dentro del gabinete [dedicado a la soledad], pero todavía no son muchos los funcionarios que se dedican a ese departamento. Algo es algo, pero todavía falta mucho. A ver si dan frutos», desea. Todos los expertos consultados en este reportaje insisten en la dificultad de juzgar si es adecuado o no un ministerio todavía no ha tenido tiempo para aplicar sus principales medidas.
No obstante, Enrique Mora señala una medida que es «extrapolable a cualquier país»: una mayor inversión presupuestaria en la atención primaria psicológica. Según plantea, un plan de choque en ese sentido quizá no solucione el problema estructural, «pero daría herramientas» para gestionarlo. Y eso sería así tanto aquí como en el Japón.