Se entremezcla el dolor de las enfermedades crónicas con el aislamiento, además de otros factores como el «cansancio de vivir» y el miedo a ser completamente dependiente
Prácticamente cualquiera ha vivido el trance de acompañar a alguien a Urgencias, sentarse en la sala de espera y, de repente, escuchar la frase: «Familiares de…». Acude uno escopetado a ver qué ha pasado y cómo está nuestro familiar. Lo que sucede aquí es más impactante: el médico pregunta por la familia de alguien y nadie responde, porque nadie lo ha acompañado. Ésta es la realidad que denuncian trabajadores sociales y psicólogos de nuestro país: el porcentaje de personas que viven solas ha aumentado de forma preocupante en los últimos 30 años. Y la soledad, junto con otras circunstancias propias de los mayores, como la enfermedad crónica, la demencia, la depresión y el cansancio de vivir producen un cóctel explosivo que, en ocasiones, termina en suicidio. Las personas más longevas de nuestro país son el colectivo que más se suicida en España. En 2021, se registraron «999 suicidios en mayores de 70 años, uno de cada cuatro», de los que «519 eran mayores de 80 años», según datos de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio (FSME).
No es extraño tampoco encontrar alguna muerte por suicidio en alguien mayor de 100 años. Un escenario en el que prima el aislamiento y la comorbilidad, y que cuesta comprender si no se tiene en cuenta que las causas suelen ser «silenciosas», que los mayores «tienen dificultades para expresarse, y dividen el mundo en lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, sin atender a la emoción que sienten». Así lo explica Enrique Galindo, psicólogo y autor de Dejar de sufrir o dejar de vivir junto a Francisco José Celada Cajal (Oberon Libros): «Se produce un incremento progresivo, a mayor edad, más suicidio. Y detectar el riesgo es complejo. A la soledad se suman estresores propios, pérdidas sensoriales, condiciones de vida difíciles, pero prima la vulnerabilidad, la desesperanza, la falta de autoestima, el sentimiento de inutilidad…».
Asociaciones y teléfonos que ofrecen ayuda
-En caso de emergencia vital inminente llame directamente al teléfono de emergencias 112.
-Si tiene ideación suicida 024
– Teléfono de la Esperanza: 717.003.717.
– Teléfono Prevención del suicidio (Barcelona): 900.92.55.55.
-Teléfono/Chat ANAR de Ayuda a Niños/as y Adolescentes 900 20 20 10
– Teléfono Contra el Suicidio- Asociación la Barandilla (Madrid): 911.385.385.
– Papageno 633 169 129 supervivientes@papageno.es
– APSAV. Asociación para la prevención del Suicidio. Abrazos Verdes. Asturias.
– AFASIB (Familiars i Amics Supervivents per suïcidi de Les Illes Balears (Islas Baleares)
–AIDATU. Asociación Vasca de Suicidiología
– APSAS: Asociación para la Prevención del Suicidio y Ayuda al Superviviente. (Gerona)
– APSU: Asociación para la prevención y apoyo afectados/as por suicidio (Cdad. Valenciana)
– ASAM: (Burgos).
– BESARKADA-Abrazo: Navarra.
– BIZIRAUN: País Vasco
–BIDEGUIN: País Vasco
– Después del Suicidio: (Barcelona)
– Fundación Alaia (Madrid)
– Fundación Metta-Hospice (Valencia)
– Goizargi: Navarra
– Grupo Supervivientes de León.
– Hay Salida, Suicidio y Duelo: (Cantabria)
– Ubuntu (Sevilla)
– Asociación Luz en la oscuridad (Tenerife)
–Asociación Volver a Vivir (Tenerife)
«Las tasas de los más mayores pueden llegar a ser 100 veces mayor», confirman desde la Federación Española de Prevención del Suicidio: «De 0,2 muertes por 100.000 habitantes en los menores de 15 años a los casi 20 de los mayores de 79 años. Esto es así porque hay una diferencia también muy significativa en la relación entre intentos y muertes por suicidio. Si, en general, suele registrarse una muerte por cada 20 intentos, en los más jóvenes esta relación puede ser de 200 a 1, mientras que en los muy mayores se calculan unos 3-4 intentos por cada suicidio. Las causas de ello son que los intentos en los mayores son más planificados, con menos rescatabilidad, más silentes y con un método más letal», explica Andoni Ansean, presidente de la federación.
Además, existe el cansancio de vivir, que ha ido cobrando importancia en la investigación psicológica. Esta misma semana un informe elaborado por especialistas holandeses -geriatras, psicólogos, trabajadores sociales- publicaba un exhaustivo informe sobre el estado de la cuestión, y sus enfoques son especialmente reseñables dado que los Países Bajos es uno de los países más avanzados en el estudio de cómo reducir el agotamiento de existir, el abandono personal y, como dice Laura Ponce de León, profesora de Trabajo Social en la UNED e investigadora del Cemtro de Investigaciones Sociológicas (CIS) especializada en adultos mayores, «el hecho de que haya personas que, ante la ausencia de relaciones significativas, se deja ir».
En el informe holandés se demuestra que incluso en los mayores que no tienen enfermedades graves se palpa el cansancio de vivir, «y que las claves son la soledad, el dolor crónico, las dificultades para expresarse, el cansancio existencial y el miedo a convertirse en un ser completamente dependiente«. En este sentido, resulta clarificador atender al análisis del tipo de familias que hay en España, donde en tres de cada cuatro hogares vive sólo una persona. Casas unipersonales que eran un 10,8% en 1990 y, según datos de 2019, más del 25%.
