Representantes de la plataforma Stop Suicidios y de asociaciones de ayuda a enfermos mentales han entregado casi un millón de firmas en el Ministerio de Sanidad, antes de participar en la primera manifestación contra el suicidio
Las razones que acaban por llevar a una persona al suicidio son muchas y muy dispares. Imagino que uno debe quedarse sin motivos para vivir, o incluso que los motivos que a uno le queden sean tan angustiosos que al final a uno la vida le resulte muy difícil de vivir. Más o menos como ocurre cuando sufres una enfermedad crónica.
Pero las sociedades no tratan el suicidio como el resultado último de una enfermedad sin cura; el suicidio pasa como un accidente. Es como si, un minuto antes, la persona que pierde la vida no tuviera ningún síntoma que hiciera entrever tal consecuencia.
No se puede evitar una acción que se ejerce desde la más íntima de las voluntades, derivada del fracaso de alguno o de todos los acuerdos alcanzados con la vida. Lo que sí se puede hacer es identificar las razones que nos llevan a ello, clasificarlas, descifrar en qué medida los sistemas sociales son culpables; y, tras eso, procurar desmontar las diferentes formas que la sociedad adopta para aislar a estas víctimas.
En efecto: ante todo, un suicida es una víctima de las deficiencias de los sistemas fundamentados en la búsqueda del bienestar social. Es el síntoma que identifica su fracaso. Las razones son múltiples; a saber, por ser precarios, por ser demasiado exigentes, por empujarnos a hacer cosas que nos dañan la conciencia, por etiquetarnos tan fácilmente, por discriminarnos, por hacernos sentir inútiles y un largo etcétera de razones que desgastan hasta quedarnos sin motivos para seguir viviendo.
Los psicólogos no pueden solucionar este tema por sí solos. Hace falta la connivencia de sociólogos, antropólogos y filósofos para desarrollar cuantos instrumentos de identificación de síntomas sean necesarios hasta descubrir todas las variantes de un virus que parece no dejar de crecer en todas las sociedades con recursos. Todo vale menos quedarse quietos, como hasta ahora hemos hecho, ante una de las formas de mortalidad más evitables que existen