Aragón es la tercera Comunidad Autónoma de España con una mayor tasa de suicidio. La estadística nos dice que son los jóvenes y los mayores de 70 años las personas con mayor riesgo. Pero, ¿por qué se da más entre las personas mayores? El suicidio es una conducta que se lleva a cabo cuando no hay futuro, cuando la persona, joven, adulta o mayor piensa que no tiene posibilidades de vivir con dignidad y, hoy, estamos dejando a nuestros mayores sin ese futuro de dignidad como se está demostrando a lo largo de esta pandemia.
Las causas se encuentran en el cambio acaecido en los últimos 50 años en los que hemos pasado de una sociedad agrícola y patriarcal a una sociedad urbana e individualista. Sobre todo, en los pueblos de nuestro Pirineo existía la figura de la “casa”. La casa englobaba la presencia de los abuelos que lo dominaban todo, de un hijo o hija que llevaba la hacienda, algún tión (hermano soltero), los nietos y el conjunto formado por la vivienda con sus corrales, los animales y la hacienda agrícola. En esta sociedad, para los abuelos, la vida tenía sentido. En cambio, ahora, en nuestra sociedad urbana o, viven solos y, ahora, sin visitas; o, los hemos llevado a una residencia; en estas circunstancias, para muchos de ellos, la vida está carente de sentido.
Como sociedad avanzada que somos no solo deberíamos contribuir para pagar sus pensiones, sino que tendríamos que buscar alternativas que les devuelvan la satisfacción por vivir. En tal sentido, puedo contar una anécdota que me pasó hace unos seis años cuando, como psicólogo, daba una conferencia a 80 personas mayores sobre “inteligencia emocional y felicidad” en el centro cívico Oliver de Zaragoza. Al término de la misma, se me acercó un señor mayor que había estado escuchándola y me dijo estas palabras que nunca olvidaré “¡Sabe, pues, que después de esta charla he decidido que quiero seguir viviendo!”.
Entonces, ¿qué podemos hacer? A mí se me ocurre recuperar el vecindario. En los pueblos, y en Zaragoza, recuerdo cuando era pequeño, en nuestra calle todos nos conocíamos; bien es verdad que también nos criticábamos, pero nos ayudábamos cuando alguno o alguna tenía un problema. Mi propuesta es establecer un programa autonómico por la “Ayuda mutua”. Consistiría en que hubiese “educadores/as de calle” que, previa una campaña de publicidad por parte del Gobierno regional, fueran visitándonos en nuestras casas para conocer nuestras necesidades, nuestras capacidades y nuestros intereses para ponerlos en conocimiento, con todo el respeto y discreción del mundo, de nuestros vecinos. De este modo, podríamos vivir solos en nuestras casas porque estaríamos apoyados y ayudados por el vecindario. Incluso, entre varios vecinos, con el asesoramiento de estos educadores, podríamos contratar servicios colectivos de limpieza, alimentación, fisioterapia, ayuda a la dependencia, etc. De este modo, conseguiríamos dos cosas: que a través de la relación las personas mayores recuperaran el sentido de la vida, y evitaríamos su aislamiento que es la primera causa de suicidio entre los mayores. La esperanza existe, pero la tenemos que construir entre todos.