La chica, de sólo 16 años y que convivía con su abuela en Santa Cruz de Tenerife, utilizó la medicación de su yaya para quitarse la vida. La principal hipótesis de la Policía es que se trata de un caso de ‘bullying’. El centro escolar echa balones fuera: «Sufría una enfermedad que le ha llevado a esta situación”.
27 noviembre, 2017 El Español Marta Espartero. Santa Cruz de Tenerife
El domingo 19 de noviembre parecía una jornada normal en casa de María, Marieta. Esta señora, con unas cuantas décadas a sus espaldas, no esperaba jamás que las medicinas que la ayudaban a mejorar su calidad de vida como consecuencia del peso del tiempo sobre sus hombros, se convertirían en el método letal que escogería su nieta, la joven Zulima, de 16 años, para terminar con su vida.
Zulima y sus dos hermanas menores convivían con la yaya, como ellas la llaman. Según ha podido saber EL ESPAÑOL, provenían de una familia desestructurada: un padre ausente y una madre con problemas de adicción, aunque recuperada en la actualidad. El vivir con la yaya Marieta había sido la solución para estas niñas. Su manera de encontrar la normalidad, la rutina, en una situación atípica.
Marieta, una mujer mayor rubia, de mediana estatura, es bastante conocida en Santa Cruz de Tenerife, la ciudad en la que reside. Regenta desde hace más de 30 años una conocida cafetería en el centro de la ciudad. El establecimiento, pequeño y algo antiguo, destaca por su amplia terraza. Siempre está llena, con locales o turistas. Sus precios populares y su situación -está a pocos pasos de la Plaza del Príncipe, uno de los puntos neurálgicos de la ciudad- ayudan. Pero aún así, ella reside en un barrio más humilde, en un piso que comparte junto a su hermana en una zona próxima al estadio Heliodoro Rodríguez y en el que la alegría la aportaban sus tres nietas. Hasta el domingo. Desde ese momento, hay un plato menos en la mesa.
Quizás pensando en el bienestar de las niñas, las tres menores acudían a un conocido centro privado de la capital tinerfeña, el Pureza de María. Es un colegio “para gente bien”, explican a este periódico desde una asociación de padres y madres de la ciudad. Las chicas habían llegado al centro a raíz de una medida de cupos. Pero Zulima, que actualmente cursaba cuarto de la ESO, no era feliz. “Sufría bullying por parte de un grupo de niñas”, relata una madre de una compañera de Zulima que prefiere mantenerse en el anonimato. De hecho, es la principal hipótesis por la que se rigió la Policía cuando investigó el suceso, según fuentes cercanas a la investigación.
Su discapacidad, origen del acoso
Porque la joven canaria sufría una discapacidad física: le faltaba una de las piernas. Normalmente iba con una prótesis ortopédica. “Llevaba una de esas piernas ortopédicas que llevan un zapato grande, con suplemento. Ese era el origen de las burlas”, relata esta progenitora.
El acoso llegó a extremos insoportables. Las risas, las burlas ya no se quedaban entre los muros del colegio: a Zulima una compañera la trataba de ridiculizar a través de la red social Instagram. La niña, hija de una conocida familia hindú de Santa Cruz de Tenerife, subió una fotografía de la prótesis de su compañera. Este fue el único momento, según ha podido saber este diario, en el que la dirección del centro actuó: expulsó a la acosadora durante tres días e hizo desaparecer la imagen de la aplicación.
“El colegio no tiene nada buena fama con respecto al bullying a pesar de ser de gente bien. Cuando se ha sospechado que ha habido un caso de acoso, e incluso ante la evidencia, desde la dirección siempre se ha optado por silenciarlo más que por sacarlo a la luz”, cuenta la madre de un menor del centro que sufrió bullying hace tres años.
El colegio echa balones fuera
Así, el lunes 20, a las pocas horas de que Zulima decidiera quitarse la vida, la dirección de este colegio decidió echar balones fuera y emitir un comunicado por la megafonía del centro, al que ha tenido acceso este periódico, en el que relacionaban la fatal noticia con que “la alumna sufría una enfermedad que le ha llevado a esta situación, además de graves problemas personales”. Que la chica “ha expresado, en diversas ocasiones, su gratitud hacia el profesorado, el equipo de coordinación y de tutores por la dedicación y el acompañamiento que se le ha procurado”. Que Zulima «ha contado en todo momento, y durante años, con el seguimiento cercano del Departamento de Orientación». Que se ruega «una oración por el descanso» de la chica. Que ellos, en definitiva, no tienen nada que ver con el bullying que sufría la menor.
El mensaje indignó a varios de los alumnos y mostraron su disconformidad, tanto en el aula como en redes sociales. Los chicos lo comentaban en el recreo. También en la calle volviendo a casa. Incluso en distintas aplicaciones móviles aparecían mensajes sobre todo lo que sufría Zulima.
72 horas más tarde, a la salida del colegio, había varios grupos de alumnas que continúan comentándolo. En los restaurantes próximos, también. La preocupación es palpable entre los adolescentes y en sus progenitores. Sobre todo porque, con la actitud exhibida por el centro escolar, saltan las alarmas sobre qué puede pasar si vuelve a haber un episodio de acoso. «¿Cómo me voy a enterar de algo así si le sucede a mi hijo si no me avisa el colegio? Hay que llegar hasta el final con este tema«, sentencia una madre.
Zulima, una chica callada y tímida, “pero muy divertida cuando tomaba confianza”, según cuenta una de sus compañeras y amiga, de también 16 años, “a veces no se dejaba ayudar, pero muchas veces ocultaba sus problemas detrás de una sonrisa”. No quería molestar, no quería ser un problema. No quería, en definitiva, suponer una carga para los demás. “Ahora me pregunto si podía haber hecho algo más, pero, si la ves feliz, tampoco vas a preguntar ‘¿Te pasa algo malo?’. Pero podríamos haberla ayudado. Todos”.
Su familia, mientras tanto, trata de recuperar la normalidad, si es que es posible. Sus hermanas, de momento siguen acudiendo a clase y a actividades extraescolares mientras asimilan la noticia de que Zulima ya no volverá. Su madre, Sofía, trata de aferrarse a lo que puede. “Tengo ahora dos [hijas] para seguir adelante y continuar”, expresa en redes sociales. “Vaya hachazo me llevé”. La yaya Marieta continúa yendo cada mañana a supervisar la jornada de su cafetería. La tristeza y el dolor de la pérdida han hecho que hablar de Zulima sea un tema tabú.
En el colegio todos los alumnos hablan, aunque a escondidas. Está prohibido charlar sobre Zulima. Pero todos conocen el caso.