Lo sabe Ponce de León porque sobre esto versa su publicación más reciente: «El perfil es el de mujer viuda o soltera, mayor de 65 años. ¿Cómo compensamos la vivencia del envejecimiento? Con apoyos de servicios sociales, sí, ayuda a domicilio y teleasistencia, pero lo más importante es la familia consanguínea si la tienen, los allegados o personas en situación similar.. La familia hace aguas en España. Conozco casos de vecinos que denuncian los intentos de suicidio de una persona que vive sola en su portal y que no tiene a nadie, absolutamente a nadie. Porque en su situación, sentir que de necesitarlo alguien podría ayudarles es fundamental, que les acompañen a una prueba médica, que les visiten en el hospital… En definitiva tener una calidad de vida que proteja de los intentos de suicidio».
Ese «tener a alguien» es lo verdaderamente crucial y, la pandemia ha incrementado una situación que ya existía. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en España han fallecido por suicidio 4.003 personas en 2021. Son datos recogidos por la Universidad Complutense de Madrid, en concreto por el Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM), en colaboración con el Hospital del Mar de Barcelona, que analizaron la franja temporal 2000-2021. Alejandro de la Torre, uno de sus investigadores, afirmó entonces la «tendencia creciente de mortalidad por suicidio desde 2018», cristalizada en 2021 con un crecimiento anual del 6%. Y se reseñaba también que «la tasa era mayor en personas cercanas a los 64 años». Y un 31% de los fallecidos por suicidio en 2021 tenía más de 65 años.
La encrucijada de la salud mental
En este sentido, además de la soledad como gran factor, la salud psicoemocional y mental de las personas mayores es clave. Y también la combinación de ésta con deterioros propios del envejecimiento como los principios de demencia o trastornos neurológicos como el alzheimer. Dice Ponce de León que es ahí donde se debe incidir, y explica el bucle de hacerse mayor: soledad, dependencia (deterioro físico y psíquico), necesidad de contacto personal (físico y psíquico). «Sin olvidar las demencias, a menudo vinculadas a la depresión«.
Desde la FSME, además, transmiten preocupación por las posibles consecuencias que se deriven de la nueva ley de eutanasia. «No sabemos aún cómo puede influir en las muertes de las personas muy mayores ni tampoco en sus suicidios. Podría ocurrir que la existencia de esta muerte asistida aumente las muertes prematuras de personas mayores: ¿Cuántas muertes por eutanasia podrían haber sido muertes por suicidio en caso de no existir esta ley? Pero también puede darse el efecto contrario: ¿podrían disminuir los suicidios sabiendo que se puede ejercitar el derecho a la eutanasia? En todos casos, desde la Fundación Española para la Prevención del Suicidio tenemos que recordar que, al igual que los suicidios, las eutanasias también son prevenibles. O, dicho de otra manera: ¿hacemos todo lo posible para evitar las muertes por suicidio (o por eutanasia) antes de que ocurran o damos por sentado que la muerte es la única solución a los problemas que padece esa persona?«.
No hay, además, ningún plan específico sobre el suicidio nacional aunque destaca el psicólogo Enrique Galindo que «casi todas las comunidades autónomas cuentan con planes y estrategias de prevención». «En todas existen líneas de actuación para personas mayores y frágiles, y programas locales incluso, de acompañamiento, voluntarios, mascotas, alquiler de huertos… Centros de unidades de salud mental, viviendas tuteladas y otras gestionadas por asociaciones, que cada día cobran más protagonismo dada su cercanía con los individuos».
Pero los especialistas insisten en que más que redes sociales y teleayudas, habría que atajar el asunto desde la lucha contra la soledad teniendo en cuenta que «todas las personas precisan de contacto físico». Y «enseñar a la población a eliminar los mitos o falsas creencias sobre el suicidio», propone Galindo, «como que quien lo dice no lo hace, sólo lo hacen para llamar la atención, solo se suicidan los locos o que si se habla del tema se incida a hacerlo. Hablar es el primer paso. Hay que tener en cuenta que hablar salva vidas y el silencio mata».
Galindo, quien cree que todos podemos aportar en la lucha contra el suicidio pues es al cabo simple y pura ayuda al prójimo, piensa que «nadie quiere morir sino dejar de sufrir». Y que en nuestros mayores es un problema que tengan dificultades para expresar lo que sienten y, sobre todo, «para encontrar un sentido a la vida en esa etapa, en la que se cae más en la desesperanza».
«Son mayores, pero no son tontos ni están locos. Hay que activar programas que tengan como objetivo el alivio de la soledad, con grupos de amistad, salidas, visitas con otras personas mayores voluntarias, clubs, asociaciones, estudios a su nivel…». Y, desde los profesionales sanitarios, interiorizar que los mayores, cuando acuden a verles, «cuentan lo que se espera de ellos, que expresen dolores o síntomas físicos, mientras se les ignora si hablan de tristeza, ansiedad, miedo a la muerte o deseos de morir, tratándoles en esos casos con antidepresivos o ansiolíticos».
Y concluye: «Se nos escapan las señales de alarma que nos indican un alto riesgo de suicidio: que hagan testamento es normal, que se despidan de seres queridos es normal, que hablen de la muerte es normal, que atesoren medicamentos es normal; que se paseen a menudo hasta la vía del tren, en una población con varios suicidios por esta causa a lo mejor no es tan normal y hay que escucharles, incluso lo que no dicen. No todo se soluciona medicalizando las emociones, sino escuchando y fomentando actividades de ocio y sentido de la vida».
El mundo