Cinco de diciembre de 1990.
Ese día mi padre se suicidó. Se tiró por una ventana. Él tenía 48 años, yo 15.
¿Qué ocurrió?
Llevaba tiempo deprimido y en los últimos tres meses se derrumbó, no salía de casa, por primera vez no iba a trabajar. Se convirtió en un padre desconocido porque hasta entonces había sido un hombre muy vital.
Su banco iba a la quiebra.
Tenía la fantasía de que iba a terminar preso, y como él había sido un preso político, era una afrenta: no soportaba que la gente pensara que se había embolsado sus ahorros. Hay una escena que es la que más recuerdo.
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Desde los 9 hasta los 15 quince años, debido al secuestro de mi tío Osvaldo, mi hermano y yo teníamos guardaespaldas, algo que entonces no era habitual. Un día esos guardaespaldas se fueron de casa por una puerta y por la otra entró un ejército de terapeutas y psiquiatras.
Un shock para usted.
Poco después llegué un día del colegio, vi bajar a mi madre llorando por la escalera de caracol y le dije: “El abuelo” y ella respondió: “No. Papá”.
¿Qué hizo usted?
Me tiré a la piscina, vestido y con los libros del colegio que llevaba en los brazos. Esa fecha la tengo clavada; me gustaría tener más presente su cumpleaños, por ejemplo.
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Nunca pensé en escribir un libro sobre mi padre, siempre estuve cómodo escribiendo sobre la vida de los otros. Me resulta urticante la gente que escribe en primera persona.
¿Qué pasa cuando un padre se suicida?
Yo tenía idealizado a mi padre a niveles ridículos. Él era mi héroe. Eso hizo que las cosas fueran todavía más difíciles. Durante años intenté juntar las piezas del rompecabezas para comprender por qué se había suicidado.
¿Qué sabía?
Que siempre se sintió culpable por la muerte de Osvaldo, consideraba que debía haber sido él. Y lo mismo le ocurría con la muerte de su mejor amigo, uno de los desaparecidos de la dictadura. Pero yo buscaba la gran respuesta.
¿Y?
No existe, y una de las cosas más dolorosas es que no dejara ninguna carta.
¿Le cambió la vida?
Totalmente. Hasta los 15 años tuve una vida de niño rico. En cuestión de meses pasamos de una mansión de 2.000 m2a un pequeño apartamento. Mi madre se puso a trabajar vendiendo pisos y yo entré en un taller de periodismo.
Le cambió el futuro, entonces.
Totalmente, dejé de vivir en la contradicción de tener un padre comunista rico. Salimos al mundo, y en ese mundo me sentí mucho mejor.
¿Hablaba del tema con su madre?
Sí, y con mi hermano. Siempre tuvimos presente a mi padre, a veces llorábamos pero también nos reíamos de sus delirios y aventuras.
¿Era excesivo el peso de ser el hijo del banquero suicidado?
El caso Sivak, el secuestro de mi tío, al que yo quería muchísimo, fue mucho más importante a nivel social en Argentina; llegaron a dimitir ministros del Interior y ministros de Defensa.
¿Por qué?
Policías y militares que habían participado del terrorismo de Estado durante la dictadura se reciclaron con estos secuestros. El gobierno de Alfonsín cometió errores y tuvo muchas dificultades para lidiar con ello.
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Y también fue famoso porque mi padre pagó el rescate y el cuerpo apareció dos años y medio después con un tiro en la cabeza.
Ya lo habían secuestrado años antes.
Sí, en 1979, durante la dictadura militar. Pagaron y lo liberaron. El padre de mi padre premió al cabecilla del grupo dándole un buen trabajo en la empresa, y fue él quien lo secuestró y lo mató la segunda vez. Y lo que me resulta insoportable es que, cuando declaró, dijo: “Osvaldo era una gran persona”.
¿Lo ha vuelto a ver?
Durante unos años lo intenté, ahora ni se me ocurriría. Siempre sueño que mi tío vuelve. Me enteré de su muerte yendo de excursión con el colegio. Hicimos una parada para repostar y estaba en primera plana de todos los diarios. Fue impactante.
¿Se superan estas cosas?
Sí. Mi vida no es un desgarro. Después de eso me pasaron cosas hermosas. No vivo congelado. Una vez me enojé en un programa de televisión que presentaba mi vida como una gran tragedia. Nunca me he sentido una víctima.
¿Qué ha entendido de la relación padrehijo?
Empecé a escribir El salto de papá cuando nació mi hijo. Es curioso porque en la relación con tu hijo descubres muchas cosas menores que tu padre hacía contigo. Mi padre le ponía apodos a todo el mundo y a mi hijo ya le he puesto 16.
¿Lo ha contado todo?
No, hay cosas que he preservado como las cartas que se escribieron mis padres.
Entrevistarse con el psicoanalista de su padre debió de ser extraño.
Sí, me contó cosas muy íntimas y escabrosas que me chocaron. Yo pensaba que lo conocía bien, pero claro, cinco años tres veces por semana dan para mucho. Salí conmocionado. Pero todos somos poliédricos. El otro, por cercano que sea, siempre es un misterio.