Vitoria, 22 jul (EFE).- La aplicación de nuevos métodos de prevención en casos de pacientes con tendencias suicidas logran reducir estos comportamientos en un 45 % de los casos, según ha desvelado la profesora de la Universidad de Columbia (Nueva York) Bárbara Stanley durante el IV Congreso Nacional de Psicología que se celebra en Vitoria.
Stanley ha ofrecido este lunes una conferencia sobre el reto de la prevención del suicidio, que sólo en España suma unos 4.000 casos al año sin que exista un plan de prevención para ello, por lo que esta experta ha detallado la metodología que aplica ante un auditorio compuesto por cientos de psicólogos españoles.
Ha abogado por aplicar en los intentos de suicidio un protocolo basado en intervenciones breves de los psicólogos que den pautas a los pacientes para enfrentarse a los momentos en los que su situación les lleva a intentar quitarse la vida, con un «plan de seguridad o emergencia» que les guíe para evitar que se suiciden.
Stanley se ha referido tanto a los casos en los que existe un riesgo elevado de suicidio de manera crónica, que requieren un tratamiento de terapia continuado, como a las ideas suicidas que surgen por algún detonante en momentos puntuales, que pueden sobrevenir como una espiral en cuestión de «horas o incluso minutos».
«Las herramientas que podemos utilizar para intervenir de manera rápida cuando alguien pasa de sentirse mal a realmente correr el peligro de actuar pasan por construir una reserva emocional y unas reservas de resiliencia, para de alguna manera poder proteger a la gente. Hay pequeñas cosas que pueden suponer una gran diferencia, intervenciones breves que ayudan», ha explicado.
Así, junto con otro compañero Stanley ideó en 2008 un cuestionario que servía para diseñar un plan de seguridad personalizado para cada paciente tras una crisis suicida, en el que se ayuda a identificar los detonantes de estos intentos y aporta estrategias para evitar llegar al suicidio.
«Se tarda menos de una hora en planificar este recurso, y ayuda a que estas personas afronten ese momento y se calmen los sentimientos suicidas. Les damos habilidades para enfrentarse a ello», ha agregado esta profesional, que ha defendido como elemento de apoyo «la distracción», es decir recurrir al entorno para alejar esas ideas suicidas y por ejemplo llamar a un familiar o a un amigo en esos momentos de crisis.
Stanley sabe que «mientras se está centrado en otra cosa los sentimientos se logran regular», aunque el plan de emergencia va más allá e incluye «explicar a las personas cómo se originan las crisis suicidas, porque cuando alguien la sufre piensa que va a estar así para siempre, y si sabe que es algo temporal le va a ayudar a resistir», además de conocer las experiencias positivas de otros pacientes.
Ahí entra la detección de los hechos, pensamientos y sentimientos que llevaron a la crisis, «pero sin establecerlo como causa del suicidio», para dibujar un cronograma con el paciente que permita detectar los detonantes y, cuando se repitan, poner en marcha el plan de seguridad.
«El proceso es bastante duro, pero si no se actúa no se llega a evitar el intento de suicidio», ha apuntado Stanley, que ha insistido en las técnicas de distracción «para alejarse del problema» y, en caso de que no funcionen, recurrir a los profesionales de salud y recordar los motivos que tienen para vivir.
Además, incorpora un seguimiento telefónico los primeros días después del intento para hacer un seguimiento del caso.
La aplicación de esta metodología, según un estudio realizado en 2018, ayudó a reducir las tendencias suicidas en un 45 % de los casos, por lo que Stanley ha puesto en valor este trabajo, que ya se aplica en Estados Unidos e incluso se ha adaptado en campos de refugiados.