A MEJOR manera que ha encontrado Francisco Sánchez para explicar lo que le pasa es decir que siente “cansancio del alma”. Los antiguos lo llamaban melancolía, la “bilis negra”. Un agujero tenebroso donde nada tiene sentido y no hay futuro, solo un presente de sufrimiento insoportable. Francisco Sánchez –Paco para todos–, un técnico en electrónica de 50 años, empezó a despeñarse el día en que paseaba por las calles de Huelva, su ciudad, y de repente se sintió como si estuviera en un lugar extraño. Luego vino la caída libre, con dos intentos de suicidio. El segundo lo planeó con antelación. Dejó una nota a sus padres diciéndoles que se quedasen tranquilos, que ya no tendrían que cuidarlo más. “Ahora estoy mejor, pero tengo el espíritu cansado. No puedo descartar otro intento”, confiesa.
Para que esté vigilado, Paco, soltero, se ha ido a vivir con sus padres. Ellos le guardan bajo llave las cajas de los medicamentos –toma una docena de pastillas al día– con los que combate el trastorno ansioso-depresivo que le han diagnosticado. Pero es difícil saber y explicar qué le pasa: “¿Por qué?, ¿por qué?… Esa es la pregunta que está siempre ahí”. Su amiga Celes, que ha sufrido el suicidio de un hijo, hasta le hace bromas:
–Pero, a ver, Paco, ¿tú te quieres morir o no?
–Si morirse es no tener ilusión por la vida… Voy con una máscara puesta.
Los familiares de los suicidas se llaman a sí mismos supervivientes. «Es porque nosotros ya no vivimos, solo sobrevivimos», explican.
Cada dos horas y media, una persona se quita la vida en España. La estadística es tan brutal que convierte el suicidio en la primera causa de muerte no natural, con el doble de víctimas que los accidentes de tráfico. Miles de tragedias de las que no se habla, porque la muerte voluntaria es un tabú que ha resistido desde los comienzos de la civilización. Siglos atrás, los cuerpos de los suicidas se enterraban bajo montones de piedras. Ahora se los arrumba tras un muro de silencio.
Las estadísticas oficiales ni siquiera están al día. Las últimas son de 2014 y cifran el problema en 3.910 fallecidos, el mayor número registrado nunca. Los expertos calculan que los datos están infravalorados en al menos un 20% por varias razones, como el deseo de algunas familias de ocultarlo. “Las cifras del Instituto Nacional de Estadística tampoco son muy rigurosas”, asegura Javier Jiménez, un psicólogo que preside la Asociación para la Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio (AIPIS). “Otros años comprobamos que había 500 muertos registrados en los institutos anatómico–forenses que no se recogían en la estadística total. Y además se sabe que parte de los accidentes de tráfico son suicidios, también los que se precipitan al vacío por causas sin determinar o los que fallecen por ingesta de medicamentos”.
Paco se ha sentido muchas veces “como un leproso”. Alguna gente no le habla y cambia de acera al verle. Como sus antiguos compañeros de trabajo, el lugar donde se le consumió el alma. “Entré en la empresa a los 15 años y dediqué a ella toda mi vida, de la mañana a la noche, no he hecho otra cosa”, relata luchando contra el temblor de su voz. “Allí se fue generando un ambiente tóxico, incluso violento por parte de los jefes. Un día descubrí que me querían echar para contratar a dos chicos más baratos y me derrumbé. Me dieron una baja por depresión, pero me mandaron una inspección y me decían que no tenía nada”. Paco vive ahora abatido por la sensación de haber malgastado su vida entera. Y todas las noches, en sueños, regresa interminablemente a su puesto de trabajo(…)