Susana Al-Halabi, profesora titular de Psicología de la Universidad de Oviedo, es la principal ponente del curso que se celebra este sábado en la Facultad de Educación de León. Desmontará mitos y ofrecerá pautas para afrontar este «problema de salud pública, tanto social como sanitario».
Susana Al-Halabi es doctora en Psicología, profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo, especialista en Terapias de Tercera Generación y Psicóloga General Sanitaria. Ha trabajado durante casi una década en el Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (Cibersam) y como investigadora visitante en diversos hospitales españoles y extranjeros. Este sábado participa en León en el curso teórico-práctico ‘El suicidio, más allá de la salud mental’ para entender y manejar la conducta suicida.
—Hasta ahora ha sido tabú hablar del suicidio. ¿Cómo se debe abordar desde el punto de vista psicológico y como problema social?
—La conducta suicida es un problema multifactorial, complejo y principalmente vinculado al sufrimiento y a la pérdida de sentido en la vida. Estas dificultades están ancladas al contexto biográfico de las personas, que no puede desvincularse de las circunstancias sociales y culturales. Por lo tanto, se trata de un fenómeno psicológico con un profunda raigambre social y cultural. Y considero que debe ser abordado como un problema de salud pública, tanto social como sanitario.
—Siguiendo el título del curso, ¿las personas que piensan en el suicidio o se quitan la vida no tienen por qué tener un problema de salud mental?
—Recibir un diagnóstico de un trastorno mental no es condición necesaria ni suficiente para tener pensamientos de suicidio. Es decir, cualquier persona, en un momento de mucho dolor y dificultades, puede tener pensamientos de suicidio como una forma de terminar con ese dolor. Es importante comprender que los pensamientos de suicidio suelen estar al servicio de terminar con un dolor o con una situación que es vivida por la persona como insoportable e interminable.
—¿Qué modelos psicológicos tiene la conducta suicida?
—Es importante contar con modelos que no sean intrapsíquicos, esto es, que comprendan que la conducta tiene lugar en unas circunstancias vitales determinadas que apoyan, o no, los deseos de vivir de las personas. Debemos alejarnos de modelos reduccionistas, ya obsoletos, que entendían las ideas de suicidio como «averías» mentales. Este tipo de ideas alimenta mitos y creencias falsas sobre el suicidio. Debemos tener presente que la muerte por suicidio nos informa del sufrimiento que hay en la vida de esas personas. Ni más, ni menos. Frente a esto, debemos trabajar desde modelos colaborativos, de andamiaje constante entre los diversos agentes sociales (medios de comunicación, administración pública y sociedad civil) que permitan que las personas vulnerables puedan pedir ayuda cuando la necesitan. Y que haya recursos de calidad para atender a esas necesidades.
—Teniendo en cuenta que entre la juventud el suicidio es una de las primeras causas de muerte, ¿cómo debe abordarse en los contextos educativos?
—Los contextos educativos deben ser lugares seguros para los adolescentes, que potencien la sensación de pertenencia, la conducta prosocial, las habilidades de asertividad, los valores de cuidado mutuo, el apoyo social, etc. En este sentido, es clave contar con programas de prevención validados en población española y comprender que todos los adultos del contexto educativo pueden cumplir una función de ayuda y apoyo. Precisamente, nuestro grupo de investigación Prisma, liderado por mi compañero Eduardo Fonseca de la Universidad de La Rioja, está trabajando en la elaboración del programa Positivamente para reducir la prevalencia de conducta suicida. La ciencia necesita tiempo y financiación.
—¿El suicidio ha sido siempre un tabú? ¿Hay algo que aprender del pasado o de otras culturas?
—El suicidio ha estado presente en todas las épocas y culturas y transita los temas existenciales de la libertad, el sufrimiento, la soledad, el miedo a la muerte y el sentido vital. El comportamiento humano, no es una realidad acabada, sino un tener-que-hacer-algo-para-vivir, para sobrevivir o incluso para morir. No puede desvincularse de los valores culturales y personales. De hecho, el suicidio no siempre fue considerado un problema sanitario…. La concepción del suicidio no es monolítica y unitaria, sino variable y plural según épocas y contextos. Dependiendo de la época y de la sociedad, dicha concepción ha ido evolucionando, pasando de ser considerado un crimen, a un pecado y —finalmente— a un «problema mental». Creo que esto debería ayudarnos a tomar perspectiva sobre el componente social y cultural de los fenómenos psicológicos.
—¿Existe el efecto llamada?
—Sí, el efecto llamada es probable cuando se informa de manera sensacionalista acerca de la muerte por suicidio de una persona, especialmente si es famosa. Se han publicado revisiones sistemáticas y metaanálisis que establecen causalidad con los suicidios producidos en los días subsecuentes. De alguna manera, el hecho de informar de manera morbosa puede (erróneamente) legitimar el acto suicida. Los adolescentes son especialmente vulnerables a este tipo de efecto. Por eso es muy importante que la prensa tome conciencia de su potencial como aliado en la prevención del suicidio. Es de vital importancia que los medios de comunicación ejerzan su papel como factor de protección e informen del suicidio como un problema de salud pública, incluyendo historias de esperanza, recursos de ayuda, señales de alarma y servicios de salud mental. Y deben evitar, y aquí sí afirmo «siempre», detalles específicos del método usado o el lugar, publicar fotos dramáticas o notas de despedida y presentar la muerte por suicidio como una solución a los problemas o como consecuencia de razones simplistas causa-efecto.
—¿Qué puede hacer quien vea indicios de pensamientos de suicidio en otra persona?
—Es fundamental que comprendamos que la prevención del suicidio es un asunto de todos. Todos, en un momento determinado, podemos ser un apoyo o constituir una razón para vivir en la vida de alguien, aunque sea por un tiempo limitado mientras dura la crisis. Quizá sea más didáctico decir qué no hacer: ignorar la situación, mostrarse avergonzado o consternado, decir que todo está bien o presentar los problemas como algo trivial (invalidamos el sufrimiento), retar a la persona a seguir adelante, jurar guardar el secreto o dejar sola a la persona en crisis. En su lugar, sí podemos escuchar sin escandalizarnos, mostrar nuestra preocupación sincera y acompañar a la persona para que no esté sola en los momentos de mayor angustia y sensación de soledad, escuchar y proponer soluciones proactivas a los problemas, o incluso acompañar a la persona a solicitar una cita en los servicios de salud si fuera necesario. Las crisis suicidas son temporales y podemos acompañar a la persona durante ese proceso, dando esperanza y proporcionando ayuda. Debemos hablar y preguntar. Es razonable que nos de miedo, pero la persona que piensa en suicidarse también está asustada y agradecerá tener la ocasión de encontrar un espacio seguro para hablar de esos pensamientos que le acosan y liberar la vergüenza y el miedo. A veces, pequeños gestos pueden ser el principio de inclinar la balanza hacia la vida.