Suicidio, la muerte silenciada

«Negar el suicidio es negar su dolor: es no darles un lugar, un espacio en el que refugiarse»

En España vivimos la pérdida de una persona por suicidio cada dos horas y media, y diez al cabo del día, lo que supone casi cuatro mil muertes al año (INE, 2018). Sin embargo, seguimos sin contar con un Plan Nacional de Prevención del Suicidio. Según los datos publicados en el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Murcia (2019), en nuestra Región 132 personas se quitaron la vida en el año 2018, siendo el mayor número de suicidios de los últimos 25 años. En el 2019, se ha podido apreciar un ligero descenso, con 123 casos, datos que nos dejan muy lejos de la tranquilidad, entorno a un problema sanitario que no tiene pensado marcharse por el momento. Aun así, sin perder de vista las escalofriantes cifras, no nos podemos quedar solamente con eso.

Detrás de cada muerte por suicidio hay una persona que se encuentra inmersa en un sufrimiento que no le permite ver más allá de su propio dolor, y que fruto de este malestar y no a causa de intencionalidad, o voluntariedad, como se quiere hacer pensar, sino fruto de este inmenso dolor, se quitan la vida. Y con ello, también quitan una parte de vida a cada uno de los familiares, que de forma abrupta se tienen que hacer cargo no sólo de la pérdida de un ser querido, sino que además tienen que lidiar con la inmensidad de cuestiones que giran en torno a este hecho, y en el que no encuentran refugio para hacer frente a un duelo tan complicado. Y es que el suicidio provoca en nuestro país y en todo el mundo el sufrimiento de millones de personas, muchas de ellas, en situación de desamparo institucional.

Negar el suicidio es negar su dolor: es no darles un lugar, un espacio en el que refugiarse. Es necesario y urgente la creación de un Plan de Prevención del Suicidio, que preste sus alas a todos aquellos que lo necesitan. Porque la persona que sufre de ideación suicida necesita las alas de otro que lo conecten de nuevo a la vida. Necesita de un acompañamiento profesional, que haga de refugio, de sostén. Porque existe la prevención en la conducta suicida. Pero hay que trabajar en su prevención, y hay que empezar por poner palabras en torno al suicidio.

Hay que dejar de ocultar las muertes por suicidio con un velo de silencio. Visibilizar el sufrimiento en torno a este hecho, en la persona que no puede más, y que se quita la vida sola, en un acto de desesperación. Que hay personas que sufren y se plantean quitarse la vida, y antes de hacerlo piden ayuda, y el sistema a veces, falla. También están aquellas que no piden ayuda nunca y que nos dejan, sin que nadie espere tal desenlace. Visibilizar la existencia de la enfermedad mental en el suicidio, pero también su inexistencia. A las familias, que sufren la pérdida de un ser querido de una forma muy trágica, y por ente, se enfrentan a un duelo muy complicado. Que en muchos casos sienten que la sociedad no les comprende y se encuentran sin espacios que les acojan. Visibilizar que la crisis sanitaria que vivimos está tocando muchas partes de nuestra vida, afectando en profundidad a la salud mental y desorganizando la vida a la que solíamos estar acostumbrados. Y que esto no es sin sufrimiento, no es sin malestar. Que muchas de las variables en torno al suicidio ahora mismo están viéndose sumamente afectadas, y que esto, de forma directa, se verá relacionado a largo plazo con esta conducta. Visibilizar el dolor, porque en el suicidio hay mucho dolor, dolor que necesita de un otro que lo escuche, lo acompañe y lo sostenga. La necesidad de hablar del suicidio, de romper mitos y tabúes, de trabajar en torno a la prevención, y luchar contra un problema sanitario que se lleva la vida de demasiadas personas cada día y provoca el sufrimiento de muchas más.

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