La primera vez que Véronique Delmadour se quedó sola ante el teléfono, un hombre murió. Había visto en televisión un anuncio: se necesitan voluntarios para el teléfono contra el suicidio de Bruselas, decía. La hija de una amiga había tenido una tentativa hacía poco, y Véronique pensó que sería buena idea. Superó entrevistas, pasó el obligatorio curso de formación, acompañó a otra voluntaria más experimentada para familiarizarse con su nueva labor. Y allí estaba. En su primera llamada sola. «Fue terrible. Me dijo que había tenido una separación difícil. Escuché el ruido del disparo y al día siguiente la policía vino a interrogarnos para investigar qué había pasado