Alarma en Reino Unido por el riesgo de «una generación suicida»
El número de jóvenes que se quitan la vida se ha duplicado en ocho años en las islas británicas
Los padres ponen el foco en las redes y el Gobierno decide publicar un libro blanco con propuestas para proteger a los menores de las referencias directas a las autolesiones
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«No me cabe ninguna duda de que Instagram ayudó a matar a mi hija». Catorce meses después del suicidio de Molly Russell, de 14 años, su padre Ian ha decidido romper el silencio y lanzar su dedo acusador contra las redes sociales. Treinta familias, de otros tantos adolescentes que se quitaron la vida, se han sumado a la petición lanzada por Ian Russell desde la páginas de ‘The Sunday Times’, ante las inquietantes estadísticas: el número de suicidios de menores se ha duplicado en ocho años en el Reino Unido.
Molly Russell era una chica aparentemente normal, que nunca había dado mayores problemas a sus padres. Estudiaba en el Hatch End High School de Harrow, donde destacaba por su entusiasmo y su capacidad de iniciativa. Una noche cualquiera, en noviembre del 2017, acabó sus deberes, hizo la mochila y lo preparó todo para ir al instituto. Cuando sus padres abrieron la puerta de su dormitorio a la mañana siguiente, se la encontraron muerta junto a una nota que decía: «Lo siento. Es culpa mía».
Los padres buscaron desesperadamente respuestas. Y un simple vistazo a las cuentas de Instagram y de Pinterest de su hija fallecida les provocó «un escalofrío de horror». Ansiedad, depresión, autolesiones, suicidio… «Aquello no fue más que un atisbo del profundo efecto que las redes tuvieron sobre mi adorable hija», confesó Ian Russell. «Tenemos el terrible pensamiento de que puede haber sido aún más siniestro».
La investigación policial de la muerte de Molly Russell puede sacar a la luz las razones hasta ahora ocultas sobre el camino hacia la autodestrucción de la niña de 14 años. Una de sus cuentas siguió recibiendo instrucciones sobre cómo cometer un suicidio incluso después de su muerte. Su hermana mayor, Alice, recibió varios mensajes amenazantes en el primer aniversario: «Molly se mató a sí misma, afrontadlo de una vez«. Sus padres libran una batalla personal con los gigantes tecnológicos para tener acceso a todos los datos relacionados con la actividad online de su hija.
Las alertas se han disparado estos días en las islas británicas a la luz de los últimos datos de la Oficina Nacional de Estadística: los suicidios de adolescentes han pasado de tres a más de cinco por cada 100.000 en apenas ocho años. «Los adolescentes británicos se sienten miserablemente», titulaba también ‘The Sun’, tras la encuesta de la OCDE que confirma que los británicos se encuentran en el furgón de cola de 48 países analizados por el índice de «satisfacción vital» entre los menores de edad.
Y a todo esto se une el impacto causado por el sondeo de YouGov: el 18% de los adolescentes y jóvenes entre 16 y 25 años admite que «no merece la pena vivir» y el 27% siente que su vida «no tiene propósito». El 48% admite su «ansiedad ante el futuro» en comparación con la vidas de sus amigos online y el 57% reconoce que las redes sociales ejercen una «presión abrumadora» para tener éxito.
«Hay un tremendo aumento de la infelicidad entre nuestros niños y cuando preguntamos por qué a los expertos, siempre dicen que la culpa es de la redes sociales», sostiene Esther Rantzen, que lanzó la ONG Childline, nacida como un consultorio de prevención de abusos físicos y mentales de los menores en 1986. «El tipo de llamadas que recibimos ha cambiado mucho en estos años y son cada vez más preocupantes. Los niños hablan de pensamientos suicidas y de falta de alicientes en la vida. Sufren ansiedad, depresión, trastornos alimenticios, autolesiones». «Los chavales buscan consuelo en internet, donde hay gente que padece los mismos problemas», alega Rantzen. «Trágicamente, las soluciones que encuentran son mecanismos para copiar las autolesiones, hasta el punto del suicidio. Lo que necesitamos en un regulador independiente, y lo necesitamos ya».
Un código ético para los gigantes tecnológicos
El Gobierno británico publicará a finales de febrero un libro blanco con un batería de propuestas para proteger a los menores, empezando por la imposición de un código ético a los gigantes tecnológicos. Las compañías serán obligadas a retirar imágenes gráficas y referencias directas a las autolesiones y al suicidio.
Un estudio dirigido por Louis Appleby, al frente de la estrategia nacional para la prevención del suicidio, ha revelado que una cuarta parte de los adolescentes que se quitaron la vida buscaron información online antes de dar el paso adelante. Uno de cada 25 llegó incluso a visitar sitios web donde se incita al suicidio. «Hemos ido con gran retraso a la hora de identificar cómo los adolescentes utilizan las redes», reconoce Appleby. «Corremos el peligro de una auténtica generación suicida, de jóvenes que han aprendido a autolesionarse copiando a otros… Las autolesionesson un factor de riesgo de suicidio y es un problema que afecta ya a una de cada cuatro niñas y a uno de cada 10 niños«.
Sally Davies, máxima responsable sanitaria en el Reino Unido, ha lanzado estos días una llamamiento a los padres para que controlen el tiempo de pantalla de sus hijos. «Hay un vínculo muy directo entre las autolesiones y suicidios adolescentesy el hecho de pasar cuatro horas al día en las redes sociales«, ha advertido Davies, que reclama a los padres que impongan un tiempo límite de dos horas diarias y requisen los teléfonos por la noche.
Ante la presión creciente, Instagram ha entonado ya el mea culpa. «No estamos donde debemos estar en la cuestión de las lesiones y los suicidios», reconoció el CEO de la compañía, Adam Mosseri. «Debemos hacer más por mantener seguras a las personas más vulnerables», recalcó Mosseri, que planea prohibir las imágenes y los hashtags de los contenidos sobre autolesiones.
Durante 24 horas, y haciéndose pasar por una niña de 14, la periodista de The Daily Mail Katherine Rushton penetró en el peligroso mundo al que tuvo acceso Molly Russell. Su espeluznante viaje concluía con un SOS en el nombre de los padres británicos: «Hay un vientre oscuro dentro de las redes sociales: cualquiera que muestre una curiosidad por la autolesiones y por el suicidio puede acabar atrapado en una terrorífica madriguera»