Una señal problemática de que la ansiedad y la depresión están asolando a los jóvenes de EE. UU.: una investigación reciente muestra que desde 2008 la cantidad de niños y adolecentes que han sido hospitalizados por intentos de suicidio o ideación suicida se ha duplicado.
El autor del estudio, el Dr. Gregory Plemmons, dijo que los hallazgos «no son sorprendentes» y que «las universidades también han reportado un aumento dramático en la prevalencia de ansiedad y depresión en los estudiantes, y en el uso de los servicios de consejería».
¿Pero está el riesgo de suicidio adolescente en realidad aumentando, o más adolescentes vulnerables acuden al hospital que antes? Plemmons comentó que es difícil de decir.
«A partir de otros estudios disponibles sabemos que todavía menos de la mitad de los jóvenes con trastornos mentales buscan tratamiento, y solo una minoría de los adolescentes con depresión en realidad buscan atención», señaló. «De hecho, la Academia Americana de Pediatría (American Academy of Pediatrics) publicó directrices el febrero pasado para animar a los médicos de atención primaria a comenzar a realizar pruebas de la depresión».
Plemmons es profesor asociado de pediatría en el Hospital Pediátrico Monroe Carell Jr., en la Universidad de Vanderbilt, en Nashville.
El suicidio es ahora la tercera causa principal de muerte entre los adolescentes estadounidenses, anotaron los autores del estudio.
Para entender el problema, los investigadores utilizaron datos federales de hospitales pediátricos.
Los hallazgos mostraron que entre 2008 y 2015, casi 116,000 niños y adolescentes de 5 a 17 años de edad fueron atendidos en 31 hospitales, por ideación suicida o por intento de suicidio. Dos tercios eran chicas.
Más de la mitad fueron hospitalizados, y más de un 13 por ciento necesitaron cuidados intensivos. El resto fueron tratados en emergencias o mantenidos bajo observación.
En general, las hospitalizaciones relacionadas con el suicidio en los adolescentes conformaron un 0.66 por ciento de todas las hospitalizaciones en hospitales pediátricos en 2008. En 2015, esa cifra se había multiplicado por más de dos, a casi un 2 por ciento, según el informe.
Se observaron aumentos en todas las edades, pero difirieron entre ciertos grupos.
Por ejemplo, el aumento en las hospitalizaciones relacionadas con el suicidio fue particularmente alto entre los adolescentes de 15 a 17 años de edad, que conformaron más de la mitad de los casos. El segundo aumento más alto se observó en los adolescentes de 12 a 14 años, que conformaron un 37 por ciento de todos los casos.
El aumento más agudo fue en los jóvenes blancos, con un aumento anual del 0.18 por ciento. En comparación, el riesgo aumentó en un 0.09 por ciento entre los niños negros, y en un 0.05 por ciento entre los hispanos, dijeron los investigadores.
Plemmons apuntó a una variedad de posibles motivos.
«La pubertad es un factor de riesgo de suicidio, lo que podría explicar en parte el aumento dramático entre los adolescentes de 15 a 17 años», dijo. Y una «falta de acceso, y la estigmatización social respecto a buscar atención para los problemas de salud mental podrían tener un rol» en las distintas vulnerabilidades según la raza, anotó.
Plemmons añadió que las chicas parecían ser usuarias más ávidas de los medios sociales, «así que el ciberacoso y otros factores podrían también tener un papel» en su riesgo mucho más elevado.
En cuanto a lo que las familias pueden hacer, reconoció que «puede ser muy difícil para los padres distinguir entre la conducta adolescente malhumorada normal y alguien que quizá esté experimentando una verdadera crisis de salud mental o depresión clínica».
Plemmons añadió que «las señales a tomar en cuenta incluyen un retraimiento y un aislamiento creciente de los compañeros o la familia, que podría manifestarse como un aumento en el tiempo que pasan con los aparatos electrónicos; cambios en el sueño o en el apetito; un declive en el rendimiento escolar; o una falta de interés en cosas que antes disfrutaban».
Animó a los padres a acercarse a sus hijos si es necesario, y dijo que «nunca se ha mostrado que hablar del tema aumente el riesgo. Hablar en realidad ayuda. Tener una conversación con el pediatra o el médico de familia o el consejero escolar también puede ofrecer respaldo, con algo de suerte».
El informe aparece en la edición en línea del 16 de mayo de la revista Pediatrics.
Kimberly McManama O’Brien es científica investigadora en el Centro de Desarrollo Educativo y en el Hospital Pediátrico de Boston, además de profesora de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard. Dijo que los hallazgos «tienen mucho sentido».
«Hace incluso una década, la gente en realidad no sabía qué hacer si un adolescente se mostraba suicida. Ahora hay muchos recursos y lugares a los cuales acudir, lo que podría relacionarse con un aumento en las visitas a los hospitales», planteó.
«Mi principal consejo para los padres sería que aprendan a sentirse cómodos preguntando a sus hijos adolescentes sobre el suicidio», señaló O’Brien. De hecho, enfatizó que «tener un padre que ofrezca respaldo y validación que pregunte abierta y directamente sobre el suicidio es uno de los factores protectores más importantes contra el suicidio adolescente».