La vida de Olga y Carlos cambió por completo un 24 de enero de 2015. Por la tarde salieron a tomarse un café con unos amigos y cuando regresaron a casa encontraron muerta a su hija Ariadna. Se había suicidado. Tenía 18 años.
Ariadna era su única hija. Tenía toda una vida por delante, con aspiraciones y objetivos fijados, amante de la cultura y el cine, madura, responsable, exigente y muy aplicada en el instituto. Ariadna dejó una carta a sus padres donde explicaba las razones que le llevaron a suicidarse y todo lo que había sufrido durante los últimos años.
Desde ese momento, las vidas de Carlos y Olga nunca volverían a ser las mismas. Empezaba así una lucha interior, de aceptación, cientos de preguntas, pensamientos de culpabilidad, encuentros con psicólogos, continuos bajones… Se habían convertido en supervivientes. “El primer año nos queríamos morir. Estábamos en shock, apenas comíamos”, cuenta Carlos.
“El primer año nos queríamos morir. Estábamos en shock, apenas comíamos”
En el año 2017 en España se suicidaron 3.679 personas según el INE. En el mismo período, murieron casi 2.000 personas en accidentes de tráfico. Sin embargo, los profesionales afirman que hay más suicidios, ya que hay algunos casos escondidos en otro tipo de muertes.
Este dato refleja que al día en nuestro país se suicida una media de 10 personas. Se calcula que por cada suicidio se ven afectadas unas 20 personas de media entre amigos, familiares y conocidos. Por lo que este problema acaba afectando directamente a unas 70.000 personas al año en España.
Las personas que sufren la muerte por suicidio de un amigo o familiar son denominados supervivientes. Son personas que pasarán el resto de sus vidas en una continua lucha de superación. “La huella que te deja el suicidio de un familiar queda para siempre. Es un problema tan grande que no puedes llevarlo tu solo, necesitas la ayuda de un profesional, es algo que necesitas contarlo abiertamente”, apunta Carlos.
¿Qué papel juegan los medios de comunicación?
Los profesionales, supervivientes y expertos en suicidio siempre han demandado un trato justo y proporcional de los medios de comunicación a este problema. Denuncian que apenas informan de un dilema que acaba con la vida de 3.500 personas de media al año en España y cerca de 1 millón en todo el mundo. “Nadie es capaz de dar un paso adelante. Lo poco que hablan del suicidio lo hacen mal, de una manera muy morbosa”, afirma Olga.
Una de las pocas periodistas que se atrevió a tratar y profundizar en este tema fue Leyre Pejenaute. Trabaja en la productora 93 metros y en 2015 junto a un grupo de personas de este medio realizó un reportaje sobre el suicidio llamado ‘800.000’, en referencia al número aproximado de personas que se suicidaban anualmente en todo el mundo.
Pejenaute cuenta cómo ha ido evolucionando en los medios la forma de tratar el suicidio: “Antes no se informaba de nada, solo se contaba algún caso si se trataba de un famoso o persona discapacitada. Ahora esto está cambiando a mejor, pero aun así queda mucho por hacer. Por ejemplo, en mi etapa en El País no se podía hablar de suicidio, lo ponía en el libro de estilo”.
“En El País no se podía hablar de suicidio, lo ponía en el libro de estilo”
La periodista asegura que los periodistas tienen que ser el altavoz de este problema tan relegado e ignorado por la sociedad y los medios de comunicación.
Callarse no es una opción
Los propios supervivientes asumen su papel en este problema. Olga y Carlos se mostraron colaborativos desde el principio y quisieron hablar de todo. Sin pelos en la lengua, sin filtros. Desde la muerte de Ariadna en 2015, ambos se han ido introduciendo en asociaciones para la prevención del suicidio y en grupos de ayuda a los supervivientes.
Aseguran que para que el suicidio deje de ser tabú los familiares y afectados deben hablar y expresar lo que sienten, no pueden encerrarse en sí mismos. Los testimonios son fundamentales para dar ejemplo a otras personas afectadas: “Tenemos que dar visibilidad a este problema y eso solo se hace hablando, a los familiares nos cuesta mucho, pero es necesario”, sugiere Carlos.
Los padres de Ariadna han tenido que aprender a vivir otra vez, vivir una vida totalmente diferente. De ahí el término que se les da a los familiares de personas que se han suicidado: supervivientes.
“Al principio pasé mucho tiempo repasando todo lo que se nos podía haber escapado, estaba enfadada con ella por no habérnoslo contado”, afirma Olga. El sentimiento de culpa y rabia que deja la muerte de un familiar cercano es uno de los principales problemas y retos que tienen los supervivientes.
“Estaba enfadada con ella por no habérnoslo contado”
Olga y Carlos cuentan que desde siempre tuvieron mucha comunicación con Ariadna, siempre se contaban todas las cosas, las malas y las buenas. Por eso les extrañó que su hija no les contase el problema que estaba sufriendo. Sin embargo, con el tiempo, lo han ido entendiendo: “No nos contó nada para no preocuparnos, ella pensaba que no tenía remedio, por eso no nos dijo nada”.
Ariadna murió hace casi cinco años y aunque la pérdida es inevitable, este matrimonio se levanta todos los días con el grato recuerdo de los 18 años maravillosos que les dio su hija. Y ese recuerdo es imborrable.