Según la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es el responsable de unas 800.000 muertes cada año en todo el mundo. Además, anualmente se dan 16 millones de intentos de quitarse la vida.
La pandemia por Covid-19 y el comportamiento suicida son dos importantes problemas de salud pública. Sin embargo, tal y como recoge el artículo “Si el suicidio fuera Covid: una causa desatendida de muerte prematura”, publicado en The Journal of Clinical Psychiatry, y en el que han participado los doctores Enrique Baca-García y Alejandro Porras-Segovia, investigadores del Instituto de Investigación Sanitaria de la Fundación Jiménez Díaz (IIS-FJD), mientras el coronavirus ha recibido una atención sin precedentes en la investigación biomédica y los medios de comunicación, el intento de quitarse la vida sigue descuidándose.
La disparidad de recursos para abordar el suicidio y la Covid-19 muestra más la brecha que existe en las enfermedades físicas y las mentales
“No hay duda de que la Covid-19 es uno de los mayores retos sanitarios a los que nos hemos enfrentado, pero el suicidio también requiere de una atención sostenida y esforzada de la que sigue adoleciendo”, afirma el Dr. Baca-García, también jefe del Servicio de Psiquiatría de la Fundación Jiménez Díaz, así como de los hospitales universitarios Rey Juan Carlos, Infanta Elena y General de Villalba, añadiendo que “el comportamiento suicida ha sido tan descuidado que las tasas de suicidio en los Estados Unidos han aumentado dramáticamente en un 35 por ciento entre los años 1999 y 2018”.
UNA CAUSA OLVIDADA DE MUERTE PREMATURA
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es el responsable de unas 800.000 muertes al año en todo el mundo, mientras que el número de intentos de quitarse la vida puede ser 20 veces superior, es decir, más de 16 millones.
En concreto, se trata de la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años, y hasta el 90 por ciento de las víctimas tenían antecedentes de enfermedades mentales, sobre todo, trastornos depresivos. “Para entender el impacto social de estas dos problemáticas, debemos considerar la edad a la que se produce la muerte. La mayoría de las víctimas de la Covid-19 tenían 85 años o más y a menudo contaban con un historial de condiciones físicas crónicas, especialmente enfermedades respiratorias”, comenta el Dr. Baca-García.
Pero este “agravio comparativo” no solo se da con la Covid-19, sino que, por lo general -detalla el especialista-, “la salud física suele absorber más recursos clínicos y de investigación que la salud mental”. “La disparidad de recursos actual es solo una prueba de la brecha inexplicable que aún existe entre la preocupación por las enfermedades físicas y las mentales”, apunta, poniendo como ejemplo los avances logrados en la infección por el VIH gracias a la implicación de los sistemas sanitarios.
Las medidas de prevención para combatir la pandemia pueden aumentar el comportamiento suicida
Esta disparidad en el despliegue de recursos es especialmente sensible en el caso de la Covid-19 porque las medidas de prevención para combatir la pandemia pueden aumentar el comportamiento suicida. “Además del aumento del aislamiento social y de las consecuencias económicas de la pandemia, la atención sanitaria mental presencial se ha visto obstaculizada o interrumpida, lo que ha agravado aún más la situación
de los pacientes psiquiátricos”, indica el Dr. Baca-García, quien recomienda que se haga todo lo posible para minimizar el impacto de las medidas de prevención del coronavirus en otros ámbitos.
Asimismo, señala que para la Covid-19 existen diferentes medidas preventivas, como las mascarillas, las pautas higiénicas o las vacunas. “Sin embargo, a pesar de que el suicidio es una de las principales causas de muerte desde hace décadas, se necesita un impulso para promover medidas preventivas a fin de disminuir esta causa de muerte y mejorar la salud mental”, concluye.