Que si la insularidad, que si el influjo de la tramontana, que si la crudeza invernal de este territorio… son explicaciones sin base científica alguna a las que se recurre cuando aparece en la conversación el suicidio en Menorca.
Se trata de una de las principales causas de fallecimiento no natural que se registran año tras año en la Isla. Es, por tanto, decisiva en la elevada tasa que define a Balears como una de las comunidades españolas en la que más gente se quita la vida por desesperación ante la realidad a la que ya desisten enfrentarse. Son 8,8 personas por cada 100.000 habitantes las que se suicidan anualmente lo que supone dos suicidios a la semana en el Archipiélago y entre 15 y 20 tentativas, según datos de la Conselleria balear de Salud.
En Menorca se contabilizaron nueve suicidios el pasado año, aunque el número pudo ser mayor porque no se computan aquellas muertes de las que se tienen claros indicios de autolisis pero no las pruebas irrefutables para que así sean consideradas.
Este tipo de muerte violenta continúa como una cuestión tabú de la que no se habla y no se enfrenta por el dolor añadido que invade a la familia de quien ha optado por este trágico desenlace. Es por ello también que los medios de comunicación, como este, no publican aquellos casos que no admiten dudas.
Decidida a encarar el evidente problema, la Conselleria balear de Salud ha puesto en marcha este año el denominado Observatorio del Suicidio en Balears, una acertada iniciativa que pretende recoger en hospitales públicos y privados y centros de salud la información de las personas que se han quitado la vida o de las que se sabe con certeza que han intentado hacerlo.
Durante un año obtendrá datos estructurales para ayudar a identificar a los pacientes en riesgo suicida y, a partir de aquí, aplicar tratamientos preventivos que permitan reducir el número de víctimas. El Observatorio del Suicidio aparece como la herramienta fundamental para conseguirlo.