Jueves, 05/10/2017 | Actualizado el 06/10/2017 a las 17:58 CEST
Borrás, que sufrió la muerte de un hijo por suicidio, preside una entidad que ayuda a familias que atraviesan la misma tragedia
La muerte por suicidio de su hijo Miquel, cuando tenía 19 años, transformó la vida de Cecilia Borrás (Barcelona, 1966), psicóloga en ejercicio en aquél momento, hace ahora ocho años. En el 2012, a sugerencia de la psiquiatra Carmen Tejedor que atendía los intentos de autolesión grave en el Hospital de Sant Pau, fundó la primera asociación española que acoge a las familias que entran en el túnel doloroso que ella y su marido empezaron a transitar aquél día del 2009 en que el joven Miquel cortó el dolor de una discusión con su pareja poniendo fin a su vida. Cecilia Borrás considera sanador y conveniente hablar en voz alta de un tema que hasta hace muy poco era innombrable.
-¿Por qué el suicidio de un joven provoca culpa en sus padres? Porque siempre piensas que se te ha escapado algo. Aun más en mi caso, con formación en Psicología. Me repasé el manual de trastornos mentales, pensando que no había captado algo. Nos ayudó mucho, a mi marido y a mí, poder hablar con los grupos de amigos que tenía mi hijo.
-Usted no oculta este episodio. Creo que es bueno que los supervivientes de un familiar que se ha suicidado hablen de ello, y, especialmente, que puedan conectar con personas que han pasado por esa misma tragedia. Ese fue el motivo por el que creamos la asociación. Yo ahora puedo hacer una vida normal. Si no hubiera llegado a este punto de mi proceso, no podría ayudar a nadie.
¿El duelo por un hijo es indefinido? El duelo tras el suicidio de un hijo dura años, pero te reconstruyes. Si se convirtiera en indefinido sería un duelo patológico. Yo creo que en tres o cuatro años puedes haber recompuesto una vida, sin que lo que viviste te suponga un peso que te impida disfrutar y hacer planes. Reconstruyes una vida. Aunque tienes tus momentos duros. Lo has de aceptar.
-¿Cómo se identifica ese cambio? Cuando puedes contestarte una pregunta muy importante, planteada con serenidad, sin sentir dolor. La pregunta es: ¿Qué voy a hacer ahora con mi vida? Es una pregunta orientada a la acción. Te permite dar pequeños pasos que conducen a cosas diferentes. Es difícil que puedas responderla en el primer año y medio.
-¿Cuál es la función del duelo? Reconectarte, ayudarte a volver a sentir una vida sana y sincera. No evita que tengas una cicatriz enorme de por vida, que dolerá algunos días. Aunque cuesta, se consigue alcanzar la serenidad. Has de tener mucha paciencia, hasta salir de la culpa, la ira y la vergüenza.
-¿Vergüenza? Es una muerte por suicidio, y cuando lo explicas, la primera pregunta que te hacen es: ‘Pero tú no te habías dado cuenta?’ Implícitamente, hay una valoración rápida. Un juicio. Sientes que te dicen: ‘No llegasteis a tiempo. ¿No lo llevasteis al médico?’ Pues no. Tienes que ir justificando tu actuación.
¿Usted pasó por eso? Yo no he sentido vergüenza jamás. Yo acepto a mi hijo desde el instante en que nació hasta su último momento de vida.
-Dice que murió sin previo aviso. Si. En el 2009. No había nada en su entorno, en su vida o en su comportamiento que nos hiciera pensar que pudiese acabar así. No hubo ni mención, ni tentativas previas, ni un diagnóstico de nada. No era en absoluto una persona depresiva.
-¿Y sus circunstancias? Cuando analizamos las circunstancias que existían en el momento en que se produjo esa conducta, vimos que no eran extraordinarias. Una discusión de pareja no es una situación extraordinaria.
-¿Ese fue el motivo? Ese fue el motivo en el caso de mi hijo. O la causa precipitante, en lenguaje psiquiátrico. Aunque, saber eso no te explica lo que ocurrió.
-Circunstancias con valor subjetivo. Totalmente. Es la percepción que en ese momento tiene esa persona sobre la situación que está viviendo. Esto puede pasar con 19 años, con 30 o con 45. Hay una circunstancia determinada, que no es extraordinaria pero que a ti te provoca un fuerte estrés, que percibes de forma totalmente distorsionada. Y te produce muchísimo dolor.
