Las personas que se quitan la vida dejan a sus familiares con un inmenso remordimiento y dolor. Estas son las historias de Ramón y Carmen
Hace 14 años, Ramón López perdió a su padre a causa de un suicidio. Una enfermedad le sumió en una enorme depresión, hasta que un día decidió quitarse la vida. En el verano de 2018, llegaría otro fallecimiento, esta vez su suegra, cuyo suicidio se llevaría también en solo siete meses a su hija de 40 años, la pareja de Ramón. Ambas decidieron poner fin a su vida de la misma manera pero en viviendas diferentes. Ninguna mostraba signos de padecer problemas psicológicos. Todo estaba bien. Nada hacía presagiar el peor de los finales.
En 2017, solo en Málaga se produjeron 169 casos de suicidios, en su mayoría jóvenes que no dejaban ver a sus allegados el dolor que llevaban por dentro y no pudieron recibir ayuda en el momento adecuado. Ayer fue el momento de recordar todos estos casos con la conmemoración del Día Internacional del Superviviente por Suicidio, que reunió en la plaza de la Marina a un puñado de familias afectadas.
«La asociación me ha salvado la vida. Sin ellos no hubiese podido seguir adelante»
Una de ellas fue la de Pablo, quien nunca llegó a mostrar señal alguna que pudiera asociarse con el suicidio, y con solo 31 años llegó a la conclusión que poner fin a su vida era la única manera de acabar con todo. Tras su muerte, su madre, Carmen Gálvez, fue testigo de cómo su familia y conocidos comenzaron a alejarse al conocer la forma en la que falleció Pablo, dejándola sumida, junto a su marido, en una situación de soledad. «El suicidio se sigue viendo como un tabú, un silencio que al final es lo que hace más daño», explica Carmen, superviviente de una pérdida por suicidio.
Ahora, ella recuerda cómo en el tanatorio se le acercó Celia Gómez, profesional del Grupo de Orientación y Apoyo Psicológico de Parcemasa, quien la derivó a la asociación Alhelí. Esta organización sin ánimo de lucro trabaja día a día en la prevención de duelo patológico y a su vez acompaña a los familiares durante el duelo. Para ello, cuentan con un grupo de psicólogos que ayudan a superar este tipo de muertes etiquetadas como un acto de cobardía. «Las personas que tienen algún problema de salud mental no encuentran respuesta por parte de las personas de su entorno y tenemos un problema social que está ocasionando millones de muertes al año en todo el mundo», declara Cristina Ruíz, psicóloga de la organización.
Es precisamente esa etiqueta que la sociedad ha impuesto al hecho de recibir ayuda psicológica lo que ocasiona que muchas personas guarden sus problemas para sí mismos, decidan no buscar ayuda y que eso les lleve a tomar una decisión fatídica. «El psicólogo tiene que formar parte del día a día de la persona, como una especie de acompañamiento, no porque haya un problema grave detrás sino porque hay que ventilar emociones», explica Beatriz Pinto, profesional de salud mental de la Asociación Alhelí.
Quizás si la pareja de Ramón o Pablo, el hijo de Carmen, se hubieran sentido seguros de mostrar su dolor, miedos o inseguridades ante un profesional, familiar o amigo, ellos no tendrían que haber acudido a la asociación que Yolanda Verdugo creó hace tres años para superar sus muertes. Pero una de las formas de superar este tipo de pérdidas es entendiendo que ellos no son los responsables. «Literalmente, a mí la asociación me ha salvado la vida. No hubiese podido seguir adelante porque yo me encontraba muy mal», sentencia Carmen emocionada.