El suicidio es la primera causa de muerte no natural de España. Los familiares son «triples víctimas» que enfrentan la pérdida, la duda y la incomprensión del entorno.
El alma de un superviviente de suicidio detona cuando se entera de que su ser querido ha decidido marcharse. La explosión de dolor desencadenada sitúa a la persona en la antesala de un duelo lleno de interrogantes. «Yo ya no me pregunto si podía haber hecho algo», asegura Silvia Moya, «porque he llegado a entender que fue su manera de acabar y tengo que aceptarlo».
Moya perdió a su padre en enero de 2017. Tenía 63 años, dos hijos, nietos. Pero decidió por sí mismo que ya no quería vivir más. A su hija no le quedó más remedio que enfrentarse al sufrimiento por esa pérdida.Se acababa de convertir en superviviente. «Me costó meses entender lo sucedido», reflexiona Moya, «el dolor me dejó anulada. Era la persona más importante de mi vida y me reproché muchas veces no llegar a salvarle». Hasta que, poco a poco, sacó fuerzas «porque no quería dejar a los otros». Los otros eran su hijo, su marido, el resto de la familia, que se convirtieron en sus enganches a la vida.
El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España, también en Baleares, comunidad donde se recogen los testimonios de este reportaje. Un total de 103 personas fallecieron por esta causa en 2017 en las Islas según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Ese mismo año, 48 personas perecieron en accidentes de tráfico en el archipiélago. Fue necesario que la Organización Mundial de la Salud conminase a las instituciones a dar luz a esta lacra silenciada. Que hiere por dos, a los que deciden marcharse, machacados por sus múltiples causas, y a los que se quedan aquí, enfrentados al repentino vacío y la incomprensión. Ésta última, también doble, la suya propia y la de los demás. Pasan a convertirse en «triples víctimas», precisa la responsable del Observatorio del Suicidio, Nicole Haber, «porque deben lidiar con la pérdida, el estigma y el replanteamiento de lo hecho o no hecho».
«Pierdes a tu hermano, pero también a tu referente más cercano», explica Xisca Morell. Su hermano pequeño decidió que ya no viviría más. De sopetón y sin alternativa, ella tuvo que encarar ese vacío fraternal que si algo ofrecía, era dolor. Y tuvo que agarrar las riendas de su familia. «Con su ida, también perdí a mis padres. Hoy día, no suelen hablar de él, sólo a veces. Cada uno lo afronta a su ritmo porque es un proceso muy personal», reflexiona. Impuesto el terremoto emocional que supone la despedida de un familiar por conducta suicida, «tienes que volver a encontrar tu lugar. Buscas la manera para seguir adelante sin los apoyos habituales».
invertir en prevención
Atónita se quedó Nicole Haber, responsable del Observatorio del Suicidio de Baleares, cuando echó un vistazo al ritmo de las inscripciones a una jornada para la prevención de la conducta suicida en niños. De las 200 plazas ofertadas en el Hospital Son Llàtzer, pasadas unas horas, se encontró el doble de solicitudes en lista de espera. Más de 400 personas querían saber más de este tema. Desbordados, el acto se trasladó al Trui Teatre de Palma y registró 800 asistentes.
El suicidio se ha ocultado durante décadas por el estigma, el tabú, la vergüenza y la interferencia omnímoda de la religión. La experta Nicole Haber defiende que se puede prevenir e incide en la importancia de observar las señales. Inmersa en la elaboración de un Plan de Prevención en las Islas, que aglutina a organismos como el IB-Salut, el 061 o Servicios Sociales, por citar algunos, remite a los circuitos sanitarios para hacer seguimiento del enfermo.
No existen respuestas concretas al porqué de la conducta suicida. Asimilar esto es también el primer paso para los familiares supervivientes. No todos padecen enfermedades mentales, no es un acto impulsivo, no se quiere llamar la atención ni afecta a un grupo de población concreto. «Alguien puede encontrarse en un momento de vulnerabilidad extrema por alguna circunstancia vital», alega Haber. La aparición de una situación límite inesperada, los primeros indicios de una depresión pueden ser señales de alerta. «Si alguien empieza a aislarse y abandona actividades que antes sí le gustaban, quizás sea un detonante», argumenta la experta, «esa persona puede sentirse sola internamente. A continuación, decepcionada con el entorno hasta que llega al límite. Se produce entones una distorsión de pensamiento que puede inducir a pensar aquí sobro, los míos no son míos». O que se padezca un trastorno adaptativo, como un divorcio. O que irrumpa una enfermedad mental «que rompa tu proyecto vital».
El hermano de Xisca Morell lo intentó varias veces y lo concretó con 28 años.«Todo fue consecuencia de un árbol de dificultades. Su conducta era disfuncional, empezó a pensar y verbalizar que no quería vivir», recuerda Morell. Ella habla de frentes laborales, familiares y sociales que él no supo afrontar. Hasta que un día, del pensamiento pasó al hecho. ¿Qué lo precipitó? «Una gotita que colmó el vaso», responde escueta Morell.
La gotita que colmó el vaso del padre de Moya fue un tema personal. «No soportó el sufrimiento», razona su hija, «debes entenderlo y aceptarlo. Porque ellos no quieren morir, quieren dejar de sufrir». Pertenece a una familia que obedece al patrón del efecto contagio. Desvela que ella con 7 años, frenó a su madre. Que ella con 15 años, padeció una tentativa. Su marido, también lo intentó. «El tema me perseguía, hasta que al final pasó con mi padre», explica. «Si contarlo sirve para recuperar una vida, yo voy a contarlo las veces que haga falta», advierte.
Este reportaje sigue las pautas de la OMS y no cita los métodos utilizados ni profundiza en los detalles del acto suicida.