Soy un defensor de la prevención del suicidio. Hablar didácticamente del suicidio en el aula puede ayudarnos a evitar más muertes. En ocasiones, entender que el sufrimiento a solas puede tener esperanza y alivio, al poderlo hablar, es un seguro de vida. Imaginad el joven que al meterse en la cama y apagar la luz, fantasea con la salida suicida al túnel del sufrimiento. Pensad, por un momento, que le podamos alumbrar con la linterna en esas palabras de esperanza que escuchó de alguien. Fantasear esperanza es un buen antídoto a la anticipación catastrofista. Hablar de lo que tememos y no entendemos es sinónimo de una educación preventiva y saludable. Realizar planes preventivos sobre el suicidio en la educación es inteligente y beneficiente. Quizás así, podamos evitar alguna muerte por autolisis. Necesitamos superar los mitos y falsas creencias sobre el manejo de la información sobre el suicidio. Son viejos tabúes que necesitan ser revisados y adecuadamente actualizados. Desgraciadamente, cuando la prevención no ha sido posible, es cuando necesitamos concienciarnos de la postvención.
Es decisivo saber manejar una buena información de lo ocurrido desde el inicio y no crear un relato paralelo al suicidio. Hablar de la realidad no aumenta el impacto de la tragedia. Al contrario, disfrazar la trágica realidad puede generar especulación debido a la falta de información.
Es necesario evaluar psicológicamente lo ocurrido (autopsia psicológica) e intentar así procesar el trauma, necesitamos información desde los estadíos iniciales. No hacerlo es, en sí mismo, una manera de enjuiciar pasivamente lo ocurrido. Nuestra responsabilidad es ayudar a elaborar el trauma y no a enjuiciarlo. Por un lado; los por qué, necesitan encontrar causas para entender lo ocurrido. Y por otro lado; los y ahora qué, nos ayudan a encontrar soluciones para sobrellevar lo ocurrido.
Las muertes por suicidio están demasiado expuestas a la rumorología social. Las víctimas deben ser protegidas de la estigmatización social y culpabilización especulativa. Los supervivientes al trauma de perder algún ser querido por suicidio necesitan más que nunca la presencia de toda la tribu. El silencio impotente y el distanciamiento evitativo hacen más daño todavía a los dolientes. No ayuda el no hablar de lo ocurrido, solo lo esconde. Al contrario, crear una atmósfera de confianza para expresar las emociones ante lo ocurrido es muy saludable. Hacerlo, es el primer torniquete emocional que evitará desangrarse a la víctima.
Nuestra impotencia ante semejante trauma nos hace pequeños y no sabemos qué hacer. Evidenciamos nuestra necesidad social de alfabetizarnos ante crisis de semejante tamaño para saber estar presentes sin evadirnos por miedo. Necesitamos construir empatía social para ofrecer contención y comprensión, en lugar de silencio y abandono. No dejemos solas a las víctimas que sufren semejante dolor. No tienen ninguna enfermedad contagiosa y no entienden por qué cambiamos de acera en la distancia cuando les vemos venir.
Ahora bien, tampoco tenemos que hacer de psicoterapeutas especializados al realizarles preguntas de indagación. Necesitan miradas empáticas y no compasivas. Miradas normales y de frente, en lugar de miradas evitativas y comentarios a la oreja. Es indudable que la postvención por suicidio necesita ser atendida y tratada en las aulas. No hacerlo es maleficiente desde un criterio bioético y pedagógico. No atender la postvención es abandonar a la víctima en la carretera. No informar y ayudar a expresar la conmoción es cerrar los ojos por miedo. Ante una situación urgente, nuestra responsabilidad es no empeorar la crisis. Al igual que un cirujano atiende un grave accidente, sin plantearse taparlo con una venda sin intervenir; el educador, necesita drenar las emociones sin sentirse responsable del impacto previo del trauma. El dolor ya está, evitarlo no es negociable. No provocamos más daño al hablarlo. No somos irresponsables en el dolor supurado. Somos la ambulancia medicalizada que va a evitar un daño mayor.
La intervención temprana es fundamental. Como también lo es la comunicación con la familia superviviente para tener información directa, y coordinar el manejo de los hechos en el entorno educativo. El abordaje ha de ser sistémico e integrativo, siempre inclusivo y evitando apartar a los protagonistas. Los permisos y el respeto ante la intervención, deben tener también en cuenta el criterio beneficente de la información temprana que evite males mayores. La información pormenorizada de los detalles de cómo murió son tan prescindibles como la narración de los vómitos de sangre en una muerte por cáncer de páncreas. ¿Para qué? Necesitamos proteger e informar. Las preguntas insistentes sobre el cómo sucedió, son fracasos de nuestra mente al intentar procesar la información de unos hechos que no podemos integrar. Es importante tener en cuenta la edad cognitiva del alumnado. Repito, una correcta información evita la especulación.
En la prevención del suicidio necesitamos reconstruir una pedagogía aristotélica (paideia) en aras de la persona y no del personaj, para así llegar a la autorrealización (telos). La deriva del joven en busca del ideal y sentirse reconocido por la comunidad, en ocasiones le lleva a no autorrealizarse como persona. Se siente persona acomplejada, mediocre y avergonzada. Está escondiéndose en la trastienda, esclavo del reojo exterior.
Veneramos el escaparate identitario-social a través del cultivo perfeccionista y denigramos nuestro yo real, humillándose hasta el borde del precipicio. El proyecto de convertirnos en adultos consiste en aceptándonos como somos, también en nuestras miserias, decidir mostrarnos a los demás. El objetivo sería, mostrarnos con verdad, dignidad y autorespeto, aunque no coincida con lo que esperan que seamos o quienes deberíamos ser. La integración entre la persona y el personaje de forma equilibrada ante el escenario externo, es una buena vacuna contra la dictadura del personaje. Siempre podremos apretar el botón rojo de crisis y pulsando renunciar al personaje (egocidio) elegir a la persona y salvarnos del suicidio.