-A ustedes les ayudó hablar con los amigos de su hijo. Mi hijo tenía muchos amigos. Del colegio, de la guardería, del fútbol, del grafiti… los conservaba a todos. Era una persona con una amplia relación social. Ellos nos ayudaron, sí.
-¿De qué forma? Los padres están inmersos en la vida de sus hijos, pero no son las personas de confianza a las que les cuentan sus cosas. Eso lo hacen con el grupo con el que se identifican. Los amigos de mi hijo vinieron a casa. Les pedimos sinceridad: necesitábamos saber si había ocurrido algo que nosotros desconociéramos.
-¿Y? Todos coincidieron en que no. No había nada que hiciera presuponer lo que sucedió. Hubo un amigo de él, con el que todavía nos encontramos cada verano, que nos dijo: ‘No le deis más vueltas. A vuestro hijo se le cruzaron los cables’. Es la forma más sencilla de ver lo que ocurrió. Esa explicación a mí me ayudó.
-¿La sensación de culpa de la que habla se diluye con los años? Si. La vas diluyendo, la vas trabajando. Hay muchos padres que se quedan ahí, porque estas muertes cuestionan el rol de cuidador principal, la figura que teóricamente tiene la responsabilidad de que un hijo crezca sano y feliz, porque así tiene que ser. Y si no es así, piensan que algo no se ha hecho bien.
-Y se culpabilizan. Te dices: ‘He sido una mala madre’. Sientes que has fallado en tu rol más profundo. Yo empecé a pensar en qué había fallado. Cuando Miquel tenía 8 o 9 años, había tenido que viajar mucho, iba a congresos médicos. Me quedé con el sentimiento de culpa de que quizá en esa época él me había encontrado a faltar. Pero lo comenté con una amiga.
-¿Qué le dijo? Me dijo: ‘¡Qué va! No veas lo chulo que iba tu hijo por el colegio explicando que su madre había estado en Nueva York’. Mi amiga me dijo que mi hijo me admiraba, aunque mi percepción había sido de culpa.
-¿Cómo salió de ahí? Un día me dije: ‘He sido la mejor madre que he podido ser’. No hay nada que yo pueda controlar al cien por cien. La personalidad independiente que ya tenía mi hijo estaba fuera de mi control. Su toma de decisiones, su vida… Hay muchas cosas que no podemos controlar.
-¿Este razonamiento lo exponen a las personas que les piden ayuda?Si. Antes, intento conocer sus creencias y valores, para respetarlas. He de saber cuál es el origen de su sentimiento de culpa. Sus razones. No es lo mismo lo que yo experimenté que lo que siente un padre al que se le escapó su hijo.
-¿Que se le escapo? Sí. Que tuvo en sus manos a su hijo, sujeto por el jersey, y se le escapó. Ese sentimiento de culpabilidad es muy grande. Yo les tengo que ayudar a que acepten que es normal lo que sienten, porque la vida de su hijo estuvo en sus manos durante unos segundos. Pero no lo pudieron evitar.
-¿Esto ha ocurrido? Tenemos a dos familias en la asociación en esta situación. Y por las mismas circunstancias. Un impulso. Es durísimo. Durísimo. Abordar esa culpabilidad es complicado.
-Algunos adolescentes están jugando con el tema del suicidio. Exponen su vida. ¿Qué está ocurriendo?Son conductas de riesgo que forman parte de las primeras experiencias, ritos de iniciación. Tienen la primera pareja, se acercan a la vida adulta. El suicidio, o la idea del suicidio, significa llegar a un límite. Y eso implica una conducta de riesgo.
-¿Y cuando se autolesionan? Se provocan un dolor físico fuerte como forma de anestesiar un dolor emocional aún más fuerte. Necesitan hacerse daño. En el momento en que se cortan el cuerpo, se liberan endorfinas, unas sustancias que les aplacan el dolor emocional. Funciona. Se vuelven adictos. No quiero juzgar, pero creo que esto es consecuencia de que esos chicos han tenido una vida muy fácil. Se les ha dado todo lo que han pedido.
-¿Exceso de gratificación? No han aprendido a tolerar la frustración que implica aceptar que no lo puedes tener todo en la vida o que, si lo quieres, has de trabajártelo.
-¿Alguna sugerencia? Que saquen la vida de sus hijos de las pantallas electrónicas. Que vean la tridimensionalidad de la vida. Desde el punto de vista real. Que vayan al campo un día con sus hijos. Sin móvil. Con una pelota.